Avilés está perdiendo algo más que comercios. Está perdiendo pulso urbano. Las persianas que bajan no son solo cierres económicos: son señales de una ciudad que va dejando de ser atractiva para comprar, pasear y quedarse. Y los números —fríos, tozudos— confirman lo que ya se percibe a pie de calle: cada vez se abren menos negocios y los cierres se acumulan.
El mejor termómetro para medir la salud del comercio local no es solo contar escaparates vacíos, sino observar las licencias de apertura vinculadas al Impuesto sobre Actividades Económicas (IAE), el trámite imprescindible para iniciar actividad. Y ahí el diagnóstico es claro: entre 2019 y 2024, Avilés registró 136 licencias menos, lo que supone una caída del 6,9% en apenas seis años. Una cifra muy por encima de la media asturiana y que coloca a la ciudad en el furgón de cola del comercio regional.
Una sangría silenciosa (pero constante)
El retroceso no es puntual ni coyuntural. En la comarca avilesina, solo en nueve meses del último año analizado, 87 autónomos del comercio abandonaron su actividad. Algunos por jubilación. Otros, por puro agotamiento. Y muchos porque las cuentas ya no salían.
Avilés arrastra además una tendencia que viene de lejos: en los nueve años previos a la pandemia ya había perdido 65 comercios, y desde entonces la lista no ha dejado de crecer. Esta misma semana, dos nuevos cierres —en Doctor Graíño y en La Cámara— han vuelto a poner el foco en una realidad que se repite casi a diario.
El contraste que duele: Gijón y Oviedo
Lo más preocupante no es solo que Avilés caiga. Es que no toda Asturias cae.
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Gijón va en dirección contraria: entre 2019 y 2024 sumó 675 licencias más, consolidándose como el gran polo comercial del área central.
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Oviedo aguanta, con un crecimiento muy moderado, pero positivo: el último año hubo más aperturas que hace seis.
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Mientras tanto, otros concejos de la comarca avilesina también retroceden: Corvera, Castrillón y Gozón pierden actividad comercial año tras año.
El mensaje es evidente: el gasto se está desplazando. Los consumidores buscan ciudades donde puedan completar un plan de compras, donde haya variedad, horarios amplios y una experiencia atractiva. Y Avilés, hoy por hoy, no consigue retenerlos.
“No da para un día de compras”
Es una frase que se repite entre clientes y comerciantes, casi como un mantra incómodo: Avilés no concentra oferta suficiente para justificar un día entero de compras. A eso se suma otro lastre: la rigidez de horarios, que impide que un sábado por la tarde o en determinadas franjas del día el comercio esté vivo de verdad.
El resultado es demoledor: calles con tránsito, sí, pero sin consumo, con escaparates que se miran y no se cruzan, y con negocios que sobreviven más por fidelidad de la clientela que por rentabilidad real. “Seguimos abiertos para no perder lo construido”, reconocen algunos comerciantes. Pero la caja manda, y cada vez manda menos.
No es solo Avilés… pero aquí duele más
A nivel nacional, el pequeño comercio vive una transformación profunda. Se vende, pero se vende de otra manera. El comercio electrónico ha cambiado hábitos, horarios y expectativas. Muchas tiendas han desaparecido mientras el consumo se traslada a plataformas digitales o a formatos más grandes y concentrados.
El problema de Avilés es que esa transición le pilla sin red: sin un centro comercial urbano potente, sin una estrategia clara de atracción, sin una identidad comercial definida que la diferencie y la haga deseable frente a otras ciudades cercanas.
Relevo generacional y digitalización: la tormenta perfecta
A todo esto se suma un factor clave: la falta de relevo generacional. Muchos negocios cierran porque no hay quien continúe. Emprender en comercio ya no se percibe como una oportunidad, sino como un riesgo elevado, con márgenes ajustados y una competencia feroz.
La digitalización, llamada a ser tabla de salvación, no siempre llega ni llega bien. Hay comercios que no pueden asumir el coste, el tiempo o la complejidad de dar el salto al mundo online, y otros que lo hacen sin obtener retorno suficiente. El resultado es una brecha cada vez mayor entre quienes pueden adaptarse y quienes se quedan atrás.
Una ciudad que se juega su alma comercial
El pequeño comercio no es solo economía. Es seguridad, es empleo local, es identidad, es vida en las calles. Cuando cierran las tiendas, las ciudades se vuelven más frías, más impersonales, más vacías. Y eso tiene un coste que no aparece en ningún balance.
Desde la oposición municipal lo dicen sin rodeos: “El comercio en Avilés está en un momento crítico y llevamos años advirtiéndolo”. Y muchos vecinos lo confirman con sus hábitos: compran fuera, compran online o, directamente, dejan de comprar en la ciudad.
La pregunta ya no es si el comercio avilesino atraviesa una crisis. Eso está claro.
La pregunta es cuánto más puede aguantar Avilés perdiendo tiendas sin perder algo mucho más grave: su condición de ciudad viva.
Porque cuando baja la última persiana, no se apaga solo un negocio. Se apaga un trozo de ciudad.
