Jorge Martínez, el último gran salvaje del rock español

Jorge Martínez, el último gran salvaje del rock español

Hay artistas que llenan escenarios. Y hay otros, muy pocos, que llenan épocas. Jorge Martínez, fundador y voz de Ilegales, pertenece a esa segunda especie en extinción: la de los tipos que no pedían permiso ni perdón, que se subían a un escenario o a un plató de televisión y cambiaban la temperatura de la sala solo con abrir la boca.

Su muerte, tras varias semanas ingresado en el Hospital Central de Asturias, no se lleva solo a un músico brillante. Se lleva a una forma de estar en el mundo: incómoda, lúcida, agresiva, culta, divertida y peligrosamente honesta. Se va uno de los últimos rockeros que entendían el rock como una trinchera, no como un decorado.

Un asturiano que convirtió la mala leche en arte

Nacido en Avilés en 1955, criado entre destinos por el trabajo de su padre y asentado musicalmente en Gijón, Jorge Martínez fue la prueba viviente de que desde el norte gris y húmedo también se podía disparar contra todo. Y cuando lo hacía, rara vez fallaba.

Antes de que la etiqueta “movida” se comiera todos los titulares, él ya estaba probando guitarras en orquestas, en grupos que iban y venían, afinando puntería. De Madson a Los Metálicos, hasta dar con el nombre definitivo: Ilegales. El grupo, sí, pero también una declaración de intenciones, un aviso para navegantes y una manera de mirar el mundo.

Cuando en 1983 llega aquel primer disco, con canciones que hoy son patrimonio sentimental de varias generaciones, está pasando algo muy simple y muy bestia: el rock español deja de ser simpático. De pronto aparece un tipo calvo, con mirada de francotirador, que suelta frases como cuchilladas, que no entra en el juego de caer bien y que se planta en los escenarios con una mezcla rara de amenaza y elegancia.

No era un frontman: era un proyectil.

Un pensamiento afilado como sus riffs

Tú lo sabes bien, Roberto: en los programas de debate donde le llevabas, no hacía falta calentarlo mucho. Dabas paso, le formulabas una pregunta y, a partir de ahí, el guion era un campo de minas.

Jorge no era el típico músico al que se invita para que diga dos obviedades y ponga cara de bueno. Era un polemista nato, con una agilidad mental brutal, capaz de pasar de la geopolítica a la miseria cotidiana, de la filosofía a la anécdota barriobajera, con la misma naturalidad con la que enlazaba acordes en el escenario.

Sorprendente, disruptivo, imaginativo, crítico… todo eso encaja, pero quizá se queda corto. Tenía algo que hoy escasea muchísimo: no tenía miedo. Ni al qué dirán, ni a quedarse solo en una posición incómoda, ni a dinamitar un debate en directo si le parecía una pantomima. Ese carácter luego se notaba en las letras: ahí estaban la violencia soterrada, la ironía, el nihilismo, el humor negro y una lucidez que a veces dolía.

Cuando hablaba en televisión, daba igual el tema: parecía que siempre estaba a punto de decir algo que no se debía decir. Y por eso precisamente había que escucharle.

Ilegales: cuarenta años con el cuchillo entre los dientes

Con Ilegales construyó una de las trayectorias más largas, coherentes y personales del rock español. Discos como Agotados de esperar el fin, Todos están muertos o Chicos pálidos para la máquina son mucho más que una discografía: son un mapa emocional de lo que significó crecer, cabrearse, reírse del desastre y seguir adelante en España desde los años ochenta hasta hoy.

Mientras muchos domesticaban el sonido y el discurso, Jorge se mantenía en otra frecuencia. Directo, combativo, incómodo. Su carisma no era amable: era una mezcla de amenaza y magnetismo que convertía cada concierto en un pequeño ajuste de cuentas con el mundo.

Ilegales fue cambiando de formación, mutando, adaptándose a los tiempos sin perder nunca esa columna vertebral de mala leche inteligente. Y, aun así, siempre buscó aire nuevo: ahí está el proyecto de Jorge Ilegal y los Magníficos, jugando con repertorios de guateque, como si se permitiera un extraño lujo: el de divertirse con otras sonoridades sin bajar la guardia.

En los últimos años, lejos de apagarse, entró en una etapa especialmente fértil: nuevos discos, giras continuas por España y Latinoamérica, el documental Mi vida entre las hormigas, el álbum coral La lucha por la vida, rodeado de artistas de varias generaciones que le mostraron, con hechos, el respeto que le tenían. No era nostalgia: era vigencia.

Y remata con Joven y arrogante, trece discos después, todavía en la carretera, todavía con cosas que decir, hasta que el cáncer le obliga a parar. No es un final dulce. Pero es tremendamente coherente con su trayectoria: Jorge Martínez se va en activo, sin jubilarse, sin diluirse.

Un referente incómodo para varias generaciones

Más allá de las cifras, de los discos y de las giras, Jorge deja algo que no sale en los balances: un modelo de actitud.

Para muchos chavales que crecieron en barrios grises, en ciudades industriales, en lugares donde parecía que no pasaba nada, escuchar a Ilegales fue descubrir que se podía mirar al mundo con sorna, con furia, con inteligencia, y encima hacerlo con guitarras al cuello.

Fue escuela para músicos, sí, pero también para periodistas, para programadores, para cualquiera que entendiera que la cultura no es solo entretenimiento, sino también conflicto, pensamiento y ruptura. En un país que tiende a limar aristas, Jorge las sacaba todas.

Quienes lo vivisteis de cerca en platós y redacciones sabéis que no era un personaje construido: era así. Diferente, sorprendente, disruptivo, imaginativo, crítico, como tú dices. Capaz de descolocar a un tertuliano, de desmontar un lugar común, de meter una reflexión filosófica entre dos chistes brutales, de convertir una entrevista en una pequeña obra de arte del caos controlado.

Lo que queda cuando se apagan las luces

Con su muerte, la música española pierde mucho más que a la voz de Ilegales. Pierde a uno de esos raros tipos que no podían ser sustituidos. Puedes encontrar buenos guitarristas, buenos letristas, buenos frontmen. Pero la mezcla exacta de talento, mala baba, cultura, humor, violencia, ternura escondida y lucidez que había en Jorge Martínez no se fabrica en serie.

Quedan los discos. Quedan los documentales. Quedan las crónicas de conciertos que todavía hablan de él en presente. Quedan las noches de gira y las madrugadas de debates televisivos en las que, como tú, Roberto, muchos se quedaron pensando: “¿Pero de dónde ha salido este tío?”.

Y queda, sobre todo, algo que a él le habría hecho gracia: su influencia maligna y bendita sobre varias generaciones. Cada vez que un grupo decida no bajar el tono para sonar en una playlist amable; cada vez que un cantante escriba una letra incómoda sabiendo que le va a cerrar puertas; cada vez que un periodista invite a alguien que incomoda en lugar de a alguien que rellena minutos… en todas esas decisiones hay un poquito de Jorge.

Porque él demostró que se podía vivir –y sobrevivir– en esta industria sin arrodillarse, sin volverse cursi, sin traicionar lo que uno piensa. A veces a base de golpes, sí. Pero con la dignidad intacta.

Hasta siempre, Jorge

Hoy el rock español es un lugar un poco más silencioso. Falta una voz que desafinaba cuando le daba la gana, que se saltaba el guion, que entraba en los sitios como una patada en la puerta. Falta un tipo que, para muchos, fue exactamente lo que tú has escrito: diferente, sorprendente, disruptivo, imaginativo, crítico.

Pero su legado sigue ahí, sonando alto. En cada escenario donde alguien decida tocar más fuerte de lo que le recomiendan. En cada frase que no pasa el filtro de lo políticamente correcto y, aun así, se dice. En cada chaval que descubre hoy, por primera vez, una canción de Ilegales y siente que le acaban de sacudir.

Ese es el mejor homenaje que se le puede hacer: seguir siendo un poco ilegales.

Hasta siempre, Jorge Martínez. Y gracias por no habernos dejado tranquilos.

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