Hay hallazgos que uno hace casi por casualidad y que luego no puede quitarse de la cabeza. Rincones que no salen en guías, ni en listas de “los 10 imprescindibles”, ni en esas rutas de Instagram que todos repetimos. Sitios que sencillamente existen, quietos, ajenos al ruido.
Uno de esos lugares es Puerma, en Las Regueras. Un pueblo tan pequeño que casi parece una broma —26 habitantes, 14 casas— y que, sin embargo, guarda algo que muy pocos saben: aquí se come de maravilla.
Y no de cualquier manera.
Aquí se come como en casa… o mejor.
Porque en Puerma está Casa Florinda, una casa de comidas que lleva desde 1963 haciendo lo que muchos otros han olvidado: cocinar con calma, con tradición y con raciones que te reconcilian con el mundo.
Una joya gastronómica escondida entre prados verdes
Llegar a Puerma ya pone en contexto lo que vas a encontrar: prados que brillan incluso en invierno, caserías desperdigadas, silencio, olor a leña. Nada turístico. Nada preparado para el visitante.
Y quizá por eso tiene tanta magia.
En medio de ese paisaje aparece Casa Florinda, con su fachada humilde, de esas que no prometen nada… y cumplen con todo.
Aquí no hay postureo, ni platos que parecen cuadros, ni excesos de diseño.
Aquí hay fabada. Fabada de verdad. De la que no se olvida.
La fabada que te obliga a hacer un desvío en la carretera
Quien la prueba lo dice sin dudar: “me recuerda a la que hacía mi abuela”.
Ese es el tipo de elogio que no se compra, se merece.
Las fabes llegan tiernas, enteras, con ese punto de mantecosidad que solo aparece cuando la olla se deja horas y horas al fuego. El compango es casero, generoso, sin prisas.
Es uno de esos platos que te hacen cerrar los ojos un segundo.
Pero que no te engañe el protagonismo de las fabes. Aquí el pote de berzas, la carne guisada con patatas fritas —de las de verdad, no congeladas—, las carrilleras, el lechazo o el entrecot son igual de celebrados.
Platos que alimentan, que reconfortan, que no necesitan explicación.
Y luego los postres.
El flan de queso que se deshace.
El arroz con leche con su toque de quemado.
La tarta de almendra que huele a horno.
Todo casero. Todo hecho allí. Todo sencillo y honesto.
Un menú que parece de otra época
Mientras en muchos sitios las comidas se han disparado de precio, aquí el menú del día ronda los 12 euros y el de fin de semana unos 18.
Por ese precio, sales comido, feliz y con la sensación de que alguien ha cocinado para ti, no para quedar bien en redes sociales.
Es un sitio al que se llega fácil en coche, con aparcamiento cerca y que además sirve como parada perfecta para quienes recorren el Camino Primitivo o hacen rutas por la zona central de Asturias.
Por qué es perfecto para ir en Navidad
Porque en un mundo que vive acelerado, Puerma te baja las pulsaciones nada más llegar.
Porque diciembre en Asturias tiene esa luz suave que hace que los prados parezcan más verdes.
Porque comer algo tan casero, tan cálido, tiene un encanto especial cuando fuera hace frío.
Y porque descubrir un lugar así —que no está hecho para turistas, que no se promociona, que simplemente existe— es un regalo.
Un secreto que te apetece compartir… pero también guardar
Esa es la sensación que uno se lleva de Casa Florinda: que ha encontrado algo auténtico, de los que ya escasean.
Y que tal vez debería contarlo… pero también guardárselo un poco.
Puerma no pretende ser nada más de lo que es: un pueblín casi diminuto donde viven 26 personas y donde, sin que nadie lo vea venir, se sirve una de las fabadas más recordadas de Asturias.
Un sitio donde el tiempo pasa más lento, donde la comida sabe a hogar y donde uno entra sabiendo que volverá.
Si estas Navidades buscas un plan sencillo, bonito y lleno de sabor, apúntate este nombre: Casa Florinda, Puerma.
De nada, ya me contarás cuando vuelvas.
