La búsqueda en la balsa de Berbes se cierra sin hallazgos, y la Policía se enfrenta ahora a su escenario más desesperante: depender de la memoria —o de la voluntad— de un hombre de 81 años que nunca quiso hablar, que juega con los investigadores y que parece disfrutar del único poder que le queda.
Durante dos días, la balsa de El Fondil, en Berbes, se convirtió en un escenario inquietante: maquinaria pesada, buzos, reflectores, drones recorriendo la superficie turbia y agentes de la UME sumergiéndose en un agua que guarda décadas de sedimentos mineros. Los investigadores trabajaban con una sola idea: quizá ahora, por fin, aparecerían los restos de María Trinidad Suardíaz, de 25 años, y su bebé Beatriz, desaparecidas en 1987.
Pero la realidad fue otra. La balsa devolvió silencio. Y barro. Y un vehículo sumergido que no tenía nada que ver con el caso.
Los agentes salieron de allí con una certeza amarga: el fondo de la balsa no guarda a Mari Trini ni a su hija. Y lo que es más inquietante: puede que nunca sepamos dónde están.
Un caso que no avanza… porque depende del único hombre que no quiere que avance
Con la pista de la balsa descartada, la investigación queda ahora reducida a una figura central:
Antonio da Silva, alias El Portugués, hoy un anciano de 81 años internado en una residencia de Zamora.
La Policía viajó hasta allí para entrevistarlo. Fueron dos reuniones: una por la mañana, otra por la tarde.
Les hablaron con calma, con precisión, con paciencia.
Buscaban un resquicio, una grieta psicológica, cualquier signo de desgaste.
Encontraron otra cosa: un hombre que sigue controlando la historia.
Cuando no quería contestar, respondía en francés.
Cuando la conversación le incomodaba, la cortaba con manotazos.
Y cuando le preguntaron directamente si los cuerpos estaban en la balsa de Berbes, eligió la respuesta más cruel:
—Ni confirmo ni desmiento.
Un anciano frágil, sí. Pero todavía capaz de manejar a quienes lo investigan.
“Si me lleváis a Suiza, os lo cuento”: la frase que revela todo
En un momento del interrogatorio, Da Silva pareció ablandarse.
Los investigadores pensaron que había llegado ese punto que todo policía conoce: el instante en el que el sospechoso está a punto de romperse.
Pero no.
Lo que llegó fue la frase que lo define:
—“Si me lleváis a Suiza, os lo cuento.”
Un trato.
Una condición.
Un chantaje casi infantil… pero revelador.
Suiza es, para Da Silva, el único lugar donde fue feliz. Allí trabajó, vivió, y también acumuló antecedentes. Lo sabe. Y sabe que jamás volverá por sus propios medios.
La Policía entendió inmediatamente que no era una confesión lo que ofrecía, sino un billete.
Un perfil deteriorado… pero peligroso
Las enfermeras del asilo lo describen como alguien conflictivo, impulsivo, agresivo.
Un hombre que exige ser atendido antes que los demás, que pierde los nervios, que vive instalado en la queja.
Pero los investigadores ven algo más:
Su deterioro físico no implica deterioro cognitivo.
El Portugués sigue reconociendo fechas, lugares, gestos… y, sobre todo, sabe perfectamente lo que calla.
Ahí está el verdadero problema.
La balsa de Berbes: por qué era una pista sólida, y por qué su fracaso duele tanto
La decisión de intervenir la balsa no fue caprichosa. provenía de testimonios recogidos durante años, incluidos vecinos que relacionaban al sospechoso con vehículos arrojados al agua.
Era una hipótesis difícil, pero no imposible:
Una balsa minera profunda, lodosa, con décadas de arrastre industrial… un lugar perfecto para ocultar algo.
La frustración no es solo por lo que no apareció.
Es por lo que implica: una de las pocas vías objetivas de investigación se ha cerrado para siempre.
38 años de desapariciones que nunca encajaron con la versión del sospechoso
El caso siempre tuvo un hilo siniestro:
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Mari Trini había denunciado malos tratos.
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Se refugió en un convento en La Guía, donde nació su hija.
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Da Silva estuvo en prisión preventiva por violencia.
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Cuando salió, logró que Mari Trini volviera con él.
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El 15 de julio de 1987, fueron juntos a la Audiencia de León.
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Les informaron de que el juicio contra él seguiría adelante.
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Ese mismo día desaparecieron madre e hija.
Da Silva dijo que se fueron a El Algarve.
Luego dijo que se separaron.
Nunca presentó pruebas.
Nunca denunció su desaparición.
Nunca mostró preocupación.
La Policía siempre interpretó ese comportamiento de la misma manera: indiferencia culpable.
Las investigaciones de 2016 y 2018 ya avisaban de algo: si este caso se resuelve, será porque él hable
Se buscaron restos en dos propiedades donde vivieron:
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Una casa en Matadeón de los Oteros (León), en 2016.
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Otra en Berbes, en 2018.
En ambas ocasiones, “El Portugués” fue detenido preventivamente.
Y en ambas ocasiones, guardó silencio.
Silencio entonces.
Silencio ahora.
Silencio siempre.
Entonces, ¿qué queda? ¿Qué pueden hacer ahora los investigadores?
Quedan tres caminos:
1. La confesión diferida
Es decir: esperar a que, por edad o cansancio, se quiebre. Puede pasar. O no pasar nunca.
2. Una nueva pista física
Difícil. No imposible. Pero improbable después de 38 años.
3. Una reconstrucción final del caso para que la sociedad no lo olvide
El objetivo ya no es solo judicial —porque los delitos habrían prescrito—, sino moral.
Dar respuesta a una Asturias que lleva casi cuatro décadas preguntándose:
¿Dónde están Mari Trini y Beatriz?
La última batalla es contra el tiempo
La jueza Ana López Pandiella y la UDEV saben que el tiempo es su enemigo.
No porque el caso esté judicialmente vivo, sino porque la memoria del único sospechoso se erosiona día a día.
Si Da Silva muere sin hablar, morirá también la posibilidad de saber dónde están madre e hija.
Y con ellas morirán los últimos hilos de una historia que debería haber tenido un cierre hace décadas.
El reportaje termina aquí. La historia no.
La desaparición de Mari Trini y su bebé sigue siendo uno de los mayores agujeros negros de la crónica asturiana reciente.
Y hoy, tras la búsqueda fallida en Berbes, ese agujero parece un poco más grande.
Pero no está cerrado.
Porque la última palabra —amarga ironía— la tiene el hombre que lleva 38 años callando, mirando a los investigadores y decidiendo qué cuenta y qué no.
Mientras tanto, Asturias sigue esperando un cuerpo.
O una confesión.
O una verdad mínima que permita, algún día, escribir la frase que todos desean leer:
Aquí termina el caso de Mari Trini y su hija.
