Tras el lobo, el oso: el campo asturiano abre un nuevo frente en plena “victoria” de la conservación

Tras el lobo, el oso: el campo asturiano abre un nuevo frente en plena “victoria” de la conservación

Ganaderos y colectivos agrarios denuncian que, tras décadas de proteger al lobo y al oso pardo, el campo asturiano sufre ahora una presión creciente de ambas especies. El Principado endurece el plan de control del lobo mientras crece el debate sobre el futuro estatus del oso.

 

Durante más de treinta años, Asturias fue puesta como ejemplo en Europa de cómo recuperar dos especies emblemáticas y amenazadas: el lobo ibérico y el oso pardo cantábrico. Hoy, cuando los censos muestran que ambas poblaciones viven uno de sus mejores momentos en siglos, la paradoja se ha instalado en el campo asturiano: lo que antes era símbolo de orgullo, ahora es fuente de conflicto.

Este martes, una docena de organizaciones agroganaderas —entre ellas Unión Rural Asturiana (URA), Coag, Promiel y prácticamente todas las asociaciones de razas autóctonas como la Cabra Bermeya, la Oveya Xalda o el Gochu Asturcelta— comparecerán juntas para denunciar la “situación límite” que viven los profesionales del sector primario. Lo harán con un mensaje rotundo: ya no es solo el lobo, también el oso está provocando daños crecientes en reses, colmenas y huertas.

El lobo, bajo control… al menos sobre el papel

La tensión con el lobo viene de lejos. En 2023 se identificaron en Asturias 45 manadas estables, con una población estimada de unos 345 ejemplares en todo el territorio. Tras la salida del LESPRE (listado estatal de protección) a inicios de este año, el Principado aprobó un Programa Anual de Control con ventanas específicas (enero-abril y septiembre-diciembre) y ahora ha dado un paso más: permitirá que los cazadores de las reservas participen en las extracciones, con un tope de 53 lobos hasta marzo de 2026 (cerca del 15% de la población regional).

El Gobierno autonómico defiende que se trata de “reforzar la eficacia del plan” ante el repunte de ataques y reclamaciones. Pero en el campo, la sensación es otra. “Nada o casi nada ha cambiado”, asegura Borja Fernández, portavoz de URA. “Los ataques siguen siendo múltiples, día sí y día también”.

El oso, de la postal al problema

Si el lobo siempre fue la bestia negra, el oso pardo era el icono de la recuperación ambiental. Desde los años noventa, cuando apenas sobrevivían unos pocos decenas, su población ha remontado hasta los 370 ejemplares en toda la Cordillera Cantábrica, con alrededor de 130 en territorio asturiano. Somiedo, Cangas del Narcea y Proaza son hoy refugio natural de los plantígrados, cuya presencia se ha convertido en reclamo turístico: cada vez más visitantes buscan el avistamiento de fauna salvaje.

Pero esa “postal de éxito” tiene otra cara. Los ataques a ganado, colmenares y frutales son cada vez más frecuentes. Y los encuentros casuales entre vecinos y osos en carreteras o a las puertas de pueblos se han multiplicado. “Hay ataques incluso en zonas por las que nunca había pasado”, advierten desde URA.

El último informe de la Fundación Oso Pardo documenta un mínimo de 96 ejemplares detectados en seguimiento genético y un aumento constante de hembras con crías. A la vez, el Principado ha tenido que incrementar indemnizaciones y ayudas para reparar daños en explotaciones, conscientes de que la convivencia ya no es tan idílica. Y un dato inquieta: entre julio de 2024 y agosto de 2025, cuatro osos murieron a manos de furtivos en Asturias, reflejo de la tensión creciente en el medio rural.

Entre la protección y la supervivencia

La paradoja está servida. Las políticas de conservación, apoyadas durante décadas por administraciones, grupos ecologistas y parte del sector ganadero, han permitido que el oso pardo cantábrico salga del umbral de desaparición y que el lobo mantenga una población estable. Pero el precio es un campo que se siente desbordado.

El frente agrario lo resume con crudeza: “Se nos pidió convivir, hicimos el esfuerzo, y ahora sufrimos las consecuencias. Ya no es solo el lobo; ahora también el oso”.

El Principado defiende que la gestión debe combinar control, indemnizaciones y medidas de prevención. Los ecologistas alertan de que criminalizar a las especies amenaza con echar por tierra décadas de trabajo. Y en medio, el campo asturiano reclama soluciones urgentes para no tener que elegir entre dos símbolos de la naturaleza… y su propia supervivencia.

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