Pare el tren, que me bajo...

Quiere usted, por favor, aminorar la marcha. Me apeo en al próxima. Esperaré, desde ahora, en un banco de rejilla que creo recordar hay en el apeadero que viene. No hace falta que se detengan. Creo que podré saltar en marcha, si reducen lo suficiente.

Ya se, ya, que probablemente no pasará ningún otro tren hasta sabe Dios cuando, pero ya no tengo prisa. Echaré una siestecita, cuando me aburra, y, si hay un enchufe todavía cerca, tengo mi iPad y algunos juegos, y aún me faltan por leer varios libros de los que llevo almacenados en él. Y si no recuerdo mal, hasta tengo una película.

Y en último término, me queda un macuto lleno de recuerdos. Hurgaré en él hasta el fondo, donde los mendrugos y las migajas. Pero ¡dónde tengo yo la cabeza! Macuto le llamaban los soldados cuando la guerra, y por extensión, nosotros en el campamento de la mili universitaria. Ahora, en tiempo de paz, ha vuelto a ser herramienta de vagabundo y se llama zurrón.

Es igual. Lleva las mismas cosas entrañables, las miserias y las quisicosas o indispensables o preferidas. Algunas, como esa piedra pintada, evidentemente inútiles, pero que siempre significan algo. Por ejemplo, esa esfera, nada más que una bola de madera. Y sin embargo está en el centro mismo de un turbión de recuerdos.

Me preocupa que usted pare. Eso es que me ha visto tan viejecito que le ha parecido probable que me rompa una pata si no se detiene y me ayuda. Bueno, pues mire, en el fondo, por más que parezca enfurruñado, se lo agradezco porque yo había pensado también en esa posibilidad. Lo que pasa es que cuanto más provectos, menos queremos aceptar que el tiempo que nos queda hay que vivirlo despacito y a base de ilusiones más pequeñas que las de antes y parándose aquí y allá, fingiendo admiración por el paisaje, para recuperar el aliento si se va cuesta arriba, que, carallo, no recordaba yo que esta calle fuese tan empinada. Un amigo y yo la subíamos corriendo para llegar en hora a la clase de latín que nos daba aquel cura del hospital que tenía aquel vozarrón para declinar los genitivos de plural.



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