Esos momentos que van y vuelven

La raza humana posee una aprensión de nacimiento: la incomunicación.  ¿Y quién la salva?  Uno de los remedios, si intentamos enfrentarnos a ese infecundo momento, sería la lectura y escritura. Debido a esos momentos germina en nosotros otro yo con el que podemos ejercitar un diálogo que nos puede ayudar a sobrellevar el retraimiento interior.  

Hace años – era un gorrión sin alas - comencé a leer sin estar al tanto del poder de las palabras, y a emborronar cuartillas reflejo de mis alucinaciones íntimas.    

Los primeros escritos se perdieron. Más tarde me deshacía de ellos avergonzado. Si de algo me jacto es del poco apego a mis cuartillas.  

Debemos percibir los resortes de la existencia deslizándose sin demasiados morrales encima. Suelo sollozar a menudo. Más que lágrimas, es un vapor húmedo colgado en los ojos. Sucede ante el infortunio de toda persona, la indigencia que tanto abunda o una escena de cariño tardío en alguna envejecida película en blanco y negro marchito.   

 En este intervalo dejo de escribir y voy a envolverme en las neblinas encubiertas bajo la piel. La noche es acogedora y fresca, los ruidos se han disipado. Se está bien allí, con la ventana abierta. La mente retoca formas, y en ellas, vislumbro al emperador Adriano, en cuya biografía novelada Marguerite Yourcenar nos legó un aporte certero del discernimiento del poder político,   

Al hombre lo contemplo enmohecido. Enterró el cuerpo joven de su amado Antinoo, y solloza asustado. Su dolor se desnuda igual a las hojas en el otoño.    

Constantino Cavafis lo expresó con sentimiento helénico: “Un monótono día sigue a otro / idénticamente monótono. Las mismas cosas / nos ocurrirán una y otra vez, / los mismos momentos van y vienen.”   

La noche ahora en esta orilla del Mediterráneo valenciano en que reposo, huele a pinos húmedos, y hay sonidos quejumbrosos sobre las manos y en las tapas de los libros. Es hora de retornar al necesario duermevela.    

   

rnaranco@hotmail.com   



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