El bramido del batracio

En ningún tiempo  como en  el  actual ha existido tanta comunicación y a su vez menos diálogo. 

Gunter Grass, escribió “El grito del sapo”. El autor  usurpó ese batracio de ejemplo para su historia,  ya que  el batracio emite un  sonido melodioso; no croa como las ranas. Se trata de una bella eufonía con un eco melancólico y,  con ello  a su vez, la superstición popular concibió un código colmados  infortunios.

El romanticismo incluyó  el chillido del batracio entre sus metáforas literarias, y ahí quedó resguardado sobre los interiores del espíritu. Es sabido que el sapillo nace acuático a razón de   sus branquias; no obstante,  más tarde, ya en  tierra firme pasa a respirar con sus pulmones, siendo, como la mayoría de los humanos, ambivalente.  

.En las páginas del libro de Grass se narra la historia de Alexandra y Alexander.  Ella  polaca y él alemán,  representando la historia de las relaciones entre las dos naciones, siempre tirantes y perennemente abatidas.  

Relataba  el “Premio Príncipe de Asturias de las letras 1999”, que la correlación polaco - alemana no siempre fue una historia infeliz.  

“Antes de la oleada nacionalista del siglo XIX – comenta - tanto los alemanes como los judíos, junto a otras minorías, contribuyeron de manera esencial a formar lo que hoy en día se conoce como Polonia. Posteriormente, con la llegada del nacionalismo, se dio inicio a aquella desgracia histórica que conocemos y que culminó con la ocupación nacionalsocialista del país”. 

 A razón de esta descripción surge una pregunta lógica: ¿Qué representa para él la patria cuando se ha tenido dos madres: Polonia y Alemania? 

  Y responde Grass: “Para mí patria es sólo algo que se perdió. Asimismo, creo que aquellos que todavía tienen una  en realidad no la sienten como tal. Si ahora tratara de imaginar que Gdansk, mi pueblo, sigue siendo alemana, creo que la tal Gdansk me sería bastante indiferente. Sólo a través de su pérdida esa ciudad adquirió una verdadera dimensión para mí”. 

 Cuando leí por última vez  “El grito del sapo”, estaba realizando un viaje en Alemania invitado por el gobierno de Berlín. Fueron  sin duda esas páginas  una animosa  compañía, al ayudarnos, entre soplos y brumas, a comprender, si cabe, la vivencia europea y su futuro inmediato. 

 Las luchas y los valores de la humanidad, desde el inicio de los tiempos, siempre han partido de un mismo tronco con ramales repletos de utopías, dudas, aprensiones, enguerrillamiento, usura, efusión, odios y afanes.  Asimismo sentido de la raza y decadencia moral. 

A esta alturas de la historia europea, y tras dos despedazadas guerras mundiales, “El Grito” de  Edvard Munch y  “El grito del sapo” encierran  el  adjetivo alegórico de nuestro tiempo, al ser un largo periodo confuso y desgarrado que, al no poder olvidarse,  cada uno de nosotros nos venos   obligados a   erigir su propia forma de coexistir, y ante ese rebobinado histórico, van incluidas las adversidades de un continente perennemente desgarrado a razón su larga historia resquebrajada.  



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