Fidel: murió el dictador

Fidel Castro  ha sido  un dios Jano perverso. El Comandante de la baba bermeja formará  parte ya de la galería de los dictadores más impúdicos del siglo XX y  los albores del XXI.

“La historia – dijo al principio de su tiempo -  me  absolverá”.  Ya lo hizo, y no sale bien parado. Cercenó la libertad de los cubanos y en los postreros días de esta demencial opresión personalista, su revolución se muerde la cola y escupe sangre fermentada.

Los  siboneyes siguen arrastrando un dolor sin fin. A medios siglo de la  revolución que marcó el antes y el después de América Latina, los abastos vacíos;  las viviendas se volvieron escombros; el transporte público, jaulas; las restricciones energéticas un mal diario, mientras abundan las jineteras y los manfloritas. Ellos y ellas, o las dos cosas a la vez,   pululan en ese islote lascivo aún bajo la bota inclemente del déspota traspasada a su hermano Raúl, cuyo gobierno se convirtió en gerente del meretricio.

Los turistas no van a retozar sobre las blancas playas; lo hacen  entre ron y mojito sobre los tules de la prostitución consagrada y bendecida   desde el Palacio de la Revolución.

Si a algún  lector le parece la opinión excedida, le invitamos a la lectura pausada  del libro “Cuba ¿es socialista?”, crítica constructiva al régimen de un amigo de la asonada, el especialita agrario Rene  Dumont, cuyos informes, al denunciar los desmadres en el campo cometido por la inopia de Fidel, son perturbadores. 

¿Qué pueden celebrar los cubanos ante la muerte de un demagogo empedernido? Los panegíricos serán muchos  hoy en Cuba, Venezuela y  Nicaragua. ¿Cantarán la falta de libertad y la  cartilla de racionamiento?

Al decir de Ernesto Sabato, “el único régimen compatible con la dignidad del hombre es la democracia”. Fuera de ese valor intrínseco, la existencia de los seres humanos es gris, anodina y dolorosamente frustrante.

 El cacique de los destinos de Cuba durante medio siglo – tras irse del poder y dejándolo en manos de su hermano, él seguía siendo el gran timonel  - y la isla - su isla -   un cascarón hundido en el mar de las tinieblas, allí donde el ciudadano es un engranaje de sueños alocados.

 En La Habana,  y en el resto de  las ciudades y pueblecitos de Cuba, desde Guanahacabibes hasta más allá de Sierra Maestra, la dignidad se centraba en recibir   consignas del Patriarca enfermo, y escuchar una y otra vez la cantaleta “Patria... o muerte”, algo que los antiguos descendientes de los mambises dicen, con razón,  ser una pura redundancia.

Antonio Maceo – héroe de isla - señalaba: “La libertad no se pide, se conquista a golpe de machete”.  En la actualidad ese valor en Cuba está hecho añicos.

Ningún cubano cuenta con los derechos que cualquier turista de ton y son goza mientras se tuesta  en las playas de Varadero.

Esa es la cognición amarga de saber que Fidel encerró la lobreguez alargada de una dictadura perversa.

En una entrevista que el director de cine Oliver Stone le hizo al autócrata de la isla para un documental, tenemos estas perlas:

- ¿No cree que un líder joven podría realizar  la tarea mejor que usted?

- Quiere que le responda francamente? Pues no. Me siento mejor que en la época de Sierra Maestra. Soy menos ambicioso que antaño. Soy feliz, porque he ido evolucionando constantemente en el ámbito ético. Soy menos egoísta. No me gustan los honores.

-¿Es usted un dinosaurio?

 - La respuesta   de Fidel surrealista:

“Todo lo contrario. Me siento como un pájaro  saliendo del nido. Vuelo hacia la eternidad. A veces pienso que me gustaría estar todavía aquí en el año 3000”.

 Para el bien del pueblo  flagelado no se  le concedió tal deseo.

Cuba es esa isla que está ahí, en el mar de los Galápagos, sombría y quejumbrosa bajo un cielo de una claridad cegadora, y las sombras de la existencia aletargadas como refugio de atormentas alucinaciones.



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