Rajoy 'el empecinado'

Juan Martín Díez era natural de Castrillo del Duero y, como todos los niños nacidos en el pueblo, asumió el nombre de empecinado en referencia a los oscuros humedales de cieno y barro que existían en las afueras del pueblo, que recibían el nombre de pecinas. Su valerosa intervención en la Guerra de la Independencia contra los franceses le dio derecho a usar el renombre de Empecinado para sí y para sus descendientes, convirtiendo el apodo en un timbre de gloria que hoy es adjetivo que la RAE define como «el que se mantiene firme en una idea, intención u opinión, sin tener en cuenta otra posibilidad».

 

Rajoy lleva camino de combinar el significado histórico de este apodo con el académico. Está convirtiendo el panorama político español, con la ayuda inestimable de Sánchez, en un lodazal. Ambos se van a hacer merecedores del sobrenombre de los Platanitos, evocando a aquel torero llamado Blas Herrero que, a pesar de ser malo de solemnidad, conseguía vender entradas que la gente pagaba para mofarse de él.

 

¿De cuántas oportunidades se consideran acreedores? ¿Cuántas veces más pueden seguir fracasando? ¿Y si la solución al atasco de la investidura fuera un cambio de candidatos? ¿No sería un buen gesto de servicio a España?

A Rajoy y a Sánchez los separa en el Hemiciclo un espacio de cinco metros de palabras por decir, pero es una distancia insalvable, dada la antipatía personal existente entre ambos. ¿Debemos seguir soportándolos?

 

Si la situación es en sí misma insufrible, si los candidatos fracasados siguen creyendo que el mundo gira en torno a ellos, si el PP proclama que Rajoy debe seguir intentándolo porque los ciudadanos le han votado mayoritariamente, confundiendo la organización con su líder, la decisión de proponer al ex Ministro Soria para un puesto en el Banco Mundial roza el esperpento y pone de manifiesto en manos de quién estamos y su forma de pensar y actuar.

 

Cierto que Soria es funcionario y cierto también que nuestra legislación no pone veto alguno al retorno al empleo público de quien ocupó un puesto político, por más que se pongan en riesgo la neutralidad y la objetividad que proclama el Estatuto Básico del Empleado Público, pero que no nos engañen; Soria no participó en ningún concurso público de provisión de puestos de trabajo, ni se presentó a ningún procedimiento selectivo de concurrencia competitiva. Fue designado para esa canonjía por su cercanía al poder y por su amistad con De Guindos, quien haciendo honor a su apellido debe pensar que nos caímos del ídem y que nos hemos tragado la mentira. Al Ministro de Economía se le da muy bien colocar a familiares y amigos, tiene una sobrina en el Banco Mundial y otra en la Embajada de Washington.

 

Todo hacia presagiar que Soria había sido favorecido por el poder por razones ajenas a sus mérito.  La Comisión de Evaluación estaba integrada en su totalidad por altos cargos, cuando la normativa aplicable prohíbe taxativamente tal composición cuando se trata de proveer puestos profesionales. Los criterios de selección eran de difícil encaje en el ámbito administrativo en el que deben prevalecer el mérito y la capacidad. La idoneidad es subjetiva y clientelar. Ahora nos enteramos de que ni hubo convocatoria, ni publicidad, ni el puesto estaba reservado a funcionarios públicos.

 

La propuesta de Soria fue legal, pero no se trató de un concurso público, sino de una designación libre. Fue Soria, pero podía haber sido cualquier otro. Con la diferencia de que Soria mintió y, por tanto, no merecía representar a España en ninguna institución oficial. Por la misma razón tampoco merece seguir siendo Ministro De Guindos. La renuncia del primero era obligada, la dimisión del segundo, también. La inoportunidad parece formar parte del ADN del PP.

Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto.



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