Cantamañanes, bocayaes, demagogos, frailes

PELÍCULA, con cantamañanes en el reparto, les bocayaes como argumento y la demagogia como música enajenadora de los votantes: 2001, Ley de estabilidad presupuestaria del PP. Limita el déficit del Estado central y de las comunidades. Si acuden ustedes a las hemerotecas, verán cuándo dijeron contra ella IU, PSOE, la progresería, PNV, CiU y muchos de los que ahora piden estabilidad presupuestaria. 2004, el PSOE, con el apoyo de los anteriores y jaleado por la progresería, deroga la citada Ley. 2010, Zapatero: «Nunca pactaré con el PP, por razones ideológicas» (bocayada, por cierto, que, en cualquier país serio, hubiera bastado para que sus votantes vomitasen y sus conmilitones lo echasen a patadas de La Moncloa). En el tránsito hacia el 2011, el PP vuelve a plantear la normativa en las Cortes, pretendiendo introducirla en la Constitución, Rubalcaba se burlaba: «Como todos sabemos, la Constitución es una ley que se cambia fácilmente y en un plis, plas nos arregla la crisis», y preguntaba a Rajoy si «tiene algo más que decir, además de la idea genial de cambiar la Constitución». 2011, inopinadamente y en horas veinticuatro, Zapatero pacta con Rajoy la modificación de la Constitución para introducir en ella la estabilidad presupuestaria. Rubalcaba lo apoya, y hasta presume de ser ahormador del texto definitivo. Y, otra perla, también de Alfredo Pérez: «¿Quién ha dicho que sea de izquierdas endeudarse?». Pues, a juzgar por lo que hasta ahora ha hecho el PSOE y lo que glayen quienes que dicen que son la izquierda verdadera —sindical y política—, tal parece.

               ENCICLOPEDIA DE LES BOCAYAES. Es evidente que, si se hubiera mantenido una cierta estabilidad presupuestaria, la modificación constitucional no se hubiese planteado; pero, dicho eso, ¿por qué se hace? Porque el BCE está comprando deuda española para evitar nuestra quiebra o unos intereses excesivamente elevados. El BCE incumple así su única función constitucional —la estabilidad de los precios—, y, de forma indirecta, aumenta el dinero en circulación y, por tanto, introduce variaciones en el valor de la moneda y, a la larga, potencialmente, inflación e inestabilidad que alguien tendrá que pagar si falla España. ¿Podría haberse resuelto la cuestión de la estabilidad sin modificar la Constitución? Sí, pero evidentemente, nuestros avalistas, Francia y Alemania, quieren las máximas garantías, la inclusión en la Carta Magna.

               Por otra parte, ¿qué es lo que han aprobado PP y PSOE? Pues, salvo ese gesto, poca cosa. La concreción de la limitación se fía a una ley posterior que se puede cambiar por mayoría simple; en todo caso, los límites del déficit y de la emisión de deuda se enmarcan en los generales de la UE; existen excepciones a la horma de déficit y deuda para supuestos extraordinarios; los presupuestos futuros se podrían presentar como equilibrados falsificando las cifras; la entrada plena en vigor de las limitaciones es para el 2020, y, de hoy a esa fecha, puede pasar de todo, etc. Es decir, poca cosa para tanto ruido.

               ¿La limitación del déficit ataca al estado del bienestar, a las prestaciones sociales? Para nada. Se pueden subir los impuestos, por ejemplo —a propósito, lo que nos vienen reclamando hace tiempo—, para garantizar esas prestaciones; con los mismos ingresos, otra opción, se puede priorizar el gasto social sobre otros, etc. De modo que todo el ruido que forman UGT, CCOO, IU, ERC y tantos otros —incluidos los palafreneros callejeros de IU, los del aduar—, nada significa, ni por unas razones ni por otras. Es una pura bocayada, producto de los vapores adolescentes que llaman ideología y que no es más que un discurso alucinatorio sobre la realidad. ¿Pero lo creen de verdad? Pues es posible que, en parte, sí: una vez recibidas las aguas bautismales de una ideología en edad temprana, aquellas imprimen carácter (alucinatorio) para siempre.

               Y, de paso, han aprovechado muchos para sumarse a esta fiesta generalizada que incluye un concurso de bocayaes y otro de competición demagógica, siguiendo la máxima frailuna, «¿Arde el convento?, calentémonos todos». Unos han pedido la autodeterminación, otros la república, los de más allá han aprovechado para considerarlo un ataque a su nación, etc. Llaman la atención, especialmente, las palabras del señor Durán de CiU: «Si el señor Zapatero hubiese hecho las cosas bien en estos años, ahora no sería necesario este trágala». Pero hombre, ¿no ha sido CiU —a través precisamente del señor Durán i Lleida— quien, junto con el PNV, ha mantenido en el poder a Zapatero estos años? ¿No han sido ellos los que han aprobado unos presupuestos con unas previsiones de ingresos ficticias y con un déficit y una deuda altísima? ¿No lo han hecho a cambio de prebendas para sus respectivos negocios y naciones? ¿O es que me falla la memoria?

               En resumen: bocayaes, demagogos (el espécimen puede definirse, según me recordaba el otro día Abrilgüeyu, mi trasgo particular, mediante una cita, como «Aquel que publica doctrinas que sabe falsas a hombres que sabe que son idiotas») con la moral frailuna del refrán y cantamañanes.

               Y, además, y sobre todo, ni la deuda (ni la del estado ni la de los particulares y empresas), ni el déficit, ni los problemas de la banca son nuestros problemas: la cuestión fundamental es nuestra economía productiva: la competitividad, el crecimiento, la exportación, las decisiones de inversión y contratación de los particulares y las empresas, sus ganancias, etc. En marcha todo ello, las demás dificultades estarán todas en vías de solución y nuestros prestamistas concurrirán con menos exigencias y en mayor número. Pero, en esa dirección, no hemos tomado una sola medida —como he venido diciendo desde el 2008— ni, al menos mientras siga gobernando el PSOE (lo del PP está por ver), la tomaremos. Dan ganas de reiterar el grito de Clinton a Bush padre durante la campaña electoral de 1992: «¡Ye la economía, so tochu!»

               Acabado el artículo y ya a punto de firmarlo, se me aparece Abrilgüeyu, con una punta de malicia en sus ojos azules:

               —¿Por qué los llamáis «cantamañanes», si nun abocanen nin durmiendo?

               No sé qué contestarle.



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