Poder y dinero

El espectáculo que nos están ofreciendo «los padres de la patria» es patético. ¿Qué podemos esperar de una «fauna» de estas características?

La constitución de los grupos parlamentarios ha sacado a relucir las auténticas pretensiones de la clase política: poder y dinero. El poder que da tener más turnos de palabra y el dinero que se obtiene por tener grupo parlamentario propio.

Algunos actores de esta trama amoral incluso confiesan de antemano que van a cometer un fraude con la sola finalidad de que les corresponda más parte del botín y que, consumado este, retornarán a la situación de origen.

Ya vaticinaba John William Cooke que los pactos políticos entre facciones adversas son siempre de mala fe aunque sean convenientes.

El fraude político, entendido como la utilización desleal e infractora de los resortes legales en beneficio propio y en perjuicio del interés general, es el más dañino de los fraudes y una clara manifestación de la corrupción, porque pervierte el sistema, traiciona el Estado de derecho, desprestigia a la clase política y genera desconfianza y mal ejemplo en la ciudadanía.

No olvidemos que el comportamiento ético, al emanar de la conciencia subjetiva, es en gran medida relacional. La semilla de la ética que debía fructificar en las Cortes, sede de la soberanía popular, no parece que esté plantada en terreno fértil.

La clase política, que debía ser la auténtica dignificadora de la colectividad, la obligada a dar una mayor legitimación moral al sistema democrático, ha fallado estrepitosamente.

Estos intentos de fraude, quizá legales, pero no éticos -afortunadamente abortados por la Mesa del Congreso con criterio político, más que técnico-, denotan la falta de ética pública de algunos de nuestros representantes, que seguramente están en política no por vocación ni espíritu de servicio, ni siquiera por ideología, sino por propio interés.

Sus conductas socavan por alcance la integridad moral de la sociedad. La política que nació para ser una noble tarea de servicio a los demás se puede convertir en un oficio vil.

¿Qué pueden exigir estos políticos a la ciudadanía?

En otro orden de cosas, Rajoy y Sánchez tampoco nos están ofreciendo ejemplos alentadores.

Uno, porque su política de laissez faire, laissez passer, lo ha convertido en un cadáver político que, tras declinar la oferta de presentarse como candidato, ha iniciado la putrefacción. Ni siquiera podrá continuar como diputado porque un ex Presidente no puede pasar a soldado raso.

Otro, porque, sabedor de que la conquista de la Moncloa es su última oportunidad política, intenta el pacto a diestro y siniestro y a toda costa aun con el riesgo evidente de que el Gobierno sea una jaula de grillos, de lo que da fe la propuesta de Gobierno que le ha casi impuesto el líder de Podemos.

Quizá fuera bueno recordar aquellas palabras de Adolfo Suárez que decían: «Todo político ha de tener vocación de poder, voluntad de continuidad y de permanencia en el marco de unos principios. Pero un político que además pretenda servir al Estado debe saber en qué momento el precio que el pueblo ha de pagar por su permanencia y su continuidad es superior al precio que siempre implica el cambio en la persona que encarna las mayores responsabilidades ejecutivas de la vida política de la Nación».



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