Una utopia

Es la pura verdad y con los años hemos terminado acostumbrándonos y con ello a no hacer aspavientos de nuestras nulidades.   Somos polvo y arena que lleva el aire. Nada más, hasta ahí.

 

A tal causa lo único que en verdad nos queda es hablar y escribir con la mayor sinceridad posible. Tal vez no sirva de mucho: ciertas vidas, como la nuestra, no suelen dar mucho más de sí.

 

La resignación es una virtud y, si nos apoyamos en ella, no todo está perdido. No podemos decir como García Márquez: “Escribo para que me quieran”. Imposible llegar a tanto; nos limitamos a rellenar    una cuartilla y ver si es posible aún contemplar la madrugada de cada día.

 

Entiendo poco de pintura, nada de música. Tampoco muevo  las piezas de ajedrez ni soy conocedor de las matemáticas. Solamente  realizo cosas con algo de ardor: escribir – no significa ser un literato - , dormir la siesta y el perenne sortilegio de la querencia que intento cultivar de la mejor manera posible.

 

Prosaico esto último, sin duda alguna. Otros juegan, participan en política con fogosidad y siguen coleando. En  estos tiempos con mayor desmadre que nunca, ante la llegada de Podemos. Conocimos a Pablo Iglesias – el nuevo héroe de la película – en Caracas, charlando con Hugo Chávez. Tuvo un buen maestro de utopía.

 

Continuemos con el tema de la cuartilla de hoy: lo de escribir es un decir. Se llenan hojas de papel, pero de ahí a la sutileza de expresar un sentimiento o hilvanar las palabras de matices que reflejen un acaecimiento, hay un abismo.

 

Lo demás, solamente olvido y sombras.

 

En  una obra de George Steiner, “Muerte de reyes”,  se lee: “Existen tres campos intelectuales; y por lo que sé, solamente tres donde los hombres realizaron importante hazañas antes de la pubertad. Estos son: música, matemáticas y  ajedrez”.

 

 Y cuenta el Premio Príncipe de Asturias en Comunicación y Humanidades, cómo Mozart compuso música de calidad antes de los ocho años; Kart Friedrich Gauss hacía cálculos complejos con  apenas diez años, mientras a los 12, en Nueva Orleáns, Paul Morphy vencía a los mejores contrincantes en el tablero de ajedrez.

 

 Ninguno de esos  niños dotados sabía con claridad lo que hacía, era simple energía mental unida con fines determinados. Algunos la siguen conservando en la pubertad, pero con el paso del tiempo la técnica, el estudio y la sensibilidad, los van envolviendo de creatividad; con todo, la música, las matemáticas y el ajedrez, son trances dinámicos y localizables. Computadoras con sangre propia.

 

 La pintura  es otra cosa, un arrebato donde la creación humana converge en un mismo punto, igual al Aleph de Jorge Luis Borges, o los castillos y metamorfosis  de Kafka.

 

 Pintar es un ramalazo del espíritu. Sentir a Degas, Lautrec, Moore, Bacon, Picasso, Miró, Tamayo, Chagall y a muchos otros seres sublimes, es palpar la fibra sensitiva del alma humana.

 

Al final, toda quimera, fantasía o ensoñación es ir haciendo camino hacia el Edén añorado.

 

 No se puede en cuartilla y media intentar  hacer un ensayo. Eso demuestra que para ciertas personas- igual a uno - la escritura es una utopía.

 

 



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