Arden las pérdidas

La obra más profundamente perenne de Antonio Gamoneda, el brillante eremita, el poeta de la esencia, me presta (con su permiso y mi admiración, también perenne) el título de esta columna. Aún no entiendo muy bien, tal vez me haya perdido en la marea, la discusión sesuda, aburrida y todavía no traducida al lenguaje del ciudadano sobre la edad de la jubilación, sus pros, sus contras, sus compensaciones y sus probablemente seguras lesiones. En estos días postcotización en los que tiembla más de un plan de pensiones, retirarse a tiempo se arrima a las tablas como, persiguiendo el símil, el corredor del encierro en la calle Estafeta de Pamplona. Unos para no correr riesgos (bancaria palabra también), otros para eso que llaman disfrutar de la vida. Uno de los pocos artículos que no tiene el corte inglés.

Recientemente se han jubilado algunos viejos amigos en edad al uso de hacerlo, pero sorprendentemente más jóvenes que uno mismo en lo que respecta a, digamos, el intelecto vital. Sus reflexiones, su conversación, sus estados de ánimo tienden a la verdad que uno aún no conoce. Y hacen levantar sospechas como tormentas, y no precisamente en el desierto. El mismo Gamoneda que nos cede este título -precioso, preciso y premonitorio-- habla, escribe, sobre la “claridad sin descanso de la vejez” y acerca de “conocer el error en el que descansa nuestro corazón”.

 

La coyuntura bestial de nuestros desgraciados días, en los que tratamos de ahorrar prohibiendo fumar pero sin bajar las tasas, ganándole luz al día, valga la extraña redundancia, o acotando miserablemente el límite de velocidad en autopistas, calles urbanas, peatonales incluso, caminos vecinales y paseos por las pistas finlandesas que en España son, ha dado en poner sobre la mesa (y carta sobre la mesa, pesa) otro límite: la jubilación a los 67 años. No sé, ni quiero, qué cantidad puede absorberse de esta mano de póker callejero. Sólo me interesa la calidad que pueda perderse. Estamos muy acostumbrados a decir, otro topicazo, que esto no pasa en Estados Unidos, Alemania o Gran Bretaña, por ejemplo. Pero es así: no pasa, salvo en excepciones eméritas de discutible pertinencia. En esta mesa redonda virtual es cierto que cabe de todo: el caradura, el mal encarado, el razonable, el pragmático, el luchador, el vago -es siempre el primero en llegar a la meta--, el tremendista y, a lo que voy, el sabio. El que, volviendo a Gamoneda, es dado a contemplar la gran oquedad.

Sé que no son los mejores momentos para hablar de trabajo porque hay demasiados millones de butacas vacías en el teatro de la poca imaginación, del miedo y de la miseria miserable de muchos administradores de pobreza.

 

Pero una vida de trabajo, entendida en los términos machadianos de la vitalidad, merece cualquiera de los respetos: desde el bueno hasta el mejor. La trayectoria, esa palabra que engloba cualquier tipo de hipocresía, de un futbolista sabemos todos, sobre todo los futboleros, es muy corta. Por eso antes lo que ganaban lo invertían en un negocio habitual: ferreterías, hoteles de tres estrellas, franquicias primerizas… Hoy, sabemos todos, no es lo mismo. Con el finiquito de una estrellita del fútbol se podría jubilar ciudad y media. De cualquier modo no está en el ánimo despistar el tema troncal de esta tesina de caleya. Hay gente que no se jubila. Suelen éstos deambular por los consejos de administración, las concesiones nobiliarias (que no mobiliarias) o, mucho más romántico, recorrer las cunetas, como la santa compaña. Hay gente que se jubila porque su objetivo, desde hace tantos años, era sencillamente jubilarse. Hay gente que cotiza por vicio, aunque se hubiese comenzado por virtud. Y hay gente que se jubila a la fuerza, es decir, obligado por la norma, ese papel sólido que no permite escribir en los márgenes. Esta gente, la de la vocación, se asusta por las horas perdidas, cree con paciencia que esto es una putada.

 

Esa gente que Bertolt Brecht denominó “la imprescindible” no lo lleva tan bien para nuestra desgracia, para el común de la vida. Habrá quienes piensen que no se desacostumbran a la rutina, pero ese quien no sabe qué es la rutina, que no es otra cosa que la vida misma. Y no sabe tampoco que el enriquecimiento personal en áreas de sabiduría, día a día, tenga uno la edad de la norma o no la tenga es lo que mueve el mundo por la parte trasera, por la que menos conocemos y por la que, sin embargo, respiramos y habitamos. ¿Cuánto talento se pierde cada día por ponerle fecha al raciocinio? No hace falta ser ni de letras ni de ciencias, ni ciudadano del mundo siquiera. Quienes ahora se van por decreto anormal no volverán jamás.

Arden las pérdidas.



6 comentarios

  • # Guille Responder

    09/06/2011 17:12

    Acabo de descubrir con el tema presentado en el video de este blog a este músico y estoy de acuerdo en que es una gozada. Auténtico disfrute

  • # Peter Responder

    09/06/2011 22:57

    Muy recomendable, música para pasar un buen momento.

  • # J.M. Responder

    09/06/2011 22:59

    Llevo escuchando el tema siete veces seguidas y sigo disfrutanto y encontrando novedades. Que bueno...

  • # JIM Responder

    09/06/2011 22:59

    Coincido con el anterior comentario de Guille: UN DESCUBRIMIENTO

  • # montse Responder

    10/06/2011 09:35

    Conocía al cantante, pero no en esta faceta. Me gusta.

  • # Esarte Responder

    22/06/2011 17:58

    Daremos buena cuenta de este fenómeno. Investigar cosas buenas estimula el ánimo

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