Los patos pagan el pato

 

El conflicto faunístico que se está desarrollando en Gijón, en el parque de Isabel la Católica y sus aledaños, entre nutrias y patos tiene unos claros perdedores: los patos y especies análogas.

No de otro lado se podría inclinar la balanza de la victoria cuando quienes compiten son depredadores y presas.

Todos debemos dar la bienvenida a las nutrias porque su presencia pone de manifiesto que las aguas del río Piles han alcanzado las más altas cotas de salubridad y de excelencia.

 

Ocurre, sin embargo, que el citado parque no es una reserva natural, no es el Kruger National Park de Sudáfrica, ni el Parque Nacional de Serengeti, en Tanzania. Es un espacio urbano en el que patos, cisnes y ocas han sido introducidos por la mano del hombre para deleite y disfrute de los ciudadanos.

Precisamente para asegurar su presencia permanente en el parque han sido alicortados.

Estamos, pues, en presencia de una lucha desigual. Es como si en un combate de boxeo uno de los contendientes compitiera con las manos atadas.

 

Los patos, las ocas, los cisnes y los pavos reales constituían hasta ahora motivo de recreo y goce para los más pequeños (y algunos mayores), que se entretenían dándoles de comer barquillos, gusanitos, pan y otras golosinas.

El tema, tal como está planteado, ha derivado en una contienda dialéctica entre partidarios de nutrias y partidarios de aves. No se trata de eso. El objetivo es que ambas especies puedan convivir sin que una, indefensa, sufra, inerme, las agresiones de la otra.

 

En la naturaleza, la convivencia se desarrolla a través de los métodos habituales de selección natural: los débiles sucumben ante los fuertes. Pero en este caso los débiles están acorralados y son siempre los mismos.

Seguramente sería muy atractivo para el parque Isabel la Católica contar con osos, lobos, rebecos y ciervos, animales todos ellos tan totémicos de nuestra región como las nutrias, pero a nadie con dos dedos de frente se le ocurriría ubicarlos en el mismo recinto.

 

Al hilo de este conflicto surgen interrogantes. ¿Se permitiría que una familia en situación económica delicada se dedicara a capturar los patos del parque para su manutención?

Sin duda alguna sería sancionada por el Ayuntamiento.

¿Tendrían que disfrazarse de nutrias para estar a resguardo de conductas reprobables?

¿Son los seres humanos una especie protegida?

 

Ironías al margen, si todas las partes implicadas recuperan el sentido común, harán lo posible para que nutrias y aves puedan convivir, pero en recintos debidamente separados y siempre que se provea la alimentación de aquellas.

 

Estas medidas permitirían también poder seguir disfrutando del espectáculo de color, del regalo para la vista, del privilegio que nos vienen proporcionando las aves migratorias acostumbradas a utilizar el parque como lugar de reposo y que han ido paulatinamente abandonando esta escala, o reduciendo su permanencia, por la presencia de las nutrias.

 

Dicen los partidarios de los mustélidos que no se les puede imputar en exclusiva la matanza que sufren las aves. Quizá no en su totalidad, pero todos los indicios apuntan a que la carnicería que padecen los palmípedos está fechada a partir de la aparición de las nutrias.

En todo caso, de no adoptarse alguna solución razonable, asistiremos a diario al canto del cisne, que, como se dice, es una especie de ronquido desentonado que, en un alarde de curiosa y lírica costumbre, emiten estas aves justo antes de morir.

 



Dejar un comentario

captcha