El lenguaje de las flores

 

Se acercan fechas muy emotivas. La visita a los cementerios se ha convertido en un clásico del primer día de noviembre, al igual que la limpieza y adecentamiento de tumbas y nichos los días previos.

Tradicionalmente pensamos en los cementerios como espacios lúgubres, misteriosos, tristes, incluso desagradables, a los que acudimos por obligación una vez al año casi más por el qué dirán que por convencimiento propio, aun a pesar de que el recinto es el lugar de reposo de nuestros seres queridos.

Es posible, sin embargo, intentar adoptar un enfoque distinto que nos permita disfrutar de nuestra visita al cementerio e incluso frecuentarlo con más asiduidad.

Las alternativas que vamos a ofrecer no son una utopía, muy al contrario, conforman el contenido de las visitas del denominado turismo necrológico, que forma parte de los paquetes que ofrecen las agencias de viajes y que ha dado lugar a la creación de un organismo ad hoc para estudiarlo: el Instituto de Estudios sobre Turismo Necrológico de la Universidad Central Lancashire (Inglaterra).

Algunos cementerios, no todos, nos ofrecen una muestra variada de la botánica funeraria: el ciprés, la palmera, el sauce llorón, la encina, el roble, el álamo, el olmo, el arce, las cañas están presentes en la mayoría de los cementerios.

Quizá nos sorprenda la ausencia de árboles frutales. La recomendación general es obviar estas especies, porque si ingiriéramos sus frutos estaríamos nutriéndonos de las esencias vitales de los difuntos que han hecho crecer esos árboles y alimentado, por tanto, esos frutos.

La epigrafía mortuoria es otro de los atractivos que podemos encontrar en nuestro paseo por el camposanto.

La epigrafía funeraria está integrada por los epitafios que recuerdan la muerte y señalan el lugar de entierro de alguien. Ha sufrido una profunda decadencia. De los epitafios que a mediados del siglo XX y anteriores nos transmitían la biografía abreviada del difunto o la expresión de dolor de sus feudos, se ha pasado a una epigrafía inexpresiva, que nada nos indica sobre quien yace tras ella. Un escueto rótulo “Familia García” constituye el único referente de esta disciplina.

Aun así, todavía es posible encontrar epitafios que encierran un gran simbolismo religioso y de cariño. Seguimos sorprendiéndonos, por el optimismo que rezuma, con aquel que reza: “La muerte es el adorno que pongo al regalo de mi vida”. No le va a la zaga este otro: “Yace en eterno descanso en este lúgubre y yermo lugar no solo el cuerpo de un ser, sino de otros, la felicidad”.

En fin, recorrer las tumbas, leer sus epitafios, constituye un buen método para reflexionar sobre el sentimiento humano ante un acontecimiento que, no por temido, deja de ser natural.

Pero quizá el día de Todos los Santos sea el más apropiado para adentrarnos en el conocimiento del lenguaje de las flores que los deudos ofrecen a sus muertos y que, quizá sin que estos sean conscientes de ello, encierran profundos mensajes de amor, ternura, decepción, nostalgia y dolor.

Aunque no hay unanimidad a la hora de atribuir a cada flor un significado, es posible atribuir los siguientes a las especies florales más habituales en estas fechas (tomamos como referencia el libro “El lenguaje de las flores”, de Vanesa Diffenbaugh, así como la mejor doctrina, como decimos los juristas):

Acebo: previsión

Alhelí: siempre me parecerás hermosa

            Aloe: pena

            Amapola: eres fantástica

            Begonia: prudencia

            Cala: modestia

            Caléndula: dolor

            Camomila: energía en la adversidad

            Camelia: mi destino está en tus manos

            Campanilla: consuelo y esperanza

            Ciclamen: tímida esperanza

            Clavel rayado: no puedo estar sin ti

            Clavel rojo: se me parte el corazón

            Crisantemo: te quise de verdad

            Eucalipto: sigues protegiéndome

            Geranio: devoción imperecedera

            Gladiolo: tengo roto el corazón

            Helecho: mis lágrimas son sinceras

            Hortensia: apatía

            Jacinto: perdóname

            Jazmín: fuiste una delicia

            Lavanda: siempre desconfié

            Limón: a pesar de la desgracia, soy entusiasta

            Lirio: te envío un mensaje de devoción, de pureza, de castidad

            Muérdago: supero todos los obstáculos

            Narciso: volver a empezar, belleza, transformación

            Orégano: gozo

            Orquídea: belleza refinada

            Pensamiento: piensa en mí como yo pienso en ti, no me olvides

            Petunia: pensar en ti me tranquiliza

            Rosa amarilla: infidelidad

            Rosa blanca: corazón puro

            Rosa roja: te quiero

            Saúco: siento compasión

            Siempreviva: recuerdo, vida eterna

            Tulipán: te declaro mi amor eterno

            Verbena: reza por mí como yo rezo por ti

            Violeta: humildad y modestia.

            En fin, nuestro paseo por “El jardín melancólico”, como lo ha llamado Francisco Quirós Linares, a la vez que un testimonio de respeto hacia nuestros difuntos, puede convertirse también en un momento adecuado para adentrarnos en el conocimiento de disciplinas tan interesantes como la botánica funeraria, la epigrafía mortuoria y el lenguaje de las flores en esa suerte de aula al aire libre en que se convierten los cementerios en estas fechas.



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