Ventana abierta

 Sexus, dice el latinazo, y con ello se marcó la diferencia orgánica y física del comportamiento entre el macho y la hembra en los animales y alguna extraña planta. Nosotros, los seres humanos, estamos en el primer grupo… con matices.

 

No sé si la arboleda del parque cercano sabe de ello. En su esbeltez, movimiento de ramas y hasta caída de hojas,  posee un aire de retoño dulzón, un vaho de “paloma helada” al decir de García Lorca.

 

 Una universidad americana informa que Internet  posee más páginas dedicas al sexo que a cualquier otro tema.

 

Ya en las postrimerías de la Baja Edad Media,  Juan Ruiz, alias Arcipreste de Hita, en su “Libro del Buen Amor”, recordando a Aristóteles exponía con sapiente gracia en noble castellano:

 

“El mundo por dos cosas trabaja: la primera, por aver mantenencia; la otra era por aver juntamiento con fenbra plazentera”.

 

 La Constitución de Estados Unidos de América, firmada en Filadelfia en 1787, no tocó nada referente al género y, en esa carta donde se definen los derechos y libertades del pueblo, no aparece la firma  de una sola mujer.

 

 A los estadistas jamás se les  pasó la idea  de hacer factible la presencia de una matrona en un  documento  llamado a ser paradigma de los derechos de cada individuo. Debieron de pasar años para que la mujer pudiera votar. Esa enmienda fue propuesta el 4 de junio de 1919, ratificada un año después y en  la misma ya se hacía referencia al género.

 

Y ahora, en estos tiempos asombrosos, lo pueril ha desaparecido a cuenta de ese pasmoso tinglado llamado Internet.

 

 En un reciente viaje al suroeste asiático (Taiwán), acudíamos a una especie de ciber-café con la intención de  enviar la reseña periodística. Los caracteres del chino  mandarín nos complicaron, y con paciencia y resistencia, al final pudimos despachar las dos cuartillas.

 

 Nuestro asombro resultó mayúsculo al comprobar, cuando nos introducíamos en una página intentando hallar alguna información española, que inmediatamente venían un aluvión de ellas dedicadas al libídine infantil; eran contenidos preparados en Rusia, Hong Kong, Tailandia y otros lugares de Asia sin el menor tabú.

 

Había docenas de  fotografías de imberbes criaturas en obligadas poses eróticas. Era un espectáculo decadente compartido entre los internautas de esa  parte del mundo.

 Internet  es una ventana abierta y  la sexualidad su  ardor más inflamado.  Los límites -  buenos o malos -, se hallan en el inconmensurable infinito del éter o en  la moralidad  de cada uno de nosotros.



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