Espíritu abierto

 El pensador George Steiner, dijo en Oviedo al recibir el Premio Príncipe de Asturias en Comunicación y Humanidades:

“Bajo las circunstancias actuales, quiero decir que algunos problemas son más grandes que nuestros cerebros. ”

 Parece haber sido así desde siempre de una forma u otra, y en la actualidad, cuando la raza humana está tocando el borde de la concepción universal tenemos preguntas bien encaminadas intentando rebuscar las razones de la preexistencia y las leyes físicas que nos sostienen en el Cosmos, al ser de suma urgencia la potencialidad del fuerzo  interior.

El vienés Erwin Schrödinger, Premio Nobel  debido a sus conceptos de la mecánica cuántica, nos ofreció un pequeño libro de nombre  “¿Qué es la vida?”, creando con ello un reguero de interminables preguntas tanto científicas como filosóficas que hoy, sigue manteniendo  juiciosas polémicas en  paraninfos universitarios.

 No es cierto que desde los tiempos de las cavernas no hemos aprendido nada, solamente a enterrar a nuestros muertos.

Partiendo de los asombrosos dibujos en la cueva de Altamira, al "El arte de la guerra" del maestro Sun Tzu, hasta llegar a la revolución del lenguaje y el sentido de la literatura tal como hoy la conocemos, parece haber pasado una eternidad,  aunque solamente sucedió el tiempo necesario  de ir de la quijada de asno a desmembrar el átomo.

En “El desfile de la vida”, John Hodgdon Bradley  - paleontólogo con alma de poeta -  nos toma de la mano como si fuéramos niños indefensos, y nos lleva entre  los infinitos senderos de los evos de la vida.

 Al comienzo de la lectura se nos recuerda que debemos prepararnos en conciencia y con el espíritu abierto, pues vamos a realizar un viaje relativo a  un pasado de millones de años hacia los mares de las rocas y los fósiles, y así escucharlos hablar en un lenguaje conmovedor, al ser el eco del renacer humano.

 Estamos asustados. Somos cuerpos en las sombras. Ignoramos cómo empezó la vida, ni dónde, ni exactamente cuándo.

Hicimos poesía, música, prosa  excelsa, alabamos al Creador, levantamos cohetes a la oscuridad del espacio y clonamos seres vivos; glorificamos  las Pirámides, el Partenón y el Faro de Alejandría; moldeamos en mármol “La Venus de Milo” y, en un toque de inspiración noble, nació   el “El Paraíso perdido”,  los poemas de Petrarca, “Hojas de hierba” y la partitura de  “El himno a la alegría".

 Y aunque aún no hemos aprendido a formar una humanidad en el que imperase el respeto supremo a la existencia, no hay duda: todo se andará.

La inteligencia es un fuego fatuo que se escapa de las barreras de la definición.  Y ahí entra Steiner al reconocer como ciertos problemas son más grandes que nuestros cerebros.

Con todo, seguimos creyendo  en la potencialidad del ser humano. Su permanente lucha, ese pretérito enfrentamiento contra los elementos y los quebrantamientos del espíritu,   recordándonos persistentemente, aún en las peores circunstancias, los valores eternos, esos que nos hacen levantarnos sobre nuestros propios  errores y mirar el horizonte reparador con romántica ilusión.



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