El grito

He traído en mis alforjas de viaje, comenzada en Alemania,  tres libros con el vago deseo de acerquen más al país, entre ellos uno dejado había inconcluso hace años y que posiblemente hoy, siga tan vivo como entonces: se trata de “El grito del sapo” del escritor polaco, pero residenciado en Alemania, Gunter Grass. Allí se cuenta una historia lúgubre y melancólica, como el grito del sapo, como la relación polaco-alemana, como la de Alemania actual y el incierto futuro que espera Europa o esperaba..., pues no creo que el Premio Nobel hubiera acertado en todas sus predilecciones. Ha trascurrido una década, y algo más, y las cosas no van bien; tampoco se han vuelto catastróficas.

  Grass tomo ese batracio porque  el sapo emite su sonido melodioso; no croa como las ranas. Se trata de un bello sonido con un eco melancólico, y es por esto que la superstición popular lo ha tomado como un signo de desventura. Luego del romanticismo incluyó el grito del sapo entre sus metáforas literarias.

 “Mi selección  - dice - se puede considerar una operación filológica: salvé del olvido una figura , un sonido y un animal que lo contrario habría sido sepultado en la memoria popular.

            En el libro se narra la historia de dos personajes, Alexandra y Alexander. Entre una polaca y un alemán, y representa la historia de las relaciones entre las dos naciones, siempre tirantes, siempre muy tristes. Pero cuenta Gunter Grass que la relación polaco –alemán no siempre fue una historia infeliz. “Antes de la oleada nacionalista del siglo XIX, tanto los alemanes como los judíos, junto a otras minorías, contribuyeron de manera esencial a formar lo que hoy en día se conoce como Polonia. Posteriormente, con la llegada del nacionalismo, se dio inicio a aquella desgracia historia que conocemos y que culminó con la ocupación nacionalsocialista del país”.

 Ante esto debe surgir una pregunta: ¿Qué representa para el la patria cuando se ha tenido dos madres: Polonia y Alemania?

 “Para mí “patria” es sólo algo que se perdió. Asimismo, creo que aquellos que todavía tienen una patria en realidad no la sienten como tal. Si ahora tratara de imaginar que Gdansk, mi patria, sigue siendo alemana, creo que tal Gdansk me sería bastante indiferente. Sólo a través de su pérdida esa ciudad adquirió una verdadera dimensión para mí”.

 Dejé el libro en la habitación del hotel Inter Continental y salí a las calles de Hamburgo, una especie de Venecia del norte. Tengo mañana un apretado programa de visitas, entre las que incluye el semanario Die Woche, el Senado de la ciudad estado federal  y algo que me agrada en demasía, la Casa Editorial Gruner+Jahr AG, por lo tanto  aprovecho lo que aún queda de la tarde, para recorrer el puerto, curiosamente unos de los principales de Europa, aunque esté situado a 100 kilómetros del mar. También cruzaremos  y algunos barrios, como Rotherbaum y una parte de Neustadt.

 No faltará el río Elba con tanta historia corriendo por sus aguas. No son días estos de hacer una excursión por el, pues las temperaturas han bajado muchísimo y los días anuncian nubes bajas y grises, pero si pasaremos por sus orillas, y posiblemente escucharemos el clonar de los sapos entre los pastizales cercanos.

 En Hamburgo, Alemania tiene esencias profundas de su alterado pasado histórico, pues esa anseática ciudad, llamada la “Venecia del norte”, Carlomagno comenzó a forjar la unidad de estas tierras, en unos tiempos en que el placido sapo  empezaba su larga andadura por las charcas europeas.



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