El Gordo cae donde más dolía: Villablino reparte 200 millones entre duelo minero, ceniza y una esperanza que vuelve a respirar

El Gordo cae donde más dolía: Villablino reparte 200 millones entre duelo minero, ceniza y una esperanza que vuelve a respirar

Villablino llevaba meses aguantando la respiración. Demasiados golpes seguidos para una comarca pequeña, envejecida y curtida en el dolor. El 2025 había sido un año áspero: accidentes mineros que dejaron muertos muy cercanos, incendios que tiñeron el cielo de ceniza en pleno verano y una sensación persistente de fragilidad, de ir siempre al límite. Y, de pronto, a las 10:45 de la mañana, el reloj se paró y ocurrió algo que no borra el luto, pero sí lo aligera: el Gordo de la Lotería de Navidad cayó en Villablino.

El número 79.432 dejó en la comarca una cifra difícil de asimilar en un valle acostumbrado a contar hasta el último euro: 200 millones de euros repartidos gracias a la distribución realizada por la Asociación de Familiares de Alzhéimer y otras Demencias de Laciana (AFADLA). No fue un premio concentrado en una sola mano, sino una lluvia fina y extensa: familias enteras, trabajadores, hosteleros, vecinos de toda la vida y también familiares directos de los mineros fallecidos en los accidentes de Cerredo y Vega de Rengos se encontraron, de golpe, con un motivo para levantar la cabeza.

Un premio que llega tras el año más duro

No es casual que la palabra más repetida ayer en Villablino no fuera “dinero”, sino “esperanza”. Porque este no había sido un año cualquiera. La explosión en la mina de Cerredo, en Degaña, se llevó por delante a cinco trabajadores; el derrumbe posterior en Vega de Rengos volvió a sacudir al suroccidente astur-leonés apenas unas semanas después. Eran hijos, amigos, compañeros de cuadrilla. Nombres con apellidos. Y a ese dolor se sumó un verano de incendios que mantuvo al valle en vilo durante días, con el miedo metido en el cuerpo y la ceniza cayendo sobre los tejados.

Por eso la celebración fue inevitablemente agridulce. Hubo champán, abrazos, lágrimas y sonrisas temblorosas. “La tristeza no se va, pero esto nos da ilusión”, resumía una vecina mientras descorchaba una botella. La frase se repetía, con distintas voces, en cada esquina.

El papel clave de la asociación

AFADLA no solo fue el vehículo de la suerte, sino también uno de los grandes beneficiados colectivos del premio. La asociación vendió 50 series completas del primer premio, lo que equivale a esos 200 millones que ahora circulan por Laciana. Y, además, conservó un décimo propio que permitirá algo muy concreto y muy necesario: comprar por fin un transporte adaptado nuevo.

En una comarca donde no existen taxis adaptados y donde la actual furgoneta de la asociación supera los veinte años de servicio, esa compra es casi tan importante como el propio premio. No es un capricho: es la diferencia entre que una persona con alzhéimer pueda acudir a terapia o se quede aislada en casa. Aquí, el Gordo no solo ha llenado bolsillos; ha reforzado cuidados.

Historias que explican el impacto real

Entre los agraciados hay historias que condensan el espíritu de este premio. Un hostelero que pasó el verano preparando cientos de bocadillos para los equipos que luchaban contra el fuego y que ahora reconoce que cambiaría cada euro por recuperar a su mejor amigo, uno de los mineros fallecidos. Familias con varios hijos estudiando que ven garantizado su futuro inmediato. Personas mayores que compraron un décimo casi por costumbre y que, a sus noventa años, se encuentran con una seguridad económica impensable hace solo una semana.

También hay jóvenes que se debaten entre quedarse o marcharse. El dinero abre opciones, pero también plantea una pregunta incómoda: ¿servirá este golpe de suerte para reactivar el valle o para facilitar la salida definitiva de quienes ya dudaban? Nadie lo sabe aún. El cava se acabará y llegará el momento de decidir.

Mucho más que una cifra

En términos fríos, el premio es gigantesco. En términos humanos, es otra cosa. Es la sensación de que, después de tanto castigo, la vida ha aflojado un poco el puño. Villablino no ha olvidado a sus muertos ni lo hará. Pero hoy camina más erguida. Hoy se permite celebrar sin sentirse culpable. Y en una tierra marcada por el carbón, el fuego y la pérdida, eso ya es, en sí mismo, un pequeño milagro.

Porque hay años en los que la lotería no cambia la vida.
Y hay otros —como este— en los que, al menos, la hace un poco más llevadera.

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