El propietario de Pachuca forzó una decisión límite, asumió el desgaste social y pagó un traspaso para colocar a su hombre de máxima confianza al frente del equipo en el momento más crítico de la temporada
El Real Oviedo llevaba semanas caminando hacia el abismo con una sensación que se había instalado en el vestuario, en la grada y en los despachos: esto se estaba escapando. La goleada en Sevilla no fue solo una derrota más. Fue el punto final. Antes incluso de que el avión aterrizara de regreso a Asturias, Luis Carrión ya estaba sentenciado. La decisión fue rápida, casi quirúrgica. No había margen para paños calientes.
A partir de ahí, todo ocurrió a gran velocidad… y con mucho ruido.
El primer nombre nunca salió de la cabeza de Martínez
En cuanto se activó el protocolo de sustitución, Jesús Martínez ya tenía claro a quién quería. No era una lista larga, ni un casting abierto. Era una idea fija: Guillermo Almada. El técnico uruguayo no era una opción más, era su opción. El entrenador con el que había trabajado codo con codo durante tres años en Pachuca, el que conoce su manera de entender el fútbol, la cantera, el vestuario y la presión.
Desde ese primer momento, Martínez jugó una partida casi en solitario. Escuchó, dejó que su entorno analizara alternativas, pero su convicción no se movió ni un milímetro.
Las dudas no fueron deportivas, fueron de contexto
El lunes fue el día más tenso. La operación se enredó. No porque el Valladolid no estuviera dispuesto a negociar —lo estaba desde el principio—, sino porque el entorno del Oviedo empezó a medir el impacto social de la decisión. El rechazo de la afición era evidente, inmediato, ruidoso. Redes sociales en llamas. Malestar interno. Y un detalle nada menor: había que pagar un traspaso por un entrenador en una situación económica delicada.
Durante horas, se barajaron planes B. Algún nombre conocido del fútbol español. Algún técnico con mejor aceptación pública. Incluso un perfil más conservador para apagar el incendio. Pero cada alternativa tenía un problema: ninguna convencía de verdad a Martínez.
El momento clave: una conversación y una decisión
La noche del lunes fue definitiva. Martínez habló de nuevo con Almada. Una conversación directa, sin rodeos. El uruguayo estaba decidido a dar el paso, aunque eso significara romper definitivamente con Valladolid. En ese instante, Martínez cerró filas consigo mismo. Asumió el desgaste, el coste económico y el ruido ambiental.
Orden clara: adelante.
El Oviedo pagaría el traspaso. Almada sería el entrenador. Pasara lo que pasara.
Un anuncio precipitado y un club incómodo
El nombramiento llegó casi de golpe, poco antes del entrenamiento, lo que generó incomodidad interna. No todos en el club estaban alineados con las formas ni con el fondo. Pero la decisión ya no tenía marcha atrás.
El rechazo del oviedismo fue inmediato y masivo. El club lo sabía. Martínez también. Y aun así, siguió adelante. No era una apuesta popular, era una apuesta personal.
¿Por qué Almada?
Porque es el entrenador que mejor encaja con la idea de fútbol del Grupo Pachuca:
– Juego ofensivo.
– Confianza en la cantera.
– Personalidad fuerte en el vestuario.
– Capacidad para trabajar bajo presión constante.
En Pachuca tocó la cima. Ganó títulos, construyó equipos reconocibles y dejó huella. En Valladolid, en cambio, el contexto fue otro: resultados irregulares, expectativas altísimas y un equipo que nunca terminó de arrancar. Ni allí ni aquí se le discute el método; se le discute el momento.
Un debut que vale más que tres puntos
Almada ya ha dirigido su primera sesión en El Requexón. Tiene apenas tres entrenamientos más antes del estreno ante el Celta en el Tartiere. El partido llega en el peor y el mejor momento posible: antes del parón, con la salvación lejos y con todo el foco encima.
No es solo un debut. Es un examen inmediato. Y probablemente injusto. Pero es el escenario que tocó.
El mensaje real de este fichaje
Más allá del fútbol, este movimiento deja una conclusión clara: en el Oviedo, cuando la situación es límite, manda Jesús Martínez. Y cuando manda, lo hace con nombres que conoce, no con consensos blandos.
Almada no llega como solución mágica. Llega como última bala.
Y esta vez, el propietario ha decidido dispararla sin mirar atrás.
