La goleada en Sevilla precipita una decisión drástica de Jesús Martínez, reabre viejas heridas en el oviedismo y coloca al fútbol asturiano ante uno de sus momentos más delicados de los últimos años
Oviedo, 15 de diciembre de 2025
El Real Oviedo ha vuelto a entrar en ese territorio que en Asturias se conoce demasiado bien: el de la urgencia, el miedo y las decisiones límite. La derrota por 4-0 en el Sánchez Pizjuán no fue solo una goleada más. Fue el punto final. El instante exacto en el que Jesús Martínez, máximo responsable del Grupo Pachuca, decidió cortar de raíz la etapa de Luis Carrión y activar un plan de emergencia con nombre propio: Guillermo Almada.
El técnico catalán ya es pasado. Uno breve, estéril y difícil de defender incluso desde la indulgencia. El Oviedo, penúltimo en la tabla, a cinco puntos de la salvación y sin una sola victoria desde su llegada, necesitaba algo más que paciencia. Y Pachuca no la tuvo.
Una destitución tomada en caliente… pero no improvisada
La decisión se tomó pocas horas después del partido en Sevilla, incluso antes de que la expedición azul subiera al avión de regreso. No fue fruto de un arrebato, pero sí de una constatación brutal: el equipo no solo pierde, sino que se diluye.
Hasta ese momento, Carrión había sobrevivido gracias a un argumento recurrente dentro del club: el Oviedo “competía mejor” que con Paunovic. Pero el fútbol es despiadado con los matices cuando los números no acompañan. Y los números de Carrión son demoledores.
Nueve partidos dirigidos, cero victorias, cinco derrotas y cuatro empates. Eliminación copera incluida ante el Ourense. El equipo pasó de la 17.ª a la 19.ª posición y apenas sumó cuatro puntos de los veintisiete posibles. La supuesta mejoría nunca se tradujo en resultados, ni en seguridad, ni en colmillo competitivo.
Sevilla fue la confirmación de que el proyecto estaba agotado antes de haber nacido.
Pachuca manda… y decide solo
La salida de Carrión responde a una decisión personal y directa de Jesús Martínez, dueño del grupo mexicano que controla el Real Oviedo. Dentro del club había voces que apostaban por concederle una última oportunidad, sobre todo teniendo en cuenta que el partido ante el Celta sería el último antes del parón navideño.
Pero Martínez no quiso esperar. Cortar por lo sano. Ese fue el verbo.
Y al hacerlo, recurrió al entrenador en el que más confía. Al hombre que representa, para él, una certeza emocional y futbolística: Guillermo Almada.
Almada, el viejo aliado al que se llama cuando todo arde
Si Almada acaba sentándose en el banquillo del Tartiere, no será un fichaje cualquiera. Será una declaración de intenciones.
El técnico uruguayo es el entrenador que mejor ha encarnado el modelo Pachuca en los últimos años. Con él, los Tuzos vivieron algunos de los mejores momentos de su historia reciente: el Apertura 2022, la Liga de Campeones de la Concacaf y un brillante papel en el Mundial de Clubes de 2024, con reconocimientos oficiales de la FIFA incluidos.
Jesús Martínez cree en Almada. Le cree de verdad. Por eso, en el momento más delicado del Oviedo desde la llegada del grupo mexicano, vuelve a mirar al pasado buscando una solución.
Una operación compleja… pero posible
La llegada de Almada no está cerrada, pero sí muy avanzada. El uruguayo tiene contrato con el Valladolid, al que llegó el pasado verano para iniciar su aventura en el fútbol español. Sus números allí no han sido malos, pero tampoco ilusionantes: seis victorias, seis empates y seis derrotas. El conjunto pucelano es décimo, fuera de los puestos de ascenso.
La clave está en la cesión de los derechos federativos, una fórmula legal que permitiría a Almada entrenar en Primera sin romper su vínculo contractual. Las excelentes relaciones entre clubes y propietarios facilitan la operación, y la situación deportiva del Valladolid podría acelerar el desenlace.
Para Almada, además, sería su gran oportunidad en la élite española. A los 56 años, el reto es tan atractivo como peligroso.
Un Oviedo al límite… y una región mirando de reojo
El entrenador que llegue —Almada salvo giro inesperado— se encontrará con un escenario crítico. El Oviedo es penúltimo, con el Levante aún por jugar su partido aplazado. La salvación está a cinco puntos. El margen de error, prácticamente a cero.
Y aquí es donde esta historia deja de ser solo del Oviedo para convertirse en un asunto de todo el deporte asturiano.
El Real Oviedo no es un club más. Es un símbolo, un termómetro emocional, una referencia que arrastra a miles de personas y que condiciona el pulso deportivo de la región. Su caída prolongada, su incapacidad para estabilizarse en Primera y su dependencia de decisiones externas generan una inquietud que va más allá del fútbol.
Asturias mira al Oviedo porque en su suerte también se refleja la fragilidad de su deporte profesional.
La afición estalla: comunicado duro de la APARO
Tras el despido de Carrión, la Asociación de Peñas del Real Oviedo (APARO) alzó la voz con un comunicado durísimo. Denuncian decisiones tomadas sin autocrítica, una gestión “no acorde a las circunstancias” y un creciente distanciamiento entre el club y su masa social.
Especialmente grave resulta la denuncia sobre actitudes impropias de algunos dirigentes ante las protestas de la afición. Gestos que, según las peñas, faltan al respeto a quienes sostienen al club cada fin de semana.
Eso sí, la APARO mantiene el respaldo al equipo: piden unidad, compromiso máximo a los jugadores y recuerdan que la afición seguirá estando ahí, aunque el club vuelva a caminar por el alambre.
Un nuevo giro en una historia que no encuentra paz
Bolo, Cervera, Calleja, Paunovic, Carrión… y ahora Almada. El carrusel de entrenadores desde la llegada de Pachuca evidencia una realidad incómoda: el Oviedo aún no ha encontrado un proyecto estable, ni deportivo ni emocional.
La apuesta por Almada es fuerte. Quizá la más fuerte desde que el grupo mexicano aterrizó en Asturias. Pero también es una apuesta de alto riesgo. Porque si falla, ya no quedarán muchas redes de seguridad.
El Tartiere vuelve a contener la respiración. Y Asturias entera, con él.
