¡Qué bello es vivir en Asturias en Navidad!

¡Qué bello es vivir en Asturias en Navidad!

Hay una película que muchos volvemos a ver cada Navidad, aunque a veces no sepamos explicar por qué. En ¿Qué bello es vivir?, un hombre descubre cómo habría sido el mundo si él no hubiera existido. No desaparecen grandes monumentos ni se detiene el tiempo. Lo que falta son gestos pequeños, encuentros cotidianos, vidas que nunca llegaron a cruzarse. Y entonces lo entiende: lo verdaderamente importante nunca fue lo grandioso, sino lo que parecía normal.

Con la Navidad en Asturias ocurre algo muy parecido.

Solo cuando uno imagina cómo sería diciembre sin ella, comprende hasta qué punto esta tierra ha construido una forma propia —y única— de celebrar, de reunirse y de resistir el invierno.

Si Asturias no existiera, el invierno sería solo invierno

Aquí la Navidad no irrumpe, llega despacio. No se impone con ruido ni con luces excesivas. Se filtra como la niebla en los valles o como el frío que entra por una ventana antigua. Sin Asturias, diciembre sería solo un mes. Con Asturias, diciembre es una espera: de la luz, del reencuentro, del regreso.

Si Asturias no hubiera existido, el invierno sería más largo y más hostil. Aquí, en cambio, el frío se domestica con chimenea, con guiso lento, con conversaciones que se alargan porque fuera no apetece marcharse.

El aguinaldo: cuando la Navidad se canta

En muchos pueblos asturianos aún se mantiene el aguinaldo cantado casa por casa. Grupos que salen a la calle, entonan coplas tradicionales —a veces en asturiano, a veces mezcladas— y llaman a las puertas. No buscan dinero. Buscan participación.

A cambio reciben un dulce, un trozo de embutido, un tragín, unas monedas. Pero lo importante es el gesto: la Navidad como acto colectivo, no como consumo individual.
Sin Asturias, esta forma de celebrar desaparecería. Y con ella, una manera antigua y hermosa de sentirse parte de algo.

Reyes Magos con barro en los zapatos

Asturias también ha sabido conservar cabalgatas donde los Reyes no son un espectáculo distante, sino vecinos del pueblo disfrazados con trajes que pasan de generación en generación. Los niños reconocen a quien va debajo de la barba… y aun así creen.

Es una Navidad imperfecta, cercana, hecha a mano.
Sin Asturias, los Reyes serían solo un desfile. Aquí siguen siendo una complicidad compartida.

El Belén que se parece a casa

En muchas casas, asociaciones y parroquias, el Belén no reproduce Judea: reproduce Asturias. Hórreos, paneras, madreñas, gochos, carros, montañas. El portal situado en un paisaje que podría ser el de cualquier aldea.

Es una forma silenciosa de decir que esta historia también sucede aquí.
Sin Asturias, los belenes serían genéricos. Aquí son territorio en miniatura.

El filandón: cuando el invierno se cuenta

En las noches largas de diciembre, resurgen filandones, reuniones al calor donde se cuentan historias, se canta, se recuerda. No como recreación turística, sino como costumbre recuperada o nunca del todo perdida.

Asturias entendió hace siglos algo esencial: el invierno no se aguanta, se narra.
Sin Asturias, la Navidad perdería esa dimensión íntima de palabra compartida.

Sidra, chigres y el “solo una”

La sidra en Navidad se escancia con más cuidado. Se brinda más despacio. Y los chigres se convierten en una segunda casa: lugares donde se entra a saludar, a reencontrarse, a ver a quienes solo vuelven en estas fechas.

Sin Asturias, la Navidad sería más privada. Aquí es también barra, calle y reencuentro.

Dulces, cocina lenta y el “come, ho”

Casadielles, arroz con leche, dulces que no se improvisan. Bandejas que reaparecen una y otra vez, acompañadas de una frase que no es sugerencia, es cariño: “come, ho”.

La Navidad asturiana no se mide en platos, sino en sobremesas.
Sin Asturias, el tiempo correría más rápido. Aquí se le pone freno.

Recordar a los que faltan

Hay algo profundamente asturiano en visitar el cementerio en Navidad. No como gesto triste, sino como continuidad. Se recuerda a quienes ya no están sin bajar la voz, sin dramatismo.

Asturias enseña que celebrar no es olvidar, sino seguir viviendo con todo lo vivido.
Sin Asturias, la Navidad sería más alegre quizá, pero también más superficial.

Como en la película: quitar Asturias del mapa

Eso es lo que hace el ángel en ¿Qué bello es vivir?: quitar a una persona del mapa y mostrar las consecuencias. Hagamos el mismo ejercicio.

Si Asturias no hubiera existido en Navidad:

  • no habría aguinaldo cantado,

  • ni belenes con hórreos,

  • ni Reyes con barro en los zapatos,

  • ni chigres convertidos en salón familiar,

  • ni sidra compartida como liturgia,

  • ni manera natural de convivir con la ausencia.

Nada de eso parece decisivo por separado.
Como en la película.

Pero cuando todo desaparece a la vez, el mundo se vuelve más frío, más pobre, más solo.

El milagro no es la Navidad. Es Asturias.

En ¿Qué bello es vivir? el milagro no baja del cielo. Nace de la gente, de la comunidad, de los vínculos tejidos durante años sin darse importancia.

La Navidad asturiana funciona igual. No es un espectáculo. No es una postal. Es una red invisible de tradiciones pequeñas que sostienen algo enorme: la sensación de pertenecer.

Por eso, cuando uno vuelve a Asturias en Navidad —aunque solo sea por unos días— no vuelve a un lugar. Vuelve a una manera de estar en el mundo.

Y entonces lo entiende todo.

Que no hacen falta ángeles para saberlo.
Que no hay que perderlo para valorarlo.

Que, simplemente…
qué bello es vivir en Asturias en Navidad.

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