Más de 137.000 asturianos viven hoy fuera de España. Allí donde están, levantaron una Asturias paralela hecha de sidra, memoria y pertenencia.
Asturias no se terminó en sus montañas ni en su costa.
Asturias continuó —y continúa— a miles de kilómetros, en ciudades donde nunca nevó como en Pajares ni llovió como en el Narcea, pero donde aún hoy se escancia sidra, se canta tonada y se dice con naturalidad: “yo soy asturiano”.
Los centros asturianos son la prueba más sólida de una verdad incómoda y hermosa: Asturias aprendió a sobrevivir marchándose, y supo mantenerse unida incluso cuando estaba dispersa por medio mundo.
La Asturias exterior, en cifras
Hoy hay 137.360 personas inscritas en el exterior con vinculación asturiana, según el censo oficial de residentes españoles en el extranjero. No es una cifra simbólica: es una Asturias entera fuera de casa.
Los principales destinos de la emigración asturiana siguen dibujando el mismo mapa que hace un siglo, con algunas incorporaciones modernas:
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Argentina: 34.264 asturianos
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México: 25.488
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Cuba: 16.913
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Estados Unidos: 9.608
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Bélgica: 7.474
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Chile: 4.736
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Francia: 4.673
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Venezuela: 3.929
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Alemania: 3.808
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Uruguay: 3.622
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Suiza: 3.409
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Reino Unido: 3.140
Detrás de cada número hay una historia de salida: hambre, trabajo, futuro, aventura, necesidad o simplemente supervivencia.
De la emigración al arraigo: por qué nacieron los centros asturianos
Los centros asturianos no nacieron como clubes folclóricos.
Nacieron como redes de auxilio.
En América y Europa, el asturiano recién llegado encontraba allí:
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ayuda para conseguir trabajo,
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apoyo médico,
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contacto con paisanos,
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y algo todavía más importante: no sentirse solo.
Con el tiempo, esas sociedades se institucionalizaron. Y lo que empezó como ayuda mutua acabó convirtiéndose en guardianes de la identidad.
Buenos Aires: la gran capital emocional de Asturias
Argentina no es solo el primer país del mundo en número de asturianos: es, para muchos, la segunda Asturias.
El Centro Asturiano de Buenos Aires, fundado en 1886, es uno de los más antiguos y emblemáticos del mundo. Hoy cuenta con más de 4.000 socios activos, y su influencia va mucho más allá de sus paredes.
Allí:
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se celebra cada año el Día de Asturias,
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se enseña gaita y baile tradicional,
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se mantienen coros y grupos de tonada,
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y se transmite una identidad que ya pertenece, en muchos casos, a terceras y cuartas generaciones.
Para miles de descendientes, ese centro ha sido la única Asturias que han conocido… y ha bastado.
México: la gran potencia de la asturianía organizada
Si hay un centro que impresiona por escala, ese es el Centro Asturiano de México. Con más de 30.000 socios, es uno de los mayores centros regionales de España en el mundo.
México es hoy el segundo país con más asturianos registrados, y el centro ha funcionado durante décadas como:
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institución social,
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espacio cultural,
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lugar de encuentro empresarial,
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y punto de referencia para la colectividad española.
Allí, la identidad asturiana no se conserva: se practica.
Cuba: el origen de todo
Hablar de centros asturianos sin mencionar Cuba es imposible.
En La Habana, el Centro Asturiano fue durante décadas una auténtica ciudad dentro de la ciudad.
A principios del siglo XX llegó a superar los 50.000 afiliados, una cifra colosal para la época. Hoy, aunque el contexto es muy distinto, Cuba sigue siendo el tercer país del mundo con más asturianos inscritos, prueba de una raíz que no se ha arrancado ni con el tiempo ni con la historia.
Europa: la emigración silenciosa que también creó comunidad
Bélgica, Suiza, Alemania, Francia o Reino Unido forman parte de la emigración menos épica y más industrial. Mineros, metalúrgicos, obreros… y después, jóvenes titulados.
En Bélgica, con más de 7.400 asturianos, surgieron asociaciones y centros que hoy conviven con una nueva generación llegada tras la crisis de 2008. Dos épocas, un mismo sentimiento: Asturias se echa de menos igual en 1965 que en 2015.
Qué se conserva (y por qué importa)
En los centros asturianos se conserva:
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la sidra, escanciada como en casa;
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la gaita, tocada por quienes nunca pisaron Asturias;
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el habla, aunque sea a retazos;
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la memoria familiar.
Pero, sobre todo, se conserva una idea:
Asturias es algo que se lleva dentro, no solo donde se nace.
El gran reto: que no se apague la luz
Muchos centros afrontan hoy un desafío evidente:
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socios que envejecen,
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menos relevo,
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menos recursos.
Los que sobreviven lo hacen reinventándose: abriéndose a los jóvenes que emigran hoy, conectando con Asturias, modernizando su actividad sin perder su alma.
Porque cerrar un centro asturiano no es cerrar un local:
es cerrar un capítulo entero de la historia de Asturias.
Asturias también vive fuera
Hoy, cuando Asturias habla de futuro, no puede hacerlo sin mirar a su Asturias exterior.
Una comunidad de más de 137.000 personas que siguen sintiéndose parte de esta tierra, aunque vivan lejos.
Los centros asturianos no son nostalgia.
Son resistencia cultural.
Son memoria organizada.
Son la prueba de que Asturias, aun siendo pequeña, aprendió a ser inmensa.
Porque muchos se fueron.
Algunos nunca volvieron.
Pero gracias a ellos, Asturias nunca se fue del todo.
