Familias enfrentadas, agendas incompatibles y un movimiento que ya no marcha junto ni habla el mismo idioma
Durante años se ha repetido una idea como un mantra: el feminismo es un movimiento unitario, transversal y moralmente incontestable. Sin embargo, basta con observar qué ocurre cada 8 de marzo en España para comprobar que esa unidad es, como mínimo, una ficción sostenida por el relato político.
Marchas separadas. Lemas distintos. Liderazgos enfrentados. Y, lo más significativo: todas se llaman feministas, pero no defienden lo mismo.
Lo que estamos viendo hoy —y lo que ha estallado con especial crudeza en el PSOE— no es una crisis coyuntural. Es la consecuencia lógica de años de ocultar una fractura ideológica profunda, especialmente entre las propias mujeres.
Un movimiento que dejó de ser uno
En España conviven varios feminismos, no uno. Y no es una cuestión de matices: en muchos puntos clave son irreconciliables.
1. Feminismo clásico o abolicionista
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Considera la prostitución una forma de violencia estructural.
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Rechaza la maternidad subrogada por entenderla como explotación del cuerpo femenino.
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Defiende el sexo como realidad biológica.
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Ve con enorme recelo la mercantilización del cuerpo y del deseo.
2. Feminismo liberal o regulacionista
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Defiende la regulación de la prostitución como “trabajo sexual”.
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Acepta la maternidad subrogada bajo determinadas condiciones.
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Pone el foco en la autonomía individual por encima del marco estructural.
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Conecta con lógicas de mercado y derechos individuales.
3. Feminismo queer o identitario
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Cuestiona la centralidad del sexo biológico.
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Prioriza la identidad autopercibida.
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Choca frontalmente con el feminismo clásico en cuestiones como los espacios segregados o el lenguaje.
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Ha ganado influencia institucional y mediática en los últimos años.
Estas corrientes no solo discrepan: se acusan mutuamente de traicionar a las mujeres.
El 8-M como prueba empírica del fracaso
El dato es incontestable: desde hace años no hay una sola manifestación del 8-M en España, sino varias.
En Madrid, Barcelona, Sevilla o Bilbao, las marchas se dividen, a veces incluso en horarios distintos.
No es un detalle anecdótico:
es la prueba visual de que el movimiento está roto.
Cada bloque lleva sus pancartas, sus consignas y sus líderes. Y, sin embargo, desde la política se sigue hablando de “el feminismo” como si fuera una sola voz.
No lo es.
El PSOE: cuando el relato feminista choca con la realidad
El Partido Socialista ha hecho del feminismo uno de los pilares de su identidad política. Ha legislado, ha creado ministerios, ha impulsado discursos y ha convertido la etiqueta feminista en sello moral.
Pero la actual sucesión de denuncias por acoso dentro del propio partido ha abierto una grieta devastadora:
¿qué ocurre cuando quienes encarnaban ese discurso caen bajo sus propias reglas?
Aquí el problema no es solo penal o ético. Es ideológico.
Porque el PSOE no ha resuelto —ni dentro ni fuera— qué feminismo defiende realmente. Ha intentado contentar a todos y ha acabado sin contentar a nadie.
Las mujeres, atrapadas en un relato que no decidieron
Uno de los aspectos menos analizados de esta crisis es este:
muchas mujeres han comprado un discurso de unidad que no se corresponde con su experiencia real.
Se les ha dicho que:
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disentir es traicionar,
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preguntar es sospechoso,
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matizar es machismo,
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y criticar el feminismo hegemónico es ponerse “del lado del enemigo”.
El resultado es una paradoja inquietante:
un movimiento que nació para liberar a las mujeres ha terminado imponiendo dogmas internos.
Las mujeres no están más unidas que antes. Están más fragmentadas, más presionadas y, en muchos casos, silenciadas por otras mujeres.
La gran mentira: no todo lo que se llama feminismo lo es
El mayor error —y el más rentable políticamente— ha sido equiparar feminismo con una sola agenda.
Eso ha permitido:
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blindar discursos,
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desactivar críticas,
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y convertir cualquier disidencia en anatema.
Pero la realidad se impone:
no se puede llamar feminismo a proyectos que se anulan entre sí.
Cuando unas defienden abolir la prostitución y otras regularla.
Cuando unas rechazan la gestación subrogada y otras la promueven.
Cuando unas hablan de derechos de las mujeres y otras diluyen el concepto mismo de mujer.
Eso no es pluralidad: es conflicto ideológico.
Lo que está estallando no es el feminismo, es el engaño
Lo que estamos viendo estos días en el PSOE, y lo que se ve cada 8-M en las calles, no es el fracaso del feminismo como lucha histórica por la igualdad.
Es el fracaso de haber vendido una unidad que no existía.
Las mujeres no han fallado.
Ha fallado un relato que las trató como bloque homogéneo, que ocultó las diferencias reales y que usó la palabra “feminismo” como arma política y escudo moral.
Hoy, ese relato se resquebraja.
Y lo hace porque la realidad —como siempre— acaba pasando factura.
