Denuncias anónimas, filtraciones, dimisiones y silencios: anatomía de un terremoto que reordena el poder sin que nadie dé la cara
En política, casi nunca gana quien parece ganar a primera vista. Y casi nunca pierde solo quien dimite. Lo que está ocurriendo en el PSOE en las últimas semanas, con una sucesión de denuncias por acoso, expedientes internos y salidas fulminantes de cargos relevantes, no es únicamente una crisis ética: es una crisis de poder, de gestión y de relato.
Las denuncias existen y deben investigarse con toda la protección a las víctimas. Pero el modo en que estallan, el momento elegido, los perfiles afectados y la cadena de consecuencias han abierto una pregunta incómoda que nadie formula oficialmente, pero que atraviesa federaciones, despachos y conversaciones reservadas:
¿a quién beneficia realmente este terremoto?
La cronología que alimenta las sospechas
Los hechos, ordenados, dicen mucho más que cualquier teoría.
Primero, el caso de Francisco Salazar, dirigente cercano al entorno de Moncloa. El PSOE acaba calificando su conducta como “falta muy grave”, admite fallos en la gestión inicial y se ve obligado a pedir disculpas públicas y anunciar una revisión del protocolo antiacoso.
Después llegan otros episodios:
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Antonio Navarro, dirigente socialista en Torremolinos, es suspendido de militancia tras una denuncia.
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José Tomé, presidente de la Diputación de Lugo, dimite tras salir a la luz un escrito presentado en el canal interno del partido, provocando además una crisis institucional que lleva al BNG a abandonar la junta de gobierno.
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Javier Izquierdo, senador por Valladolid y miembro de la Ejecutiva Federal, renuncia a todos sus cargos tras publicarse la existencia de una denuncia interna.
En todos los casos se repite una secuencia similar: denuncia interna, gestión opaca o lenta, publicación en medios y dimisión inmediata. Cuando el partido reacciona, el daño ya está hecho.
El canal antiacoso: necesario, pero bajo sospecha
El PSOE insiste —con razón— en que los canales confidenciales de denuncia son imprescindibles para proteger a las víctimas. Sin embargo, la crisis ha puesto el foco en cómo se gestionan esos canales, qué plazos existen, quién tiene acceso a la información y por qué algunas alertas no activaron respuestas inmediatas.
El propio partido ha tenido que explicar públicamente aspectos técnicos del sistema y reconocer errores de comunicación. Esa falta de transparencia inicial ha generado un efecto colateral devastador: la desconfianza interna.
Cuando nadie sabe exactamente qué ha pasado ni cuándo, el vacío se llena de interpretaciones. Y en política, la interpretación suele ser interesada.
Cuando el término aparece desde dentro: “fuego amigo”
La hipótesis del “fuego amigo” no nace en tertulias externas. En uno de los casos, el propio dirigente afectado llegó a utilizar públicamente esa expresión para negar las acusaciones y denunciar una supuesta maniobra interna.
Eso no demuestra que tenga razón. Pero sí demuestra algo fundamental:
la explicación circula dentro del PSOE con naturalidad suficiente como para ser verbalizada por un implicado.
Cuando un partido empieza a explicarse a sí mismo sus crisis en clave de facciones, el problema ya no es solo el caso concreto, sino la ruptura de la confianza interna.
Quién gana (con datos y efectos medibles)
1. La oposición
El Partido Popular ha encontrado en esta crisis un filón político evidente. No necesita probar nada: le basta con señalar la contradicción entre el discurso feminista del PSOE y la acumulación de casos. El resultado es presión parlamentaria, peticiones de explicaciones y un marco narrativo difícil de desmontar.
2. Los socios de investidura
Para los aliados parlamentarios del PSOE, la crisis es una oportunidad para subir el precio político. Exigen contundencia, cambios en protocolos y explicaciones públicas, sabiendo que el margen de maniobra del partido es ahora menor.
3. El sector interno que pedía más dureza
Las voces que reclamaban protocolos más estrictos, actuación inmediata y tolerancia cero han visto cómo la realidad valida sus advertencias. La dirección se ve obligada a revisar normas y reforzar medidas, otorgando peso político a ese sector.
4. Los medios que marcan agenda
Las filtraciones y publicaciones han sido el detonante de casi todas las decisiones relevantes. Quien controla los tiempos informativos, controla también el ritmo de la crisis. El PSOE ha ido siempre un paso por detrás.
5. Las facciones internas… como incentivo, no como prueba
No hay datos que demuestren una operación coordinada. Pero sí hay incentivos claros: la caída de perfiles próximos a la dirección federal abre huecos de poder, reequilibra orgánicas y altera listas futuras. En política, eso siempre beneficia a alguien.
Quién pierde (y aquí los datos pesan más)
1. El PSOE como marca
Más allá de los casos concretos, el partido sufre un desgaste profundo en uno de sus principales ejes identitarios: la igualdad. La sucesión de episodios transmite sensación de descontrol y mina la credibilidad.
2. Pedro Sánchez
Aunque no esté implicado directamente, el presidente paga el coste reputacional. Los casos afectan a personas de su entorno político y obligan a Moncloa a reaccionar en defensiva. En política, la proximidad basta para contaminar.
3. Ferraz y su gestión
La dirección del partido queda retratada como reactiva, no proactiva. Explica tarde, corrige sobre la marcha y admite errores cuando la crisis ya está desatada. Eso debilita su autoridad interna.
4. Los territorios
En Galicia, el caso Tomé provoca una crisis institucional con efectos inmediatos. Los barones regionales ven cómo un problema interno se convierte en un incendio político local sin margen de maniobra.
5. Los implicados
Dimisiones, suspensiones y expedientes significan, en la práctica, el final de carreras políticas, independientemente de cómo acaben los procesos. El daño ya es irreversible.
6. La agenda de gobierno
Cada día que el PSOE habla de esto es un día que no habla de políticas públicas. La crisis consume tiempo, energía y capital político.
La paradoja final
A día de hoy no hay pruebas concluyentes de una operación de fuego amigo. Decirlo sería irresponsable. Pero ignorar que la hipótesis existe, circula y se alimenta de hechos objetivos —timing, filtraciones, perfiles afectados y mala gestión— también lo sería.
La paradoja es clara:
aunque no haya conspiración, la forma en que se han gestionado los casos hace que parezca verosímil.
Y en política, lo verosímil pesa casi tanto como lo verdadero.
El mayor riesgo no es el escándalo, sino la sospecha permanente
El PSOE se enfrenta ahora a un desafío mayor que los casos concretos: reconstruir la confianza interna y externa. Investigar con rigor, proteger a las víctimas y depurar responsabilidades es imprescindible. Pero también lo es cerrar la puerta a la sensación de guerra interna, porque una organización que sospecha de sí misma empieza a perder antes de que nadie la derrote.
En este terremoto, algunos ganan posiciones. Otros pierden carreras.
Pero, de momento, el partido pierde estabilidad.
Y esa es la factura más difícil de pagar.
