Gijón vuelve a despertarse con una realidad que estremece: tres personas sin hogar han muerto en apenas un mes en distintos puntos de la ciudad. La última víctima, un hombre de 63 años, fue hallado sin vida este sábado en un cajero de la plaza del Carmen, lugar que utilizaba habitualmente como refugio para dormir. Este encadenamiento de fallecimientos ha provocado una profunda preocupación institucional y reabre un debate que ya no admite aplazamientos: ¿cómo es posible que, pese a la red de recursos existente, haya personas que sigan muriendo solas en las calles de la ciudad?
El caso más reciente ocurrió después de que dos trabajadoras sociales intentaran convencer al hombre para que acudiera al Hospital de Cabueñes, dado que presentaba un proceso respiratorio severo. Rechazó la ayuda, una situación que los equipos especializados conocen bien y que tensiona uno de los dilemas más difíciles del ámbito social: respetar la autonomía de la persona, incluso cuando su salud está en grave riesgo. Su muerte, como las anteriores, ha sido asumida por las instituciones como una tragedia que evidencia que la calle no solo empobrece: mata.
Las otras dos muertes recientes también tuvieron lugar en espacios utilizados como refugio improvisado. Una de las víctimas apareció en una sucursal bancaria de la avenida de la Argentina, donde pasaba las noches; la otra, en una zona céntrica de la ciudad. Ninguna de estas circunstancias es ajena al personal de los servicios sociales ni a las entidades que trabajan sobre el terreno: conocen a estas personas, las acompañan, las animan a aceptar ayuda… pero no siempre pueden evitar el desenlace.
Según los datos más actualizados del recuento municipal, Gijón registra alrededor de 290 personas en situación de sinhogarismo, de las cuales unas 76 duermen directamente en la calle. El resto depende de recursos como el Albergue Covadonga, los comedores sociales y otros dispositivos de emergencia. La Red de Inclusión Activa de Gijón (REDIA) —que agrupa al Ayuntamiento y a 21 entidades sociales— lleva tiempo advirtiendo de que el fenómeno no se limita a quienes se ven obligados a dormir al raso: también incluye a quienes pasan noches en coches, trasteros, portales, cajeros y naves abandonadas.
El Ayuntamiento ha reconocido la gravedad de lo ocurrido y ha subrayado la necesidad de reforzar la coordinación entre todos los agentes sociales, especialmente ante el inminente traslado temporal del Albergue Covadonga por sus obras de reforma. Las autoridades municipales han insistido en que ninguna persona debe quedar desatendida durante ese proceso y han convocado a REDIA para revisar las necesidades urgentes que la situación exige.
La llegada del invierno agrava todavía más la vulnerabilidad. Las temperaturas bajas, los problemas respiratorios, la desnutrición, la falta de acceso regular a atención sanitaria y el deterioro emocional actúan como un cóctel letal. Las instituciones recuerdan que no todas las personas sin hogar aceptan alojamiento o asistencia médica, lo cual obliga a los equipos sociales a un trabajo constante de acompañamiento, persuasión y seguimiento.
El drama gijonés se enmarca en un panorama nacional igualmente preocupante. En España, el número de personas sin hogar ha aumentado significativamente en los últimos años, y Asturias figura entre las comunidades con tasas más altas de sinhogarismo en relación con su población. La Estrategia Nacional para la lucha contra el Sinhogarismo plantea objetivos ambiciosos, como garantizar vivienda estable y reducir la presencia de personas durmiendo en la calle, pero su éxito depende de la capacidad de los municipios para traducir esos planes en recursos concretos, viviendas reales y atención integradora.
Gijón afronta, por tanto, un desafío que ya no puede considerarse coyuntural. Las tres muertes en un mes son un mensaje directo y doloroso: las medidas actuales no alcanzan a las personas más vulnerables, aquellas que duermen en cajeros, portales o bancos de parques, muchas veces negándose a acudir a los recursos formales.
El espejo que deja este mes es incómodo pero necesario. En una ciudad que presume de calidad de vida, cultura y bienestar, hay personas que siguen muriendo sin techo, sin cuidados y sin compañía. La cuestión ahora no es solo cuántos planes existen sobre el papel, sino qué pasos reales se van a dar para impedir que estas muertes se sigan repitiendo.
Gijón tiene ante sí un reto humanitario inaplazable: que la cuarta muerte no llegue antes de que la ciudad reaccione de verdad.
