Trump, Infantino y el esperpento del “Premio FIFA de la Paz”: la obsesión por el Nobel, la politización obscena del fútbol y la banalización global de la palabra “paz”

Trump, Infantino y el esperpento del “Premio FIFA de la Paz”: la obsesión por el Nobel, la politización obscena del fútbol y la banalización global de la palabra “paz”

La FIFA lo ha vuelto a hacer. Cuando parecía que Gianni Infantino ya había exprimido al máximo la capacidad de la organización para mezclar fútbol, propaganda y poder político, llega el sorteo del Mundial de 2026 en Washington y entrega al presidente estadounidense Donald Trump el recién inventado Premio FIFA de la Paz 2025. Un galardón que nadie conocía, que nadie había pedido y que no existía una semana antes. Un premio fabricado a medida de un líder que lleva años obsesionado con obtener el Nobel de la Paz y que, al no conseguirlo, ha acabado recibiendo una versión “low cost” con aroma a oropel futbolístico.

1. La obsesión: Trump y su cruzada personal por el Nobel que nunca llegó

Lo más llamativo no es la entrega del premio, sino el perfil psicológico del receptor.
Trump lleva años repitiendo —sin ironía y sin rubor— que merece el Nobel de la Paz por:

  • sus reuniones con Kim Jong-un,

  • sus anuncios de retirada de guerras que nunca se materializaron,

  • y por lo que él llama “haber evitado conflictos” mientras ordenaba operaciones militares sin juicio ni supervisión internacional.

Cuando el Comité Nobel rechazó en seco su candidatura este otoño, Trump se lo tomó como un agravio personal.
Por eso el premio de la FIFA cae como anillo al dedo:
no es un reconocimiento, es un sucedáneo, una especie de galardón consolador para quien necesita llenar su vitrina de símbolos de grandeza.

Y aquí entra Infantino.

2. La FIFA de Infantino: un ecosistema de poderosos sin escrúpulos

Si algo ha demostrado la FIFA en los últimos años es que es capaz de convertir cualquier escenario en una plataforma de autopromoción y servilismo político.
El aparataje burocrático del organismo internacional —una mezcla de burócratas vitalicios, asesores de gobiernos autoritarios y ejecutivos sin escrúpulos— se ha especializado en halagar al poderoso de turno siempre que eso garantice influencia, contratos, sedes o favores diplomáticos.

La relación Infantino–Trump es el ejemplo perfecto:

  • Infantino se ha convertido en un visitante recurrente del Despacho Oval.

  • Ha normalizado aparecer en actos oficiales como si fuera ministro sin cartera.

  • Se ha mostrado mudo ante declaraciones políticas incendiarias.

  • Y ha creado este premio específicamente para ensalzar la figura de un líder que desprecia las instituciones internacionales, ataca a aliados y presume de fuerza militar.

La pregunta es obvia:
¿qué pinta la FIFA otorgando premios de la paz?
Respuesta: poder, influencia, narrativa y, sobre todo, autoprotección.
La FIFA no premia paz: premia aliados útiles.

3. ¿Premio de la paz… a Trump? Normalización de la barbarie

Ningún elemento de esta historia es tan inquietante como este:
¿cómo se le otorga un premio de la paz a un hombre que presume abiertamente de operaciones militares letales?

Trump ha celebrado públicamente:

  • bombardeos selectivos,

  • ataques en Oriente Medio,

  • ejecuciones extrajudiciales de supuestos narcotraficantes en el Caribe,

  • maniobras con uso letal de fuerza naval que él mismo narra casi como un videojuego.

Sin juicio.
Sin garantías.
Sin procesos judiciales.
Y sin un mínimo pudor ético.

Premiar a alguien que presume de esto como “pacificador” es una distorsión moral tan grave que solo puede entenderse por intereses políticos y mediáticos.

Es como dar un premio contra la contaminación al CEO de una petrolera.
O un premio a la igualdad a quien legisla para reducirla.
Un insulto a la inteligencia del mundo y a las víctimas de cualquier conflicto que él haya alimentado.

4. El espectáculo trumpiano: él no permite que nada le haga sombra

El sorteo del Mundial, de por sí un acto futbolístico, quedó reducido a un detalle secundario.
Trump convirtió la gala en su show personal, con los mandatarios de México y Canadá relegados a figurantes mudos.

Todo estuvo diseñado para él:

  • el lugar (el Kennedy Center),

  • la alfombra roja,

  • el público,

  • el guion,

  • el vídeo hagiográfico que aseguraba que “ha terminado con ocho, nueve o diez guerras”,

  • e incluso la música: Andrea Bocelli cantando playback y Village People cerrando con YMCA como si fuese un mitin trumpista.

No fue un sorteo.
Fue un acto de propaganda nacional e internacional.
Un escenario perfecto para entregar un premio fabricado ad hoc.

5. El mensaje implícito: la normalización global del populismo impune

Este episodio revela algo mucho más profundo:

  • La FIFA actúa como potencia global paralela.

  • Los líderes políticos usan los grandes eventos deportivos como plataformas de legitimación.

  • Las fronteras entre deporte, diplomacia y propaganda se han fundido.

El problema no es solo que se mezcle fútbol y política:
eso ha ocurrido siempre.

El problema es cómo se mezclan ahora:
con premios fabricados para reescribir narrativas y lavar reputaciones.

6. Consecuencias inquietantes para el Mundial

Y no es irrelevante. De esta ceremonia salen dudas reales:

  • Trump ya ha negado visados a federaciones (Palestina, Irán). ¿Qué ocurrirá durante el Mundial?

  • ¿Puede el presidente mover sedes “según su humor”, como insinuó?

  • ¿Qué pasará con las delegaciones cuyos gobiernos están enfrentados con la Casa Blanca?

El fútbol, utilizado como arma diplomática, puede convertirse en una herramienta imprevisible.

Cuando el deporte se convierte en un teatro para egos y poder

El Premio FIFA de la Paz entregado a Trump sintetiza tres decadencias modernas:

  1. La obsesión de un líder por obtener un reconocimiento mundial que no ha conseguido por vías legítimas.

  2. La sumisión de una FIFA que se comporta como un ministerio global sin control democrático.

  3. La banalización absoluta del concepto de “paz”, reducido a un accesorio dorado para fotos.

Es, en el fondo, el retrato perfecto de una época que convierte en espectáculo incluso lo que debería ser sagrado.

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