La cepa no coincide con la que circula en Europa, el foco aparece junto a un centro de investigación, y el Ministerio ya no descarta una fuga biológica. Mientras tanto, la industria porcina contiene la respiración. ¿Qué está pasando realmente?
Por más que las autoridades insistan en la prudencia, el brote de peste porcina africana (PPA) detectado en Collserola ha abierto una grieta incómoda: las explicaciones oficiales no terminan de encajar, los datos se contradicen y la narrativa del “bocadillo contaminado” ha durado lo justo. En apenas unos días, el Ministerio de Agricultura ha pasado de manejar una hipótesis pintoresca pero digerible —un jabalí comiéndose restos de un bocadillo en mal estado— a admitir otra posibilidad mucho más seria: que el virus proceda de una instalación de confinamiento biológico, es decir, un laboratorio.
La pregunta ya se desliza en conversaciones de bar, en grupos de ganaderos, en foros científicos y en despachos políticos:
¿Qué demonios ha pasado en Collserola?
13 jabalíes muertos, un virus extraño y un país en alerta
La crisis estalló con la noticia de que 13 jabalíes habían dado positivo en peste porcina africana, una enfermedad devastadora para el ganado porcino —aunque inofensiva para humanos— y capaz de paralizar exportaciones millonarias. De hecho, el mero anuncio supuso un mazazo para el sector: España es el mayor exportador europeo de carne de cerdo.
Pero la verdadera bomba llegó desde Madrid:
Los técnicos del Laboratorio Nacional de Referencia determinaron que la cepa catalana no pertenece a los grupos genéticos que circulan actualmente en la Unión Europea. No es la PPA que hoy afecta a una decena de países europeos. No coincide. No encaja.
El virus pertenece a un grupo genético 29, extremadamente similar al que circuló en Georgia en 2007, y que después llegó a la Unión Europea en oleadas que aún continúan. Esa coincidencia no es baladí: es una de las cepas que suelen emplearse en investigación.
La historia, de repente, dejaba de ser anecdótica.
El laboratorio en Bellaterra: coincidencia… o demasiadas coincidencias
A pocos kilómetros de la zona cero del brote se encuentra el IRTA-CReSA, uno de los principales centros de investigación en sanidad animal de Europa, con instalaciones de máxima biocontención. Allí se trabaja —entre otros patógenos— con virus de peste porcina africana.
¿Es una acusación? No.
¿Es una coincidencia que hay que mirar con lupa? Sí.
El propio Ministerio lo ha reconocido por escrito:
“Cabe la posibilidad de que el origen del virus no esté en animales o productos de origen animal provenientes de países afectados”.
“Su origen pueda estar en una instalación de confinamiento biológico”.
Cuando un Gobierno utiliza estas palabras, es porque el escenario es serio.
La Guardia Civil y los Mossos d’Esquadra han iniciado investigaciones paralelas. El conseller de Agricultura pide calma, pero promete “llegar hasta el final”.
La hipótesis del bocadillo: ¿explicación plausible o cortina de humo?
No es imposible que un jabalí contraiga PPA comiendo restos de un embutido contaminado. La literatura científica documenta ese tipo de contagios.
Pero seamos sinceros: los jabalíes comen basura todos los días. ¿Por qué ahora? ¿Por qué con una cepa rara? ¿Por qué justo aquí?
La teoría es técnicamente viable, pero narrativamente débil. La realidad es que el origen del brote presenta elementos que no encajan bajo la luz de un único relato simple.
Las pandemias modernas y la pregunta incómoda: ¿quién gana con esto?
En la última década, cada vez que aparece un brote o una crisis sanitaria —animal o humana— la ciudadanía empieza a hacerse preguntas que antes parecían impropias:
-
¿De dónde ha salido realmente este virus?
-
¿Quién tiene acceso a él?
-
¿Quién pierde?
-
Y sobre todo… ¿quién gana?
En este caso, los grandes perdedores están claros:
-
La industria porcina catalana y española, que puede ver bloqueadas sus exportaciones.
-
Los ganaderos.
-
El propio Estado, que debe gastar más en controles, bioseguridad e indemnizaciones.
¿Gana alguien?
De manera directa, nadie en España.
De manera indirecta, el vacío exportador que deja nuestro país podría favorecer a otros competidores globales.
Y si se confirmara —hipotéticamente— una fuga de laboratorio, la pregunta ya no sería económica, sino estructural: ¿cómo de seguras son nuestras instalaciones? ¿Qué controles fallan? ¿Qué protocolos deben revisarse?
La ciudadanía no es tonta: exige explicaciones, no cuentos
En los últimos años, la sociedad ha aprendido a desconfiar de versiones oficiales demasiado limpias. No por conspiracionismo, sino por experiencia. La gente sabe que:
-
Los virus no aparecen por arte de magia.
-
La investigación trabaja habitualmente con patógenos de alto riesgo.
-
Y los errores —aunque raros— existen.
Por eso este brote ha encendido las alarmas. No porque haya certezas, sino porque hay demasiadas preguntas sin contestar.
¿Qué debería pasar ahora?
Para evitar que este caso quede en un cajón o se diluya entre comunicados:
-
Auditoría independiente de los laboratorios que manejan PPA.
-
Transparencia total sobre registros de experimentos, movimientos de muestras y controles de bioseguridad.
-
Informe público completo sobre el análisis genético del virus.
-
Revisión de protocolos a escala estatal y europea.
Un país que quiere confianza no puede pedir fe: tiene que ofrecer datos.
Collserola podría ser un aviso: el sistema es frágil
Ya sea por un bocadillo, por un laboratorio, por un accidente o por algo que aún no sabemos, este brote demuestra que nuestro ecosistema sanitario y agroalimentario es vulnerable.
Quizá la pregunta no sea solo “¿qué ha pasado aquí?”, sino otra más profunda:
¿Estamos preparados para gestionar la verdad cuando pone en apuros a nuestras propias instituciones?
