Treinta y cuatro años de silencio: identifican a la joven apuñalada y enterrada en cal viva en Langreo en 1991

Treinta y cuatro años de silencio: identifican a la joven apuñalada y enterrada en cal viva en Langreo en 1991

Las pruebas genéticas más avanzadas permiten a la Guardia Civil poner nombre a una mujer avilesina de 24 años desaparecida hace tres décadas. Su asesino ya había sido detenido en 1991 tras confesar los hechos a su pareja.

 

Treinta y cuatro años después de uno de los crímenes más estremecedores del Nalón, la Guardia Civil ha logrado dar identidad a la mujer asesinada en Langreo en 1991 y enterrada en una finca de Barros, cubierta con cal viva. Era una joven avilesina de 24 años, cuya desaparición había sido denunciada por su madre cuatro años más tarde, en 1995. El avance de las técnicas de ADN ha permitido cerrar un caso que llevaba más de tres décadas en los archivos de homicidios sin identificar.

Una desaparición sin respuesta

En octubre de 1995, la madre de la joven acudió a la Policía para denunciar que no sabía nada de su hija desde hacía cinco años. Contó que cuidaba de su nieta —una niña de unos diez años entonces— y que la ausencia de noticias era ya insoportable.
La denuncia se incorporó al registro nacional de personas desaparecidas, pero no se hallaron pistas, ni siquiera coincidencias con cadáveres hallados en aquellos años.

El caso quedó en un cajón hasta que, en 2024, los especialistas de la Unidad Orgánica de Policía Judicial de la Guardia Civil de Gijón retomaron los expedientes antiguos dentro de un programa de revisión de desaparecidos.
El ADN se convirtió en la llave para reabrir el caso.

Los agentes contactaron primero con la madre de la desaparecida para recoger muestras biológicas, pero cuando falleció, en junio de 2024, recurrieron a la hija de la víctima, que aportó nuevo material genético para el cotejo.

El rastro de un crimen brutal

Paralelamente, los investigadores comenzaron a revisar viejos informes de homicidios cometidos en Asturias en aquellos años. En esa búsqueda apareció el asesinato sin resolver de una mujer en Langreo, el 6 de enero de 1991, cuyo cuerpo había sido hallado apuñalado y enterrado en cal viva en una finca de Barros.

La Policía Nacional de Langreo había detenido entonces a un vecino del concejo, que confesó el crimen tras ser delatado por su pareja. La mujer acudió a la comisaría tras una discusión doméstica y relató que su compañero había asesinado a una joven que recogió haciendo autostop en Oviedo, la apuñaló y enterró en un terreno de su propiedad.
El hombre declaró que la víctima intentó robarle durante el trayecto, lo que provocó un forcejeo que terminó con la muerte de la joven.
Después, aseguró, metió el cuerpo en el maletero y lo trasladó a Barros, donde su pareja le ayudó a enterrarla y cubrirla con cal para evitar el olor de la descomposición.

Una víctima sin nombre

Aunque el autor fue detenido y procesado en su día, la víctima nunca fue identificada. Los restos estaban muy deteriorados y solo se pudo elaborar un retrato robot a partir de la estructura craneal.
El cuerpo fue remitido al Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses de Madrid, donde permaneció custodiado durante años.

Las tecnologías de identificación genética de los noventa no permitían entonces extraer un perfil fiable. Pero las bases de datos forenses, renovadas a partir de 2015, han permitido reexaminar restos antiguos con técnicas mucho más precisas, capaces de analizar ADN altamente degradado.

El ADN resolvió el enigma

El nuevo análisis realizado en 2025 en el Instituto de Toxicología confirmó lo que las sospechas ya apuntaban: los restos hallados en 1991 pertenecían a la joven desaparecida de Avilés.
La coincidencia genética fue total entre las muestras de la hija y los huesos conservados durante más de tres décadas.

La Guardia Civil notificó la identificación a los familiares, poniendo fin a 34 años de incertidumbre y dolor.
“Por fin sabemos dónde está”, declararon fuentes del entorno familiar, profundamente conmovidas tras recibir la noticia.

Una investigación pionera en Asturias

El hallazgo marca un hito en la investigación criminal en Asturias. La operación se enmarca dentro del programa de revisión de casos abiertos del Servicio de Criminalística de la Guardia Civil, que revisa homicidios y desapariciones anteriores a la digitalización de registros.

Fuentes de la Comandancia de Gijón destacan que la coordinación entre cuerpos policiales —Policía Nacional y Guardia Civil— fue clave: “Sin la colaboración de los agentes que trabajaron en 1991 y sin los archivos recuperados del antiguo laboratorio de Langreo, no habría sido posible conectar los casos”.

También ha resultado decisivo el avance en las técnicas de análisis genético: hoy se puede extraer ADN de fragmentos óseos de apenas miligramos, algo impensable hace veinte años.

El asesino, ya juzgado y condenado

El autor del crimen fue condenado en su día por el asesinato, tras confesar parcialmente los hechos.
El tribunal tuvo en cuenta su testimonio y la declaración de su pareja, que colaboró en el entierro del cuerpo. Aunque la identidad de la víctima quedó entonces como “desconocida”, el procedimiento penal siguió adelante y el acusado cumplió condena en prisión durante la década de los noventa.
Tras su salida, el caso quedó archivado como “resuelto sin identificación”.

Con la identificación actual, la justicia cierra el círculo, y la víctima recupera su nombre y su historia, borrados durante más de tres décadas.

Tecnología y memoria

El caso de Langreo se suma a una lista creciente de crímenes antiguos resueltos gracias al ADN forense. Solo en los dos últimos años, la Guardia Civil ha logrado esclarecer más de una veintena de casos en España mediante análisis genéticos reexaminados con software de última generación.

Los investigadores lo resumen con una frase que suena a epitafio y reivindicación:

“La ciencia ha hablado cuando el tiempo quiso callar”.

Asturias, tres décadas después

Treinta y cuatro años más tarde, la fosa cubierta de cal viva en una finca de Barros deja de ser el símbolo de un crimen sin rostro. La joven, vecina de Avilés, ya tiene nombre, familia y memoria.
Y con ella, también su hija, que era una niña cuando desapareció su madre, puede por fin cerrar un duelo que ha durado toda una vida.

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