¡Ay, fíu, fíu… lo que me vienes a contar hoy! Mira tú qué cosas tiene la vida.
El otro día bajó mi vecina, la Ciri, toda sofocada, y va y me suelta:
—“Balbina, el mío lleva una temporada que ni se asoma, ni a la cama ni al humor… que si el cansancio, que si el colesterol, que si el fútbol. ¡Y yo ya no sé qué potaje hacer pa que despierte, que me lo veo mustio!”
Y claro, ¿cómo no voy ayudar yo a una moza desesperada?
Porque, vamos a ver, una cosa es el amor tranquilo… y otra muy distinta es tener al marido con menos chispa que un candil sin aceite.
Así que me puse a pensar en recetas de les de antes, de cuando los hombres venían del monte, de la mina o del mar con el cuerpo cansáu pero con la mirada viva, ¡como tiene que ser!
Y recordé la pócima secreta que me daba la güela Remedios, que decía ella que eso ponía al más flojeras “como un toro de Tineo en celo”.
Pote de berzas con compangu del vigor
Ingredientes pa cuatro almas con gana de querese bien:
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1 manojín de berzas (tiernas, verdes y recias, como les mozas de antes).
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2 chorizos asturianos del güenu, de los que pican un poquín.
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1 morcilla del monte, que dé sustancia y alegría.
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Un cachu de tocín curáu y otro de lacón.
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2 patates grandes, peladas y cortadas en trozos majos.
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Un puñadín de fabes blancas, remojaes la nueche anterior.
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Una cucharadina de pimentón, un diente de ajos machacáu, y un chorretín de sidra (pa que espabile’l cuerpo).
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Sal, y un poquín de pimienta (que dicen que despierta los ánimos dormíos).
El arte de preparalo (y dalo con intención)
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Pones les fabes a cocer con el lacón y el tocín hasta que ablanden un poquitín.
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En otra pota, cueces les berzas con les patates hasta que queden tiernas, pero no deshechas.
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En sartén aparte, sofríes el ajo con pimentón y eches un chorretín de sidra, que eso ye lo que da la magia (y si sobra, un culín pa ti, que tampoco vien mal).
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Mezcles todo en la pota grande, añades el compangu cortáu y dejas que se bese el humo con el sabor una hora más, a fuego lento, como el amor del bueno.
Cuando lo sirvas, nada de dietas ni delicadeces: que sude, que mastique y que note la vida subiéndole por el estómago.
Dicen que después de un plato así, hasta el santo del pueblo se despierta y se arrima a la parroquia con otra cara.
Conseyu final de la Balbina
Si después del pote el hombre sigue apagáu, ¡no ye por falta de comida, sino de ganas!
A veces, más que berzas y morcilla, lo que necesita un paisano ye que la muyer-y mire con picardía y le diga “anda, ven pacá, que tengo la lumbre encendía”.
Y como decía mi güela Remedios:
“El pote caliente, el vino templao y el cariño a su hora… eso resucita hasta al del cementeriu.”
Así que, a comer bien, a querese mejor y a non dejar que’l fríu entre ni nel cuerpo ni nel corazón.
Y si me ven por la calle, salúdame, que últimamente todo el mundo me guiña el güeyu y no sé yo si será por el pote… o por el vigor que me gasto.
—La Abuela Balbina, que ye guapa, cocinera y ahora, según dicen, conseyera matrimonial de medio barrio.