Durante tres días, Avilés volvió a convertirse en puerto de partida hacia la historia. Las calles del casco antiguo se llenaron de capas, sayos, tambores y ecos del siglo XVI en la XI Recreación del Alistamiento de Pedro Menéndez de Avilés, una cita que ya forma parte del alma cultural de la ciudad y que este año reunió a casi doscientos figurantes y a cientos de espectadores que no quisieron perderse el homenaje al marino más ilustre del Principado, fundador de San Agustín de la Florida, la primera ciudad estable de Estados Unidos.
La lluvia del domingo no empañó una recreación que, más que un espectáculo, es un acto de memoria colectiva. Avilés revivió cómo su hijo más universal se preparó para surcar la mar océana y cumplir el mandato del rey Felipe II: conquistar y poblar La Florida.
El sonido de los tambores, el olor a madera húmeda y los trajes de época transformaron las plazas de la ciudad en una cápsula del tiempo.
De Jovellanos al Carbayedo: el comienzo de la aventura
El viernes, la comitiva partió de la calle Jovellanos al grito de “¡Marchad!”, encabezada por un convincente Pablo Castañón en el papel de Pedro Menéndez. Entre vítores y curiosos, se detuvo en la Plaza de España para la lectura del bando real que ordenaba el reclutamiento de hombres y recursos para la empresa americana.
En el parque del Carbayedo, Menéndez se reunió con los madereros, encarnados por vecinos de la ciudad, para exigirles madera para los astilleros de ribera. “Proveed de troncos para la conquista del nuevo mundo”, clamó. Allí, entre risas, emoción y guiños al pasado, se selló la primera alianza del viaje: sin madera, no habría barcos, y sin barcos, no habría destino.
Sábado: los mareantes, el rey y la familia
El sábado por la mañana, los acordes de gaitas y tambores guiaron a la comitiva hacia la iglesia vieja de Sabugo, donde Menéndez se encontró con los mareantes. Allí, bajo los arcos góticos, los hombres del mar juraron lealtad a su general, mientras las filanderas y texedoras preparaban los ropajes para la travesía. Las canciones marineras resonaron entre aplausos y fotografías.
Por la tarde llegó el turno de los grandes momentos teatrales: la lectura de las capitulaciones con Felipe II, en la que se recreó el solemne compromiso que dio luz verde a la expedición; el encuentro con Esteban de las Alas, al que Menéndez confió el mando en altamar; y la tensa escena con los prestamistas, donde la realidad económica de la empresa —más allá del heroísmo— quedó al descubierto.
Las emociones se multiplicaron en Camposagrado, con la escena familiar en la que Menéndez se despide de los suyos antes de partir. En la plaza de Carlos Lobo, el público contuvo la respiración durante el emotivo diálogo entre el viejo soldado y la mujer que decide alistarse para cruzar el océano. La jornada terminó con una Cena de Acción de Gracias en el Lar Gallego, uniendo historia, teatro y fraternidad.
Domingo: el adiós bajo la lluvia
El último día, el cielo quiso acompañar la solemnidad del momento. Bajo una llovizna persistente, la comitiva recorrió nuevamente las calles de Avilés hasta llegar a la Plaza de Pedro Menéndez, donde se realizaron los bailes renacentistas y la tradicional ofrenda floral a la estatua del Adelantado. El agua no detuvo al público, que se resguardaba bajo paraguas mientras los tambores seguían marcando el compás de la historia. La jornada concluyó con una comida de hermandad en La Grapa, cierre perfecto para una edición que reafirmó el fervor popular por esta cita.
Un legado que no se apaga
Pedro Menéndez no fue un conquistador cualquiera: fue el hombre que llevó el nombre de Avilés al otro lado del Atlántico, un navegante incansable que fundó en 1565 la ciudad de San Agustín de la Florida, hoy el asentamiento europeo más antiguo de Estados Unidos. Cada año, esta recreación devuelve su figura a las calles que lo vieron partir, recordando que la historia de Asturias también se escribió en los mapas del Nuevo Mundo.
Avilés ha vuelto a zarpar. Y lo ha hecho, una vez más, con viento de historia y orgullo en las velas.