La viuda insiste en que dos encapuchados asesinaron a Toño. Su hermana, en cambio, empieza a dudar. La Guardia Civil guarda silencio bajo secreto de sumario, mientras el pueblo entero se pregunta qué pasó realmente en aquella casa.
En Cuevas del Agua, el rumor corre más rápido que el río Sella. A mediodía del 12 de septiembre, José Antonio Otero Toraño, conocido como Toño, ganadero de 60 años, caía muerto en su propia casa tras recibir un golpe brutal en la cabeza con un objeto que aún hoy nadie ha encontrado. La escena inicial parecía clara: dos encapuchados, grandes y violentos, habrían irrumpido en la vivienda. Lo contaron su esposa, María del Mar Berjón, y su cuñada Magdalena, sin titubeos.
Pero trece días después, la historia ya no suena igual. La Guardia Civil mantiene un secreto de sumario férreo, y entre las dos hermanas que fueron testigos de aquel mediodía ya no hay sintonía. Una habla de certezas; la otra, de dudas.
El relato firme de la viuda
María del Mar lo repite como un mantra:
“Me mantengo en lo que vi, lo que me pasó y lo que viví yo. Sigo diciendo lo que ocurrió, una, dos y diez mil veces. Que los encuentren, a mí lo demás no me importa”.
No se ha movido un ápice de su relato. Asegura que fueron dos hombres desconocidos quienes entraron en la vivienda y golpearon mortalmente a su marido. A ella también, dice, la agredieron, aunque sin dejar lesiones visibles.
En el pueblo la ven seria, firme, incluso desafiante. Niega que su hermana haya expresado dudas: “No creo que mi hermana haya dicho eso”, se apresura a responder cada vez que alguien le sugiere lo contrario.
La cuñada que duda
Magdalena, sin embargo, ya no está tan segura. Días después del crimen pidió declarar de nuevo y allí, en la Comandancia, soltó la bomba:
“Hay cosas que no me encajan, no sé si mi hermana me tendió una trampa y lo pudo hacer cuando yo estaba allí para echarme a mí la culpa”.
Antes había insistido en la versión de los encapuchados, pero ahora dice que no los vio nunca. Y eso basta para sembrar un mar de sospechas.
El abogado que la acompaña se refugia en el secreto de sumario. Ella misma evita cámaras y micrófonos. ¿Un cambio de conciencia? ¿Un giro estratégico? Nadie lo sabe con certeza.
La escena del crimen
Lo que sí se sabe es que Toño murió de un golpe en la cabeza con un objeto contundente. La autopsia reveló que no había señales de defensa: o le golpearon por sorpresa, o estaba incapacitado para reaccionar. El cuerpo apareció con la cabeza cubierta por una manta, detalle que sugiere una agresión fría, calculada, casi íntima.
Las primeras declaraciones situaban la pelea en la antojana, a la entrada de la casa. La versión corregida habla del sofá, dentro del salón. Dos escenarios para un mismo crimen, pero con implicaciones muy diferentes.
El silencio de la Guardia Civil
Los agentes de la Policía Judicial han trabajado a fondo: inspecciones oculares, búsqueda del arma inexistente, cotejo de huellas, llamadas y coartadas. Nadie suelta prenda. Ni una filtración oficial, solo la certeza de que todas las hipótesis siguen vivas.
Mientras tanto, los vecinos se convierten en detectives improvisados. Hablan de sombras, de contradicciones, de rumores. Y cada versión que cambia alimenta las teorías de pasillo: ¿de verdad hubo encapuchados? ¿O todo ocurrió dentro, a puerta cerrada?
Lo que falta por encajar
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El arma del crimen, aún desaparecida.
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El escenario exacto, ¿antojana o salón?
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La motivación, ¿robo frustrado o ajuste de cuentas dentro del propio hogar?
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La fiabilidad de los testigos, dos hermanas que hoy dicen cosas distintas.
Un caso abierto, un pueblo inquieto
El secreto judicial apunta a que la investigación está en plena ebullición. La jueza de Cangas de Onís no ha citado aún a la viuda a declarar de nuevo, pero nadie descarta que lo haga. Y cada día que pasa sin respuestas aumenta la sensación de que la verdad está más cerca… y que no gustará a todos.
Mientras, en Cuevas del Agua, las conversaciones se repiten: “¿Y si nunca hubo encapuchados?”.
El crimen de Ribadesella, con un hombre muerto, dos hermanas bajo sospecha y un pueblo que observa, sigue abierto. Y la pregunta esencial —¿quién mató a Toño?— aún no tiene respuesta.