Israel y Palestina: raíces del odio, guerra actual y el papel de los medios

Israel y Palestina: raíces del odio, guerra actual y el papel de los medios

Actualidad: guerra en Gaza y un conflicto encendido

El conflicto entre israelíes y palestinos ha vuelto a estallar con una intensidad trágica. Todo escaló el 7 de octubre de 2023, cuando el grupo islamista Hamás lanzó un ataque sorpresa desde Gaza contra comunidades del sur de Israel, dejando alrededor de 1.200 a 1.400 israelíes muertos y tomando más de 200 rehenes. Fue un golpe sin precedentes: por primera vez milicianos palestinos ocuparon localidades israelíes temporalmente, perpetrando masacres de civiles que organizaciones internacionales calificaron como crímenes de guerra. La reacción de Israel fue inmediata y contundente: el gobierno de Benjamín Netanyahu declaró el estado de guerra y desató una campaña devastadora de bombardeos sobre la Franja de Gaza, seguida de una invasión terrestre semanas después.

Los efectos han sido catastróficos para la población de Gaza. Ciudades enteras quedaron en ruinas bajo los constantes ataques aéreos, en lo que el propio ejército israelí describió como su operación militar más intensa. Para finales de 2023, las bajas palestinas se contaban por decenas de miles, entre ellas miles de niños, frente a poco más de un millar de israelíes fallecidos. Casi dos millones de personas en Gaza –la mayoría de su población– fueron desplazadas de sus hogares. Naciones Unidas y numerosas organizaciones denunciaron una crisis humanitaria sin precedentes: escasez extrema de agua, alimentos y atención médica, hospitales colapsados e incluso atacados. Israel argumenta que su objetivo es destruir a Hamás, pero la magnitud de la devastación ha generado indignación mundial y ha reavivado un viejo interrogante: ¿por qué persiste tanto odio y violencia entre israelíes y palestinos?

Una tierra, dos pueblos: historia de un conflicto

La historia de esta tierra explica en buena parte el presente. Durante siglos, Palestina formó parte del Imperio Otomano, habitada mayoritariamente por árabes musulmanes y cristianos, junto a minorías judías. A finales del siglo XIX, surgió el sionismo, movimiento que defendía el establecimiento de un Estado judío ante el antisemitismo en Europa. Tras la Primera Guerra Mundial, el territorio pasó a administración británica, que en 1917 había prometido apoyar un “hogar nacional judío”.

La inmigración judía aumentó, especialmente tras el Holocausto nazi. En 1947, la ONU propuso dividir Palestina en dos Estados: uno judío (55% del territorio) y otro árabe (45%). Los líderes árabes lo rechazaron; los judíos lo aceptaron. En 1948 nació Israel y estalló la primera guerra árabe-israelí. Israel ganó y ocupó más territorio del asignado. Para los palestinos, este hecho –la Nakba o “catástrofe”– supuso el exilio de unas 750.000 personas y la pérdida de su patria. Gaza quedó bajo control egipcio y Cisjordania bajo Jordania.

En 1967, Israel derrotó a los países árabes en la Guerra de los Seis Días y ocupó Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este. Desde entonces, millones de palestinos viven bajo ocupación israelí. Israel construyó colonias en los territorios ocupados, desafiando el derecho internacional. Las guerras posteriores no cambiaron el mapa: Egipto y Jordania firmaron paz con Israel, pero Palestina siguió sin Estado propio.

Intifadas, acuerdos fallidos y el auge de Hamás

En 1987, estalló la Primera Intifada, una revuelta popular contra la ocupación. Ese año nació Hamás, grupo islamista que se oponía tanto a Israel como a los acuerdos de paz que impulsaba la OLP. En 1993, los Acuerdos de Oslo dieron esperanzas: Israel reconoció a la OLP y se creó la Autoridad Nacional Palestina, que tendría autogobierno en partes de Gaza y Cisjordania. Pero los temas clave –fronteras, Jerusalén, refugiados– quedaron sin resolver, mientras Israel multiplicaba asentamientos.

La Segunda Intifada (2000-2005) fue más sangrienta: atentados suicidas en Israel, operaciones militares brutales en territorios palestinos y un retroceso en la confianza mutua. En 2005, Israel retiró sus colonias de Gaza pero mantuvo su control fronterizo. En 2006, Hamás ganó las elecciones palestinas y, tras enfrentamientos con Fatah, tomó el control de Gaza en 2007. Desde entonces, Gaza vive bajo bloqueo israelí y egipcio, con una economía asfixiada y más de dos millones de personas atrapadas. La región ha sido escenario de múltiples guerras desde entonces.

Un odio que se hereda

El odio entre israelíes y palestinos es fruto de décadas de violencia y opresión, no de enemistades “ancestrales”. Israel nació como refugio para un pueblo perseguido, marcado por el Holocausto; los palestinos llevan generaciones viendo cómo pierden tierras, hogares y derechos. Ambos pueblos han crecido con narrativas de victimización: los israelíes sienten que su supervivencia está siempre amenazada; los palestinos viven con la sensación de injusticia histórica.

Las políticas también han alimentado el odio. Israel ha consolidado su control sobre Cisjordania con más de 700.000 colonos en asentamientos ilegales; el bloqueo de Gaza ha convertido el enclave en una prisión a cielo abierto. Hamás, por su parte, ha utilizado la desesperación palestina para reclutar apoyo, justificando ataques indiscriminados contra civiles israelíes. La política israelí, cada vez más dominada por líderes de extrema derecha, y la división palestina entre Hamás y Fatah han destruido la posibilidad de un acuerdo.

Geopolítica: el tablero más grande

El conflicto no ocurre en el vacío. Estados Unidos es el principal aliado de Israel y lo respalda diplomáticamente en foros como la ONU. Irán apoya a Hamás y a Hezbolá para debilitar a Israel. Egipto y Jordania, aunque tienen paz con Israel, son presionados por sus propias poblaciones a condenar la violencia. Los Acuerdos de Abraham, que acercaron a Israel a países árabes, se han enfriado tras la guerra de Gaza. El conflicto sigue siendo una herida abierta que alimenta tensiones regionales.

Medios y narrativa: la otra guerra

La información es otro campo de batalla. Israel ha restringido el acceso de prensa extranjera a Gaza; la cobertura recae en periodistas palestinos que pagan un precio altísimo: más de cien han muerto desde 2023. En Israel, la mayoría de los medios apoyan la línea oficial; las voces críticas son marginales. En Occidente, cadenas como la BBC han sido acusadas por sus propios periodistas de censura y sesgo a favor de Israel. Al-Jazeera y otros medios árabes difunden una narrativa contraria. Las redes sociales amplifican imágenes de horror, pero también bulos, y polarizan aún más la opinión pública.

Un conflicto que no se apaga

Entender el conflicto exige mirar atrás: expulsiones masivas, ocupación militar, guerras fallidas, fracasos diplomáticos. Pero también mirar al presente: Gaza bajo bloqueo, Cisjordania fragmentada por colonias, líderes que apuestan por la fuerza y no por el diálogo, y una comunidad internacional incapaz de frenar los abusos.

Explicar esta violencia es complejo porque el dolor se ha transmitido por generaciones. El miedo de unos y la rabia de otros se han convertido en una trampa que alimenta la guerra. Hoy, en 2025, Gaza es símbolo del fracaso colectivo: de líderes israelíes que creen que solo la fuerza les dará seguridad, de líderes palestinos divididos que no han podido ofrecer alternativas, y de un mundo que mira, se indigna, pero apenas actúa.

Quizá no haya una sola respuesta a “por qué tanto odio”. Lo cierto es que, mientras no se aborden las raíces del conflicto y no se reconozca plenamente el derecho de ambos pueblos a vivir con dignidad y seguridad, estas escenas seguirán repitiéndose. Explicar el conflicto sirve para entenderlo, pero entenderlo no basta: sin justicia, sin voluntad política, sin empatía, la historia seguirá escribiéndose con sangre.

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