1. La exigencia de invertir 5% del PIB en defensa
El expresidente estadounidense Donald Trump ha insistido en que los países europeos de la OTAN eleven su gasto militar al 5% del PIB – más del doble del objetivo previo del 2%. Esta demanda, lanzada tras su regreso a la Casa Blanca en 2025, ha causado consternación en Europa. No hay ningún aliado que actualmente alcance ese nivel: ni siquiera Estados Unidos llega al 5% (gastó ~3,4% de su PIB en defensa el último año), y el país que más se aproxima es Polonia (~4,1% en 2024). En países grandes de Europa occidental, el gasto militar ronda apenas el 1-2% del PIB. Trump quiere más del doble de ese esfuerzo, algo que muchos consideran imposible en el corto plazo.
Trump enmarca su exigencia bajo la idea de “reparto justo” de cargas. Su portavoz Karoline Leavitt subrayó que “Estados Unidos ya ha aportado miles de millones de dólares” a la defensa común, por lo que los europeos deben ahora hacer más y “pagar su parte” equitativa. Según la Casa Blanca, es “lo justo” dada la inversión estadounidense en la seguridad de Europa. En otras palabras, Trump argumenta que Washington ha invertido demasiado en proteger a Europa sin recibir suficiente a cambio. Durante su primer mandato ya criticaba que muchos aliados no cumplían ni el 2%, y ahora pretende fijar un listón mucho más alto (5%) bajo el razonamiento de que “Europa debe hacer más para su propia defensa”. En un foro reciente, Trump se quejó: “¿Por qué aportamos miles de millones más que Europa? Tenemos un océano de por medio, ¿verdad?”, insinuando que considera injusto que EE. UU. cargue con la defensa mientras los europeos invierten sus recursos en otros ámbitos.
2. Implicaciones para Europa: defensa vs. estado del bienestar
Los gobiernos europeos han reaccionado con preocupación. Destinar el 5% del PIB a defensa supondría desviar enormes sumas del presupuesto, potencialmente a costa del gasto social. Por ejemplo, España (que hoy gasta ~1,3% del PIB en defensa) tendría que invertir 80.000 millones de euros adicionales al año, casi la mitad de todo su presupuesto anual de pensiones. No es de extrañar que el presidente español Pedro Sánchez calificara la meta de 5% de “no razonable” y advirtiera que exigir tal nivel sería “contraproducente”. En una carta a la OTAN, Sánchez dejó claro que un aumento tan drástico pondría en peligro el sistema de bienestar del país, sacrificando logros sociales.
Otros países comparten esa inquietud. Italia, con elevada deuda pública, ha indicado que cumplir incluso el 2% ya es difícil dado el compromiso de financiar pensiones y servicios sociales sin recortes. Bélgica aceptó a regañadientes la meta del 5%, pero su gobierno avisó que necesitará “máxima flexibilidad” porque no podrá llegar a 3,5% en gasto militar puro a medio plazo sin medidas drásticas. El viceprimer ministro belga, Maxime Prévot, recalcó que el incremento en defensa no debe romper la cohesión social del país. En sus palabras, si por cumplir con Trump se descuida el bienestar de la población, “el aumento del gasto (militar) no debe provocar una ruptura de la cohesión social. Si no, Vladímir Putin habrá ganado sin librar batalla” – una advertencia de que desatender el estado de bienestar podría alimentar tensiones internas y extremismos más que fortalecer la seguridad.
Estas reacciones reflejan una realidad: los europeos valoran enormemente su estado del bienestar. La mayoría de países de la UE cuentan con sanidad universal, pensiones públicas dignas, educación accesible y amplias protecciones sociales, logros financiados tras décadas de priorizar “butter over guns” (mantequilla en lugar de cañones). De hecho, tras la Segunda Guerra Mundial, Europa Occidental construyó robustos sistemas de bienestar aprovechando que EE. UU. asumía gran parte de su defensa durante la Guerra Fría. Un analista describe que los europeos “se dedicaron a lo divertido, creando generosos estados de bienestar en casa” mientras Estados Unidos se encargaba de la seguridad común. Aunque la amenaza rusa actual ha hecho que la opinión pública europea apoye aumentar algo el gasto militar, no hay mucho apetito por pagar ese aumento con recortes sociales o nuevos impuestos. Como señaló The Economist, “los políticos (europeos) discuten sobre pensiones y gasto social y se resisten a subir impuestos… Quieren más gasto militar, sí; pero Dios no lo quiera que hagan a los votantes soportar el costo”. Es decir, la ciudadanía europea quiere estar segura, pero no a expensas de su bienestar social.
En suma, destinar un 5% del PIB a defensa implicaría reordenar radicalmente las prioridades presupuestarias en Europa. Dado que el gasto público no es ilimitado, ese salto sin precedentes forzaría a elegir: o subir significativamente los impuestos o recortar partidas sociales clave (pensiones, salud, educación) para liberar fondos. Ninguna de las dos opciones es políticamente atractiva en Europa. Por eso, el plan de Trump ha sido recibido con resistencia generalizada – se teme que, en la práctica, diezme el estado de bienestar europeo, uno de los pilares de la identidad política del continente desde mediados del siglo XX.
3. Las intenciones de Trump: ¿detrás del 5% hay un ataque al modelo social europeo?
La pregunta central es ¿qué busca realmente Trump con esta exigencia tan extrema? Oficialmente, su motivo declarado es asegurarse de que los aliados europeos “paguen su parte justa” y alivien la carga financiera de EE. UU. Sin embargo, muchos observadores creen que hay más tras el telón. Trump ha sido un crítico feroz del “socialismo” y de los altos impuestos; su visión del capitalismo es darwinista, enfocada al crecimiento económico sin tanta intervención estatal. Europa, con sus elevados impuestos para financiar amplios beneficios sociales, representa justo lo contrario. Es plausible pensar que Trump desaprueba el modelo social europeo y ve su presión sobre los presupuestos militares como una forma de debilitarlo.
De hecho, figuras de su entorno ideológico describen a los aliados de la OTAN en términos duros, sugiriendo que “casi todos tienen una mentalidad de bienestar, convencidos de que el pueblo estadounidense les debe su defensa”. En la lógica trumpista, los europeos se han “malacostumbrado”: disfrutan de generosas pensiones, sanidad pública y amplas vacaciones “a costa” de que EE. UU. cubra su seguridad. Esta noción ha generado resentimiento. Trump y muchos estadounidenses perciben que Europa ha “aprovechado” la protección americana para financiar su calidad de vida, lo que para ellos es un trato injusto. Por ejemplo, el propio Trump relató que en una cumbre un líder europeo le preguntó si EE. UU. los defendería aun si no pagaban lo exigido, a lo que Trump respondió que “no, no lo haríamos… tienen que pagar sus cuentas”, insinuando que dejaría indefenso al que no aporte. Esa anécdota muestra su enfoque transaccional: la defensa colectiva casi como “servicio de pago”, no un compromiso de valores compartidos.
Bajo esta mirada, forzar el 5% tiene un doble objetivo para Trump. Por un lado, si Europa cede y redirige miles de millones a defensa, Trump consigue alivianar la carga de EE. UU. y, de paso, Europa recortaría gasto social, avanzando hacia un modelo más austero que él preferiría. Por otro lado, si Europa no cede, Trump podría usarlo de pretexto para disminuir el compromiso estadounidense con la OTAN, argumentando que los aliados “no cumplen” – algo alineado con su doctrina America First. Ambas salidas podrían serle favorables: en el primer caso logra una Europa menos “socialista”, y en el segundo justifica que EE. UU. deje de “subvencionar” el bienestar europeo retirando apoyo militar. No son pocos los analistas que sugieren que pedir un 5% (tan alto que pocos pueden lograrlo rápidamente) es quizás una táctica para provocar un punto de quiebre y así replantear radicalmente la relación con Europa.
La hipótesis de que Trump pretenda “desmantelar” el estado de bienestar europeo por envidia o convicción ideológica encaja con varias evidencias. Su exigencia objetivamente obligaría a achicar el gasto social europeo en favor del militar, nivelando las condiciones con EE. UU., donde el gobierno dedica proporcionalmente menos recursos a bienestar. En Estados Unidos no existe un bienestar social al estilo europeo – no hay sanidad universal y las pensiones públicas (Seguridad Social) reemplazan una porción menor del salario, obligando a muchos a ahorrar por su cuenta. Trump nunca ha mostrado aprecio por las políticas de bienestar; al contrario, ha aplaudido el capitalismo “puro y duro” estadounidense. Por ello, no le preocupa si Europa tiene que apretarse el cinturón socialmente para cumplir sus demandas. De hecho, desde Washington se ha criticado durante años que Europa “prefiere mantequilla a cañones”, es decir, prioriza el gasto social sobre el militar. Ya en 2011, el entonces secretario de Defensa Robert Gates alertaba de la “dwindling appetite” del Congreso de EE. UU. para financiar la defensa de aliados “que aparentemente no están dispuestos a asignar los recursos necesarios”. Trump lleva esa frustración al extremo: básicamente viene a decir que “se acabó el vivir bajo el paraguas americano gratis”.
En conclusión, la exigencia del 5% sí amenaza directamente el modelo europeo de estado de bienestar, y es razonable pensar que Trump lo sabe. Europa se vería obligada a reasignar recursos masivos de lo social a lo militar, deshaciendo en parte ese “pacto de bienestar” posbélico que tanto caracteriza al continente. Trump, por su parte, considera eso un ajuste justificado: desde su perspectiva, si los europeos han vivido cómodamente es en parte gracias al gasto militar estadounidense, algo que él está decidido a cambiar. Ya sea por “envidia” de cómo viven los europeos (más vacaciones, pensiones públicas, sanidad gratuita) o por convicción de que cada nación debe valerse por sí misma, Trump muestra poca simpatía hacia el mantenimiento del estado de bienestar europeo si este depende indirectamente del respaldo de EE. UU. Su presión para elevar el gasto de defensa al 5% refleja esa visión. En palabras de un exembajador de EE. UU. ante la OTAN, el mensaje de Washington es que hay “una amenaza real sobre Europa y tenemos que hacer más”; la letra pequeña de ese mensaje es que hacer más en defensa significa gastar menos en bienestar. Y eso, precisamente, parece ser parte del plan.