El cuerpo de Silvia Sariego, de 49 años, fue hallado en posición fetal dentro de un congelador desenchufado en el piso de su presunto asesino, Pablo P. S., quien ya está en prisión sin fianza. La investigación apunta a un móvil económico tras una desaparición que el asesino intentó ocultar durante semanas, a pesar del hedor que alertaba a los vecinos.
Un hedor insoportable fue la primera pista del horror que se escondía en el bajo del número 4 de la calle Contracay. Tras siete horas de un registro minucioso, los agentes de la Policía Nacional, enfundados en trajes especiales, abrieron un arcón congelador que llevaba tiempo desenchufado. Dentro, envuelto en bolsas de basura y acurrucado en posición fetal, yacía el cadáver de Silvia Sariego García. El fin de una búsqueda desesperada y el principio de un caso que ha sacudido Gijón.
La pesadilla comenzó el 7 de mayo. El hijo de Silvia, extrañado por no tener noticias de su madre, interpuso una denuncia por desaparición. El caso fue catalogado de inmediato como de "alta vulnerabilidad": Silvia, de 49 años, arrastraba problemas de salud mental y acababa de salir de una terapia de desintoxicación. La primera hipótesis, la más temida por su familia, fue un suicidio. Su entorno miraba al mar, esperando la peor de las noticias, sin imaginar que la realidad era infinitamente más cruel y cercana.
Los investigadores de la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (Udev) no tardaron en tirar del hilo correcto. El marido de Silvia les confesó que ella le había abandonado para iniciar una relación esporádica con otro hombre: Pablo P. S., de 51 años, un viejo conocido de la policía apodado "El Vasco". Sus caminos se habían cruzado en el lugar más inesperado: una terapia de Proyecto Hombre para superar sus adicciones.
El perfil de "El Vasco" encendió todas las alarmas. Lejos de ser un delincuente menor, contaba con un largo historial por tráfico de drogas, robos con violencia y lesiones. Los agentes centraron sus pesquisas en él y, el pasado lunes, procedieron a su detención. Pablo P. S. se resistió con violencia, obligando a los agentes a emplear la fuerza. Se mostró frío y desafiante en todo momento.
Con el sospechoso bajo custodia, la Policía Científica, reforzada con unidades de Madrid, entró en la "leonera" en la que vivía. Un piso de escasa ventilación, con las ventanas tapiadas con cartones, donde el olor a muerte era ya insoportable. Los vecinos llevaban semanas quejándose de un hedor nauseabundo que atribuían a tuberías rotas o a la acumulación de basura. Nadie sospechó que estaban conviviendo con un cadáver.
El hallazgo en el arcón congelador activó el protocolo de homicidios. Mientras los forenses trabajaban, la policía retiraba hasta cinco cajas con pruebas de la vivienda. La autopsia preliminar confirmó una muerte violenta, ocurrida probablemente a los pocos días de la desaparición. Silvia llevaba casi dos meses muerta en ese piso.
La principal hipótesis que maneja la policía es el móvil económico. Al parecer, Silvia había recibido recientemente una pequeña herencia, y los investigadores creen que "El Vasco" la asesinó para apoderarse del dinero.
Tras el macabro hallazgo, Pablo P. S. fue trasladado a los calabozos. Al salir esposado de su casa, ante la mirada de los vecinos y la prensa, gritó "txakurras" (perros, en euskera) y "Gora Euskadi Askatuta", en un último acto de provocación. La jueza de guardia no dudó: decretó su ingreso en prisión provisional, comunicada y sin fianza, investigado por un delito de homicidio o asesinato.
La noticia cayó como una losa sobre la familia. Una pariente de Silvia, que trabaja en la zona, confesó rota de dolor que pasaba a diario por delante de aquella casa, sin sospechar jamás que el cuerpo de la mujer que buscaban estaba a solo unos metros, encerrado en un helado y silencioso secreto.