Fallece a los 89 años el expresidente de Uruguay que conquistó a Sudamérica y al mundo con su humildad, su ética y una forma de gobernar que pareció imposible en los tiempos del cinismo político
José “Pepe” Mujica, el expresidente de Uruguay que hizo del poder un acto de renuncia y del liderazgo un ejemplo de sencillez, ha fallecido a los 89 años en su hogar de Rincón del Cerro, Montevideo, tras una larga lucha contra el cáncer de esófago. Con él se apaga una figura irrepetible: un político que eligió no enriquecerse, no mentir, no someterse a los lobbies ni al protocolo, y que sin embargo (o precisamente por ello) logró convertirse en un referente global de integridad y coherencia.
Uruguay decreta tres días de duelo nacional. Pero el duelo se extiende mucho más allá. Desde América Latina hasta Europa, pasando por Naciones Unidas o movimientos ciudadanos de todo el mundo, su muerte deja una sensación de orfandad. Se va alguien que recordaba a los líderes de otra época —los que hablaban claro y vivían como la gente— pero que actuaba con una lucidez profundamente contemporánea.
Del fusil a la urna: la metamorfosis política de un símbolo
Nacido en Montevideo en 1935, Mujica fue floricultor de vocación, guerrillero por convicción y prisionero político durante casi 14 años, tras su implicación con el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros durante la dictadura militar. Estuvo encerrado en condiciones infrahumanas, aislado, incomunicado. Y sin embargo, no salió de la cárcel buscando venganza, sino una manera distinta de reconciliar el poder con la honestidad.
Tras la recuperación democrática en 1985, se convirtió en una de las figuras clave del Frente Amplio, la gran coalición de izquierdas uruguaya. Fue diputado, senador y ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca antes de ser elegido presidente en 2009. Gobernó entre 2010 y 2015, en un mandato que transformó a Uruguay en un referente mundial en políticas progresistas.
Un presidente campesino que desafió al sistema
Su estilo desconcertó desde el primer día. No vivía en el Palacio Suárez, sino en su chacra. No viajaba en coche oficial, sino en su viejo escarabajo Volkswagen. No vestía trajes caros, sino ropa de trabajo. Y renunciaba cada mes al 90 % de su sueldo como presidente para donarlo a causas sociales.
Pero más allá del gesto simbólico, Mujica fue un reformista con un profundo calado social: legalizó el matrimonio igualitario, despenalizó el aborto y convirtió a Uruguay en el primer país del mundo en regular íntegramente el mercado de cannabis. En un continente atravesado por el dogmatismo, la corrupción y la desigualdad, su presidencia representó una anomalía luminosa: la de alguien que hablaba como la calle y pensaba como un filósofo.
El referente moral de Iberoamérica
Pepe Mujica no solo marcó un hito en Sudamérica. En España y en todo el ámbito iberoamericano fue y sigue siendo una figura reverenciada por quienes ven en él un modelo de ética aplicada al poder. En un momento histórico donde la desafección ciudadana hacia la política ha alcanzado cotas históricas, Mujica fue capaz de reencantar al pueblo con la política, mostrándola como un servicio, no como un privilegio.
Intelectuales, artistas, académicos y movimientos sociales encontraron en él un punto de anclaje moral, un referente que hablaba claro, que pensaba con profundidad y que no tenía miedo a decir verdades incómodas. Sus discursos ante organismos internacionales —como el memorable alegato ante la ONU en 2013— se volvieron virales por su sencillez y profundidad.
El legado de un sabio sin vanidad
Eduardo Galeano dijo una vez que Mujica era un sabio “que no necesitaba parecerlo”. Su muerte deja un vacío que va más allá de la política uruguaya. Nos obliga a preguntarnos si todavía es posible un liderazgo con coherencia, si puede haber gobiernos sin retórica hueca, si alguien puede ostentar el poder sin traicionar sus principios.
El secretario general de la ONU, António Guterres, lo ha descrito como “una inspiración para millones de personas”. Y no exagera. Porque más que un político, Mujica fue un filósofo campesino, un Quijote con botas de barro, un viejo sabio que sabía que la libertad no estaba en el discurso, sino en el modo de vida.
Hoy el mundo está de duelo
Hoy Sudamérica pierde a uno de sus grandes. Iberoamérica, a uno de sus mejores. Y el mundo entero, a una de las pocas figuras que supo mostrar que la política puede ser un acto de amor y no de dominación.
Pepe Mujica ha muerto. Pero el ejemplo de su vida queda vivo, como una semilla que ojalá germine en las nuevas generaciones. Porque quizás, solo quizás, el siglo XXI aún tenga espacio para presidentes como él.