Un tal Keynes...

Por si quedaba alguna duda, el Gobierno recién elegido ha enseñado la patita por debajo de la puerta y ya está claro cuál es su “agenda reformista”: recortar hasta donde haga falta con la pretensión, por encima de cualquier otra cosa, de reducir el déficit ¡¡en 38.000 millones de euros en un solo año!![1] Bueno, esto y una nueva reforma laboral, y seguramente un “banco malo”, repago, …. Más de lo mismo, otra vuelta de tuerca.

¿No hemos aprendido nada? ¿De verdad creen que reduciendo el gasto o aumentando los impuestos por 38.000 millones en un año –si es que tal cosa es posible- se reducirá el déficit en esa misma cantidad? Los alumnos de primer curso de cualquier Facultad de Economía conocen los conceptos de multiplicador y estabilizador automático. Un paquete de esta naturaleza, en plena caída en la recesión, con el sector privado inmerso en un proceso de desendeudamiento, paralizará la economía, y con ella la recaudación fiscal… y además del coste irrecuperable en términos de renta y empleo, ¡¡impedirá que los absurdos objetivos en términos de déficit se acaben alcanzando!!

Y vuelta a empezar: crisis de deuda, la prima de riesgo hacia arriba, tenemos un sector público que no nos podemos permitir, Cumbre europea, Merkozy, estos españoles trabajan poco y encima se van de puente, pero qué desastre es la ley de dependencia, con tanto abuso la sanidad no puede funcionar, hay que cobrar por ir al médico, los funcionarios trabajan poco, la culpa es de los trabajadores, que quieren tener un contrato estable… Aburren. Pero si nos descuidamos, su mensaje acaba calando.

Sin embargo, hasta Oliver Blanchard, nada menos que el economista jefe del FMI, nos ha recordado hace poco la esquizofrenia de los mercados financieros (aquí): parece que piden y aplauden las medidas de austeridad fiscal, pero después castigan sus efectos –inevitables- sobre el crecimiento.

Ah, es cierto, esos alumnos de primero a los que me refería antes no han llegado todavía a los cursos avanzados de doctorado, donde les enseñan con modelos mucho más sofisticados y “científicos” que la contracción fiscal es en realidad expansiva, gracias a sus efectos sobre las “expectativas” y la “confianza”. Debemos tener confianza en la confianza… Y les hablarán de los ejemplos ya conocidos, como el de Irlanda en los años 90, cuando la reducción del déficit se hizo en pleno proceso de expansión.

No nos engañemos. Estos ejemplos están teórica y empíricamente desacreditados. Paul Krugman, junto a otros economistas, insiste continuamente en que estas ideas son falsas y que lo que necesitan ahora nuestras economías no es contracción, sino estímulo fiscal. Hoy mismo nos recuerda (“Keynes tenía razón”, aquí) lo que Keynes decía en 1937: “la expansión, no la recesión, es el momento idóneo para la austeridad fiscal”. Y tenía razón. Christina Romer presenta (aquí) la evidencia más reciente sobre los efectos de la política fiscal, concluyendo que “los políticos y demasiados economistas parecen discutir a partir de la ideología más que desde la evidencia. Y ésta es más fuerte que nunca a favor de la importancia de la política fiscal. (…) Nunca vamos a resolver nuestros problemas si no nos podemos poner de acuerdo al menos sobre los hechos. Una política económica basada en la evidencia es esencial si queremos triunfar sobre esta recesión y resolver los problemas presupuestarios a largo plazo”.

A pesar de esto, los halcones del déficit –como el propio Krugman califica a estos fundamentalistas de la austeridad fiscal universal- argumentan que los programas de estímulo son inútiles, por ineficaces. Sin embargo, nos ofrece un argumento rotundo en contra. Cuando se aplican programas de contracción, sus efectos son más que evidentes: “la verdadera prueba para la economía keynesiana no ha provenido de los tibios esfuerzos del Gobierno federal estadounidense para estimular la economía, que se vieron en buen parte contrarrestados por los recortes a escala estatal y local. En lugar de eso, ha venido de naciones europeas como Grecia e Irlanda que se han visto obligadas a imponer una austeridad fiscal atroz como condición para recibir préstamos de emergencia, y han sufrido recesiones económicas equiparables a la Depresión, con un descenso del PIB real en ambos países de más del 10%”. ¿Serán Italia y España los siguientes ejemplos a añadir a esta lista? Hasta un economista tan ortodoxo como Charles Wyplosz lo cree: “Vamos directamente hacia una pared con este tipo de políticas. Es una locura. (…) Más austeridad eleva la probabilidad de que Europa se enfrente a una década perdida de letargo económico” (aquí).

Pero Krugman aún nos dice más en el artículo al que me refería antes. ¿No son estos planes inevitables por la restricción que imponen los mercados financieros? Aunque quisiéramos ser más cautos en la reducción del déficit, ¿tendríamos elección?, ¿podríamos colocar la deuda pública necesaria a un precio razonable?. La experiencia de Estados Unidos (y de Reino Unido dentro de Europa) nos enseña que en realidad sí que hay alternativas, pero que esto requiere un contexto institucional muy diferente al de la unión monetaria, y particularmente un banco central (como la Reserva Federal o el Banco de Inglaterra) dispuesto a actuar incondicionalmente y sin límite para estabilizar los mercados de deuda.

Se puede hacer: lo que falta es voluntad política. ¿De verdad estamos dispuestos los europeos a sacrificar nuestras economías por el sacrosanto principio de la independencia del banco central y los dogmas monetaristas?

 


[1] Hace sólo unos días eran 16.500 millones. Parece que se han visto sorprendidos por que las Comunidades Autónomas tengan más déficit que el que se anunciaba… serán los únicos.



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