La revista El Baluarte

Desde hace algunos  años,  poseo en mi enrevesada biblioteca  la Revista El Baluarte, enviada por su director, Juan Luis Álvarez del Busto; este año tuve pedrea: el admirado amigo de Noreña Miguel Ángel Fuente Calleja tuvo el detalle de expedir otra. 

Ese anuario de hojas  con relatos, morriñas y remembranzas vivenciales   recogidas año tras año en el anuario de la Asociación Amigos de Cudillero, y  cuyo contenido protege la vivencia de esa comunidad marinera encalada en la bravía costa del Cantábrico, mar nuestro que todo asturiano de  la emigración y el éxodo lleva en sus entrañas como relicario de querencias  estimadas. 

De la primera vez que  llegué a la villa capitalina del municipio, siendo un auténtico guaje, ha pasado tanto tiempo, que aún tenía la certeza de que los moros del Califato Omeya  seguían lanzado lanzas sobre la Cueva Santa de Covadonga. 

Trabajaba de chico para todo para el   diario “La Voz de Avilés”. Era el auténtico correveidile. Tanto, que todos los días, a las 2 en punto de cada noche, llevaba,  - lloviera, nevara  o retumbara -  las  seis páginas del diario al domicilio del censor. Esa es otra historia esperpéntica del   periodismo  español. 

Un  año, comenzando la primavera,  salí de la Villa del Adelantado de Florida,   con Sanso, el admirado fotógrafo, en su vespa servicial para todo. Iríamos  a Tineo para estar presentes y hacer un reportaje sobre los Vaqueiros de Alzada. Repasando eso 60 años atrás, era una alocada aventura, anque esa moto se comportaba al mismo nivel que Rocinante con don Quijote ante los molinos. 

Desde Avilés, llegamos a Cudillero. Distinguí desde lo alto el pueblo por primera vez, y el recoveco de su mar en el apretado puerto, era una tacita de agua de un color turquesa semiclaro. 

 Hablar de Cudillero en estas pocas líneas, es ver un cuadro  de Matisse - uno de sus bodegones azules por ejemplo -  y  concebir que la existencia nos envuelve con cristalino afecto, mientras  las palabras en pixueto, se tornan gotas  de ternura. 

Cada emigración crea una ruptura penetrante, es un ahogo que los años no ayudan a amainar,  y va alejando  esas emociones indescriptibles que hablan de países repletos de leche, miel,  y son como  un mascarón de proa preparándonos a surcar el piélago de la esperanza. 

Mirando ahora el Mediterráneo valenciano,  mar que  hoy nos abriga, sabemos que hemos sido emigrantes durante más de media vida, y esa condición  crea carácter, una manera de vivir que se torna aletargada, retuerce las ilusiones, se vuelve mixturas y, no obstante, esas hojas  en la revista “El Baluarte” del Cudillero encandilado,  tal vez sin ellas saberlo, nos traen  señales  del lar venerado.   

 

 rnaranco@hotmail.com 



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