La guerra que nos destroza

Nuestro planeta es ahora una granada cuya espoleta puede ser arrancada de cuajo. Tzvetan Todorov lo entendió en toda su extensión al percibir los céfiros enredados en su Bulgaria natal y sobre las tierras que bañan el Mar Egeo con el Mediterráneo de las mil tragedias épicas, y aun así, cubiertas de unas aguas con sabor a sangre pútrida.  

La guerra es más poderosa que las razones por las que se van a ella. Hoy todas las conflagraciones que lidera Occidente se presentan como si fueran humanitarias, y no es cierto. La crueldad de Putin es criminal, alevosa, brutal y siniestra. 

 Y algo ya sabido, pero a su vez muy olvidado, lo hemos leído en alguna parte de un tiempo inmemorial:  

"La Historia nos ayuda a salir de la ilusión maniquea en la que a menudo nos encierra la memoria: la división de la humanidad en dos compartimentos impenetrables; buenos y malos, víctimas y verdugos, inocentes y culpables".  

Los hombres y mujeres somos cerebrales complejo, y en ese meníngeo se genera la conciencia, y con ella el pensamiento, que, a su vez, alimenta, en algunos instantes, aires de  la placidez interior. Asimismo, los céfiros desencantados y las duras contrariedades del cotidiano existir que nos ayudan a caminar mirando el horizonte de la existencia.  

 Debemos requerir indulgencias: la tragedia de Ucrania ha cuarteado en segmentos gemebundos las fibras sensitivas que nos hacen ser humanos. Al presente, sin remedio, en caída libre sobre los murallones del  Kremlin de nuevo zar Putin  

“Si ya no te quedan más lágrimas, no llores. Ríe”. Palabras de Amos Oz, con el afán perenne de que el olvido no forme nido en la trastienda de nuestros alientos humanos.  

Desfilaba el final del siglo XIX faltando algunos años para encontrarnos con las páginas de “Extraterritorial” de George Steiner. No era nueva la luz alargada sobre los muros, y todo coexistía hacia el respeto por el ser sensible, ante la certeza de ser portadores de valores inconmensurables enraizados sobre la propia esperanza tan necesaria en cada época.  

 Poco años después llegaría la brutalidad sobre una cruz svástica  y el espanto inundaría la mirada de millones de personas hasta hacerles preguntar al cielo protector la cusa d terrible del tal agonizante martirio. 

Fuera de la libertad de pensamiento y acciones, cuya base es la escritura, y la palabra, la humanidad estaría en los albores de la Baja Edad Media.  

Y si hoy algunas naciones y no otras están en medio de un progreso de valores sostenidos, es porque seres imbuidos de coraje han abierto rendijas con sus propias manos entre los años más oscuros, para enseñarnos la luz de la emancipación. 

 Persigamos ese sendero. 

 



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