El decálogo vivencial

En esta época modernísima, la esencia de los Diez Mandamientos o Decálogo, tienen presencia viva. O eso creemos. Son, todo el conjunto de esas frases, un camino moral para toda comunidad que posea el deseo de existir rodeado de un orden honrado.  

Se podría analizar todas las perspectivas  y se llegaría a una conclusión: sin  esas 10 de palabras sencillas, no sentiríamos de la forma vivencial en que lo hacemos.  

  1. K. Chesterton -  por mediación de un personaje, el padre Brown -  nos introduce el dedo en la llaga, escarba y nos enfrenta a la razón, al amor y la justicia en el contexto de esos diez términos,  “dónde no mates”, “no robes”, “no mientas”,  y  el resto de los preceptos, son tan válidos hoy como en el principio de los tiempos. 

Los Diez Mandamientos “no requieren justificación ni se les puede rebatir”. No dependen de las circunstancias ni se les puede dejar de lado por consideraciones especiales.   

Para el sacerdote en el cuento de Chesterton, no son sugerencias, ni siquiera diez “retos”. Son exactamente lo que parecen ser, y no hay manera de eludirlos.  

 Thomas Cahill - el teólogo autor de “Cómo los islandeses salvaron a la civilización”- nos explica con una pasión rayada en la poesía, lo imposible de quitarnos de encima las diez palabras más trascendentales de nuestra existencia humana.  

  Según él, millones de humanos han recibido ese decálogo considerándolo razonable, necesario “y hasta inalterable”, porque está escrito en corazón humano desde que empezó a latir.  

 “Siempre – añade - ha estado ahí, en el centro interior de la persona, en el profundo silencio que todos llevamos dentro. Solamente necesitaba ser dicho en voz alta, con un eco profundo para hacer temblar las montañas y los corazones más yertos”.  

Les menciono abiertamente: Mi fe cristiana, espontánea, muy tosca algunas veces, honda y desgarrada otras, viene de esos fuegos del monte de Sinaí, del cual un hebreo bajó para que racionalizáramos lo desconocido, cuyo resultado final ha sido el monoteísmo y las tres grandes religiones que lo profesan.   

Es decir, la civilización que nos sostiene.  

Pensemos unos instantes en ello. Será un acto interior reconfortable.  



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