Sobre la propia angustia

Cuesta escribir cuando suenan los timbales del dolor.

Y eso nos ayuda a recordar que solamente nos acordarnos del valor de la existencia en instantes como los actuales, ante la llegada de ese pavor llamado Coronavirus.

 Leer es uno de los soportes plausibles ante tanto encierro a cal y canto. Hay libros en toda la vivienda, y es ahora, ante el inmenso tiempo del que disponemos, cuando vamos descubriendo la mayoría de ellos. A algunos los saludo como viejos amigos arrinconados.

Tomo en mis manos   “Archivos del Norte” de Marguerite  Yourcenar, un recuerdo de la autora para hablar con un padre inconformista ante una niña que comenzaba a vivir. 

De la escritora guardo mi preferido: “Memorias de Adriano”. He leído y repasado esas páginas   infinidad de veces a todo lo largo de mi vida, que ya es considerable, y sigo teniendo ante ellas un penetrante estima.

Aquel emperador, andaluz de Bética,  está solo y mira los astros. Recuerda a Catón el Viejo, el hombre de la guerra de Cartago cuya sabiduría le hizo comprender los designios necrománticos de los arcanos del nirvana, y saber que nadie es un destino marcado, sino un fin perecedero. En ese momento, cuando la luz que penetra por la ventana se está disipando, exclama: “Empiezo a percibir el perfil de la muerte”, y lo expresa con consciente evocación.

Llama a su médico Hermógenes, al que admira y respeta por su ciencia, y le dice que siente unos pinchazos en el lado izquierdo de su cuerpo. “Tal vez sea cansancio”, le señala el amigo y galeno conocedor de los desbarajustes de su cuerpo.

 En Antioquia acaba de conocer  al jovencito Antínoo, un imberbe al que convierte  amante, y con él sabrá que la pasión es el olvido del yo.

Aquí Yourcenar percibió que el mundo se construye de espacio y tiempo, pero Adriano llegó a más: supo, cuando salió de su aposento   su médico Hermógenes, que uno solamente se desvanece de su propia muerte o lo que ella signifique ante querencias y fogosidades.

Muchos años después – siglos -  Martin Heidegger, el  pensador adherido al Nacional Socialismo de Hitler, anunció el fin de la filosofía y el humanismo con  estas palabras: “Todo ser es el ser. Y el ser es el ser”.

No se le comprendió de momento,  tampoco había tiempo,  ya que daba comienzo  el terror del Holocausto.

Con ese crimen de espanto,  sucumbió un poco más lo que aún quedaba de  humanismo.

Platón, transcribiendo un encuentro entre Calicles y Sócrates, puso en boca de este último una frase de Eurípides que hizo pensar a la humanidad desde hace épocas y sigue ahora más vigente:

“¿Quién sabe  si la vida no es para nosotros una muerte y la muerte una vida?”.

Regresamos al principio de estas líneas: Con  “Memorias de Adriano”, y “Meditaciones” de Marco Aurelio,  nos hemos enfrentamos al presente infausto que nos asedia ante la cruda pandemia, la misma que esparce por doquier ansiedad.

 En medio  de estos afligidos pensamientos tomamos “Memorias de ultratumba”,  la última vivencia de Francois René de Chateaubriand, un texto sobre un itinerario siguiendo el camino marcado por  los nubarrones y  las sombras,  bajo las perdurables  palabras: “Si sicut nubes, quasi naves, velut umbra” que en castellano enuncia: “El tiempo se escapa como una nube, como las naves, como una sombra”. 

Con toda la angustia encima,  aún nos queda un resorte sorprendente: la humanidad ha demostrado siempre que es más fuerte que sus miedos.

 

 

 



Dejar un comentario

captcha