El Waraira Repano surca lagrimones de sangre

Un literato puede convertirse en referencia sin salir del terruño, al llevar sobre él la primogénita materia de la existencia con sus protervos o buenos  atributos.

Al rasguear las  líneas negras recordando una ciudad,    nos vienen a la memoria - dubitativa siempre -   los casos de dos escritores que sin haber abandonado prácticamente su zona  casi privada – uno las calles de Alejandría, y el otro los callejones del viejo Cairo - nos han ofrecido una obra que ha traspasado las fronteras de la conmoción individual a conciencia de una sencilla prosa sorprendente.

Emprendamos  el corto recorrido observando a Konstantínos o Constantin Pétrou Kaváfis o Cavafis, mejor llamado en sus poemas  Constantino Kavafis.

Kavafis, el bardo de la desazón en los entretelones de un alma, necesitado  de efebos en flor que le amansaran el amor carnal que los dioses de Tebas le inundaron sin compasión.

Lawrence Durell se inspiró en el autor de “Ítaca” para el personaje de “el viejo poeta”, siempre escarbando  en el sensual aroma de la disipada ciudad bizantina.

 El otro es el Premio Nobel  Naguib Mahfuz, el autor de la más inconmensurable historia de El Cairo eterno que ha descrito magistralmente, reflejando los viejos barrios con su gente, bazares y tradicionales cafés.

 En esta misma usanza de Mahfuz, nos llega ahora uno de los autores más conocidos en Egipto y Oriente Próximo. Su nombre es Alaa Al Aswany, y no tardará en ocupar un lugar primordial en la narrativa moderna.

 Con la novela “El edificio Yacobián”, un relato deslumbrante de un inmueble en El Cairo, la vida de la ciudad milenaria sale a nuestro encuentro matizando el contraste de unos seres envueltos en la irresoluta realidad que ahoga pasiones y debilidades, sin faltar el idealismo juvenil  ni la rancia podredumbre política.

 La ciudad retratada hasta el ardor es, no hay duda, El Cairo,  aunque pudiera ser cualquier otra. El ser humano – sin distinción de credo, lejanía o color de la piel – está construido de la misma levadura.

Al haber vivido nuestro cuerpo  años en Venezuela ¿pudiera ser en nosotros esa  urbe del Nilo Caracas? Lo es. Y las palabras del personaje  Kamal el Fouli, un político camaleón en el suburbio de los faraones, son un reflejo de la realidad en una nación caribeña desmembrada y cuyas calles se cubren  de muertos y  docenas de heridos, mientras el macizo de El Ávila sobre la cordillera de Parque nacional Waraira Repano, llora lagrimones de fuego.

Los niños caraqueños aprenden que el antiguo “Warairarepano” era el corazón de  la gran Diosa del mar. En aquellos tiempos inmemorables  no existía la alta cumbre, todo era plano, y narra una leyenda o tal vez la única verdad, que un lejano día cuya fecha no se precisa al no existir los años, solamente la vida y la muerte, la Señora del Caribe  fue ofendida, se molestó mucho y quiso borrar para siempre a todo el pueblo. Cuentan las palabras que guardaban  las vivencias de los días, que una inmensa ola se levantó del mar Caribe contra la llanura. La tribu al unísono  grito, se inclinó en tierra, lloró sal y la Diosa, cuando todo lo creado iba a desaparece, los perdonó al convertir la tierra llana en la montaña que hoy protege a Caracas.

Es una quimera sin duda, y aún así, Caracas y Venezuela entera, necesitarían un milagro sorprendente de grandes proporciones que ayudara a salir de la tragedia política  del presente.

 



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