La profesión de abogado y Ramón Mijares

La imagen de los abogados se proyecta hacia la ciudadanía en planos distintos.

El cine ha creado estereotipos de abogados paladines de la justicia, como el personaje que encarna Gregory Peck en «Matar a un ruiseñor». También ha presentado los despachos de abogados como tramas corruptas al modo del personaje de Tom Cruise en «La Tapadera». La literatura ha sido más cruel. Shakespeare abogaba por matar a todos los abogados; Dostoyevski proclamaba que los abogados eran una conciencia alquilada. El humorismo pinta una realidad aún más devastadora: «¿Por qué los tiburones no atacan a los abogados? Por cortesía profesional».

Lo cierto es que los abogados se han convertido en una pieza clave de nuestra vida cotidiana. El sistema legal ha experimentado un crecimiento espectacular y, cuanto más prolija es la regulación de una materia, más confusa y discutible acaba siendo su interpretación, lo que no hace más que incrementar la necesidad de acabar buscando diariamente consejo legal especializado.

Ello ha determinado que del mismo modo que al día de hoy no hay médicos, sino traumatólogos, urólogos, oncólogos, ginecólogos..., tampoco hay abogados, sino laboralistas, civilistas, penalistas, mercantilistas...

En Asturias hay muy buenos abogados. Tenemos el honor y el placer de conocer a muchos de ellos y no escatimamos elogios cuando tenemos ocasión para ello.

Pero hoy toca individualizar la loa en la figura de Ramón Mijares. La ocasión lo merece. Se cumple el 40 aniversario de su colegiación, acaecida allá por el año 1976, fecha desde la que continuó sin interrupción en el ejercicio de esta digna profesión.

Ramón es un abogado de la vieja escuela. Esa generación de abogados desconocía la especialización, era tributaria del Aranzadi y aglutinaba unos conocimientos enciclopédicos que les permitían afrontar con solvencia cualquier problema jurídico y en cualquier rama del Derecho.

Ramón, además, es un abogado de gran agudeza. Su sagacidad le permitió ver que estábamos asistiendo a una progresiva difuminación del ámbito jurídico nacional y una expansión de nuestras fronteras y, por ello, ya en el año 1988, abrió despacho en Bruselas.

Tampoco fue ajeno al creciente proceso de juridificación de nuestra realidad, a la hiperlexis que aqueja nuestra sociedad, y, consciente de esta complejidad, promovió en el año 1994 una sociedad mercantil para la resolución alternativa de litigios a través de la mediación, que cosechó grandes éxitos tanto en el ámbito autonómico como en América.

Fue también un abogado imaginativo. En los años 80 defendió a un acusado de asesinato e invocó como atenuante trastorno mental transitorio provocado por el «vientu les castañes» o viento sur, que, según los peritos psiquiatras que asistieron al juicio, podía afectar a la voluntad del inculpado.

Es académico de número de la Real Academia Asturiana de Jurisprudencia desde el año 2014.

Antiguos tunos y viajeros infatigables, juntos editamos la revista on line «Las XII Tablas», de contenido jurídico, y desarrollamos, también conjuntamente, los Módulos de Campo de Derecho Consuetudinario Asturiano a través de los que pretendemos acercar a los profesionales y a la ciudadanía en general la riqueza de nuestro derecho propio.

Hay una anécdota muy expresiva de la capacidad de convicción de los abogados. Dice así: Un abogado le comenta a su cliente: «Como verá, ha sido declarado inocente gracias a mi defensa. Pero, en confianza, dígame: ¿fue usted quién robo el banco?». El cliente le responde: «Yo creo que lo robé, pero después de oír sus alegaciones ya no estoy muy seguro...».

Ramón podría haber sido su protagonista.

Felicidades.

 

 



Dejar un comentario

captcha