Benedicto se va

Con  la renuncia de Benedicto XVI, uno,   cristiano al viejo  uso imbuido en la fe mis mayores, he sentido nostalgia. Estuve en Roma cuando fue nombrado Pontífice, y dos años antes, en la misma Ciudad Eterna, el cardenal venezolano Castillo Lara, gobernador del Vaticano, nos lo presentó. Fue un encuentro emotivo e inolvidable que ahora toma forma entrañable en nuestro recuerdo.

 

Esta misma mañana, tras volver a releer algunas páginas  del “Diario de un cura rural”, de George Bernanos, nos dimos cuenta nuevamente de que  la grandeza de la Iglesia   sigue estando en el “amor a la verdad”, concepto que los poderosos se niegan a oír.

 

No es fácil ser cristianos comprometidos en estos tiempos de borrasca. Pero no estamos solos: los pastores  van a la cabeza del rebaño.

 

Benedetto Croce escribió: “El cristianismo ha sido la mayor revolución que la Humanidad haya realizado jamás; tan grande, tan incluyente y tan  profunda, tan rica en consecuencias, que no sorprende  una intervención directa de Dios. Ninguna revolución, ninguno de los grandes descubrimientos que han marcado un hito en la historia humana, admite comparación con el cristianismo. Y la razón de esto, es que la revolución  cristiana  actuó en el centro del alma, en la conciencia moral, y al destacar lo íntimo y lo propio de dicha cognición, casi pareció  que le proporcionaba  una nueva virtud, una nueva cualidad espiritual, de la que hasta entonces  carecía la Humanidad”.

 

 Esa es la razón de que el cristianismo haya mantenido desde el principio de la era, una antorcha encendida cuya luz taladró  en el firmamento se lee con claridad: “No tengáis miedo”.

 

La corriente espiritual de Joseph Ratzinger está encuadrada en el amor, el matrimonio, los peligros para la fe, el renacimiento de la espiritualidad, el cielo, Jesús, las mujeres y los falsos profetas de los actuales tiempos.

 

No se trata de teorías largamente explicadas ni de cuestiones abstrusas, sino de una verdad fluida, inteligente e inteligible.

 

 Ahora, ante su retirada de la sede de san Pedro, deseo recordar algunas muestras de sus opiniones, recogidas en el libro “Dios y el mundo”.

 

 “Sabemos por Cristo cómo es Dios, que nos ama. Y Él sabe cómo somos nosotros. Sabe que somos carne. Y polvo. Por eso acepta nuestra debilidad”.

 

El lenguaje de Dios es silencioso. Pero nos ofrece numerosas señales. Si lanzamos una ojeada retrospectiva, comprobaremos que nos ha dado un empujoncito mediante amigos, un libro, o un supuesto fracaso, incluso mediante un accidente.

 

El verdadero amor no consiste sencillamente en ceder siempre, en ser blando, en la mera dulzura. En este sentido, un Jesús o un Dios dulcificado, que dice a todo que sí, que siempre es amable, no es más que una caricatura del verdadero amor.

 

El preservativo parece más eficaz que la moral, pero creer posible sustituir la dignidad moral de la persona por condones para asegurar su libertad, supone envilecer de raíz a los seres humanos.

 

Y al final una certeza:

 

“El Papa no ejerce un poder totalitario o absolutista, sino que es un siervo obediente de la fe”.



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