El delirio encapsulado del señor Rosell

El Sr. Rosell de nuevo sale a la palestra pública a disparar a todo lo que se mueve.

La Encuesta de Población Activa (EPA) no es real. Incluso llega a afirmar que hay quienes no quieren trabajar y aun así se apuntan. Se mete hasta con los amos y amas de casa, que parece que se inscriben porque han visto la posibilidad de obtener alguna cosa. Son, en definitiva, unos aprovechados.

Postula la implantación de los «minijobs». Trabajos de una, dos o tres horas y, consecuentemente, sueldos de miseria.

Pero donde verdaderamente alcanza el culmen de la crítica es cuando llega al apartado de los funcionarios: sobran trescientos o cuatrocientos mil. Son unos vagos que consumen papel, teléfono y, además, están enmarañando el ordenamiento jurídico. Es mejor tenerlos en casa y pagarles un subsidio. Molestarían menos.

Indudablemente resulta incuestionable que la actitud del Sr. Rosell no cabe enfocarla desde unos parámetros normalizados. No sería justo seguir con la crítica feroz contra sus afirmaciones y postulados. Su actitud sistemática de negación de la realidad que lo circunda y su cuestionamiento de aspectos implícitos en la sociedad y en el estado de derecho aconseja adoptar una actitud de comprensión y ayuda para que pueda salir pronto de esta enfermedad que lo aqueja.

La mejor ayuda que le podemos prestar al Sr. Rosell, aparte de una cierta pedagogía jurídica, es la de intentar un diagnóstico de su enfermedad para, a partir de él, determinar la medicación adecuada.

A esta tarea humanitaria vamos a dedicar las siguientes líneas.

Hemos titulado este comentario como «delirio encapsulado», que quizá sea el diagnóstico que más se aproxima a la verdadera enfermedad que padece el Sr. Rosell.

El delirio encapsulado es una idea delirante que, aunque no impide al paciente funcionar con normalidad en el resto de los aspectos de su vida, le provoca un sobresalto intelectivo cuando alguien le habla del tema concreto que le aturde, momento en el que el sujeto comienza a delirar y a comportarse de forma enajenada.

La sola mención de la expresión «empleados públicos» socava la capacidad intelectiva del Sr. Rosell, le hace dar un salto mental a la vez que comienza a balbucear palabras de enojo y crítica hacia esos personajes inútiles e incapaces que le estorban en todas partes. ¡Que se vayan a su casa! Ése es su grito de guerra.

Muy próxima al delirio encapsulado se encuentra la paranoia. El afectado tiene la sensación de haber sido elegido para cumplir una alta misión, en este caso, la aniquilación de los empleados públicos.

Se manifiesta en un trastorno delirante en el que el paciente expresa una idea con una persistencia y fuerza inusual. Esta idea tiene una influencia tan central y excesiva que altera la vida del paciente hasta extremos inexplicables. Ocupa todo su tiempo libre.

Aunque quizá lo que queda atribuirle al Sr. Rosell sea la falacia de llegar a conclusiones erróneas e inconscientes por una manipulación deliberada por su predisposición genética, quizá fruto de una obsesión infantil, contra los empleados públicos.

En todo caso, al Sr. Rosell habría que decirle tres cosas:

Primera. Los funcionarios públicos son los garantes del sistema constitucional, del principio de legalidad y del Estado de Derecho. Sin ellos la clase política se apoderaría más aún de lo que lo está haciendo en la actualidad, de todos los instrumentos de poder, y quizá la corrupción carecería de obstáculos y cortapisas. No creemos que el Sr. Rosell, a pesar de la patológica obsesión que padece, abogara por una sociedad en la que los políticos decidieran a su antojo sin sometimiento al ordenamiento jurídico. ¿O sí?

Segunda. Desde el coche oficial se ve una realidad distorsionada. Desde la altura de la presidencia de los empresarios no se perciben las carencias de los ciudadanos. Mucha gente lo está pasando muy mal. Muchas familias no perciben ingreso alguno. El desempleo es la situación de quien queriendo y pudiendo trabajar no encuentra trabajo. No hay ciudadanos vagos. Hay ciudadanos muy enfadados. Las declaraciones del Sr. Rosell no hacen más que encender una mecha en un depósito de pólvora.

Tercera. Los «minijobs» no son más que una fórmula de restablecimiento de la esclavitud. ¿Reservará alguno para sus hijos o familiares directos?

No tenemos ninguna esperanza de que se produzca un rápido restablecimiento en las patologías que sufre el Sr. Rosell, pero, por si le sirven como tratamiento, dos máximas que vienen muy a cuento: primero, la de Paul Mason, periodista francés, para quien «Los empresarios son como los libros de una biblioteca, los situados en los lugares más altos, son los más inútiles», o como afirmaba Shakespeare: «Desdichado país donde los idiotas conducen a los ciegos».



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