Un crimen bestial

La situación de la Amazonía brasileña es, por decir lo menos, aterradora. La tala de árboles se ha convertido en un juego donde todos participan: terratenientes, campesinos con o sin tierra y las propias autoridades. En los últimos años fueron arrasados cientos de kilómetros cuadrados de floresta

Brasil ocupa casi la mitad del área total de América Latina. Es el monstruo del Sur. Su superficie suma un total de 8 millones y medio de kilómetros cuadrados, equivalente a un espacio mayor que el ocupado por los países europeos juntos, o el territorio continental de los Estados Unidos.

La región norte del país, lo que muchos llaman la Amazonas exótica, se encuentra prácticamente cubierta de selva. Allí la naturaleza es la fuerza dominante, aunque el hombre, poco a poco, la está destruyendo.

 La zona amazónica es la mayor del mundo, y ocupa el 40 por ciento del territorio brasileño. Allí viven 1.800 especies de aves y 250 variedades de mamíferos, protegidos por una incalculable variedad de plantas y árboles. Y aquí algo de suma importancia: Esta boscaje es directamente responsable de la producción del 50 por ciento del abastecimiento mundial de oxígeno. ¿Se da cuenta, lector, de eso?

También hay otros datos. El río Amazonas y sus afluentes suministran el 20 por ciento de toda el agua fresca del planeta, pues de los veinte mayores  cauces del mundo, diez están allí.

La llamada “ruta de los militares” – construida en días de dictadura castrense –  abrió  las puertas e hizo que se penetrara al corazón de la misma selva. Desde aquella fecha, nada ha sido igual en Amazonas. En poco tiempo los terratenientes, como zamuros, eliminaron miles de  kilómetros cuadrados de floresta sólo en el estado  de Mato Grosso, donde se rodaron muchas escenas de las telenovelas “Pantanal” y “El rey del ganado”, las cuales han quedado grabadas en nuestras retinas ante  la hermosura tropical de aquel incomparable paisaje.

Si deseamos tener una idea más clara de la magnitud de la catástrofe, basta un simple dato escalofriante: en los últimos  20 años la superficie desmontada alcanzó a 263.700 kilómetros cuadrados. Todo el desmonte hizo que, prácticamente, siete estados brasileños quedaran parcialmente desérticos: Pará, Maranhao, Tocantins, Mato Grosso, Roraima, Acre y el mismo Amazonas, cuya capital es Manaus.

Cuando uno va en avión de noche, de Caracas a Río de Janeiro, se contempla un panorama desolador: una tierra en llamas, al ser miles los incendios provocados para devastar los campos, un asesinato con cientos de cómplices y mucho silencio en el resto del planeta.



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