Simplezas en torno a la crisis

Simplezas en torno a la crisis

Por Fernando Esteve/econonuestra.-Dos breves apuntes sobre lo que está pasando. El primero se refiere a todo un bloque de comentarios contradictorios que se suelen oír por ahí acerca de la crisis. Por un lado, está la opinión expresada día sí, día también, por el Gobierno de este desventurado país y de toda la ingente multitud de sus corifeos autonómicos y locales, y que también, ¡cómo no!, aparece en boca de esos infatigables -y nada afectados por el paro- trabajadores que son los tertulianos, opinión que repite incansablemente que la crisis es "cosa de todos" pues a todos nos afecta en mayor o menor medida, por lo que aquellos todavía menos afectados (o sea, quienes aún tienen empleo) han de hacer algo por los más infortunados, o sea aceptar con entrega e ilusión las políticas de austeridad que desde el gobierno se decretan. Pero, curiosamente, por otro lado, está un cierto runrún que se suele oír por lo bajo entre las gentes del común por calles, plazas y mercados, y que se resume muy bien en el título de aquel viejísimo album del grandilocuente y chillón grupo pop Supertramp:Crisis. What crisis?, o sea, que no es tan fiero el león de la crisis como lo pintan.

 

 

Y es que hay muchos lugares en que no se nota la crisis, o en que se nota muy poco. Los restaurantes de lujo siguen tan llenos como siempre, o casi; los hoteles en los puentes y demás fiestas tienen niveles de ocupación similares; la demanda de coches de lujo se mantiene; los cruceros siguen haciendo sus aburridos y aeróbicos recorridos, etc., etc. Y, entonces, ¿con qué nos quedamos? ¿afecta la crisis a todos o es un espejismo? Pues la respuesta es que ni una cosa ni la otra. La crisis, este impactante marasmo económico en que ha sumido a España la pertenencia al euro y la política económica del anterior gobierno y la versión continuista del actual, es una obvia realidad. Pero es una realidad asimétrica pues dista de afectar a todos.

 

No me pondré a apoyar esta afirmación con una batería de datos, pues con un par de ellos creo que el argumento aparecerá claro. El año pasado, la renta nacional, el pastel de lo que producimos: el PIB, creció poco, un magro 0,4% respecto al año anterior; en tanto que el empleo cayó en más de un 3,26%. Esto significa que la renta media de aquellos que siguieron empleados creció. Ahora bien, ese hecho esconde una clara disparidad: no les ha ido tan bien a los asalariados ocupados que al resto de ocupados (autónomos incluídos) pues en tanto que remuneración de los asalariados creció un 1,1 en el año pasado (y entre los asalariados hay que incluir a "asalariados" tan sui generis como el señor Botín y el conjunto de gerentes y directores de empresas), fueron las rentas empresariales (del capital más las de los trabajadores autónomos) las que más crecieron (un 6,6%). En el último trimestre del año 2011, ya por primera vez, las rentas empresariales se llevan un porcentaje del PIB (46,2%) mayor que el porcentaje que corresponde a las rentas salariales (46%), "trozo" del PIB que se han de repartir 15,7 millones de personas (incluyendo entre ellas, repito, a Botín y sus amigos) cuando en 2007, el 48% del PIB de aquel año se lo repartían entre 18 millones (incluyendo entre ellas, una vez más, a Botín y sus amigos). En suma, que no es nada extraño que teniendo en cuenta todo lo dicho, haya muchos (Botín, sus amigos, y algunos otros trabajadores, y bastantes autónomos y empresarios) a los que esta implosión de la economía española no les afecta sino que, incluso, les beneficia.

 

Segunda simpleza

 

La segunda de esas simplezas cotidianas de la que quiero aquí hablar es aquella que se repite incansablemente desde el gobierno y sus expertos económicos, que por cierto es idéntica a la que otrora predicaba el gobierno anterior y sus expertos (que, por cierto, eran los mismos). Y es que no hay alternativa para la política económica española, que dado que estamos en una unión monetaria y hemos perdido la soberanía monetaria, hemos perdido también la autonomía financiera, es decir, cuanto a la capacidad de autogestión respecto a la financiación pública. Al no quedar otra opción que reducir el déficit público, pues así se nos impone desde fuera, no se puede hacer otra cosa que disminuir el gasto público con todo lo que ello supone, o sea, el desmantelamiento progresivo de nuestro Estado del Bienestar pues no podemos permitírnoslo. En apoyo claro de esta forma de ver las cosas está la corriente dominante en el mundo académico de la Economía en España. Así, desde hace algún tiempo, algunos miembros del equipo habitual de "expertos" económicos del Gobierno (sea cual sea su color, repito, pues el "equipo" se mantiene), aquellos que por pensarse más modernos y "científicos" que los demás se declaraban antikeynesianos ("Keynes estaba muerto" solían decir. Siempre tan ingeniosos, ellos), defendían la opinión de moda en el mundo de la Economía Dominante, esa que afirma que la austeridad es expansiva. Sus singulares razones para decir tal cosa eran variadas, “singulares” en el sentido de “epatantes” pues como señalaba Albert O. Hirschman los economistas adolecen por lo general del defecto de “querer llamar la atención” defendiendo tesis que llamen la atención por enfrentarse al sentido común, como para demostrar que ser economista es algo a lo que no se puede acceder sin haber pasado por una dura formación académica. Pero, a lo que iba, todas esas “razones”, tan a la postre irracionales. Eran variaciones sobre el mismo tema. En sus "modelos" el agente económico es racional a un nivel cuasidivino y una voluntad de hierro. Prevén que si el estado gasta más y se financia con deuda, en el futuro se verá obligado a subir los impuestos, y sabiéndolo ese agente económico racional que vive en sus modelos decide entonces empezar a ahorrar ya cual hormiguita para tener un remanente cuando el estado en ese futuro indefinido le suba los impuestos.En consecuencia, una política expansiva financiada con deuda no estimula la economía. El estado, lo que debe hacer, en consecuencia, más que lanzarse a una orgía de gastos es reducir su deuda, y para ello nada mejor que disminuir el déficit disminuyendo los gastos que hace. A fin de cuentas es eso lo que ha de hacer un buen padre de familia cuando se ha endeudado para comprarse un piso: debe guardar todos los meses un dinero para ir pagando la deuda no sea que le desahucien.

 

Por otro lado, la contracción del tamaño del sector público favorecería el desenvolvimiento y expansión del sector privado. Que ¿por qué? Pues por dos razones. Por un lado, el tipo de interés cae en la medida que el estado no compite por el ahorro privado con el sector privado, lo que estimula la inversión empresarial que siempre es más "eficiente" que el gasto público (¡vaya usted a saber porqué!) lo cual requeriría por cierto que si el agente económico racional fuera español debiera también ser un completo amnésico pues, caso contrario, ¿cómo olvidar las ineficientes inversiones del sector privado hispánico en el ladrillo? . Por otro, por la aparición de una suerte de "efecto psicotrópico" en los cerebros de los empresarios asociado a la disminución del gasto público que les hace sentirse más seguros y confiados respecto al futuro y les lleva a invertir más (Krugan ha considerado que este efecto mágico se debería a la aparición de una suerte de "hada buena", el "hada de la confianza" ). No merece la pena seguir. La realidad de los efectos de las políticas contractivas está ahí. La defensa de los economistas académicos ante este desastre sin paliativos es la habitual de los "equipos habituales": hay que esperar al largo plazo, el mal que ahora se está causando a las gentes por seguir sus consejos es por un lado justo (se debe a sus excesos pasados) y, por otro, reparador, pues como sucede cuando se cumple la penitencia correctamente (con contricción) en la mitología cristiana, el dolor de hoy producirá réditos en un futuro radiante. O sea, que si le economía española sigue sus consejos y pena como debe penar hoy, el paraíso económico estaría garantizado.

 

Estupideces

 

Estupideces. Cada vez tengo más claro que la revolución keynesiana fue también una auténtica revolución moral a nivel social y económico semejante a la revolución nietzscheana a nivel del individuo. Si se mira desde esta perspectiva, la posibilidad que Keynes descubre de hacer políticas activas en situación de crisis es una revolución contra la pasividad y la resignación que, frente a las recesiones económicas, los economistas de las escuela neoclásica y austríaca predican como actitud y política económica. Se que es una herejía, pero tengo para mí que en el fondo, muy en el fondo de la aceptación de los modelos de esas escuelas por parte de la mayoría de los economistas (así como sus reiterados esfuerzos por "matar" intelectualmente a Keynes) subyace una actitud moral, una idea acerca del uso de las nociones de pecado,  castigo y  redención a nivel social de raíces inequívocamente cristianas y masoquistas, y con arreglo a la cual el mundo económico es y debe ser en cada presente un "valle de lágrimas" (siempre dominado por la "escasez"), de modo que si alguna sociedad se olvida de esta "verdad" y se "propasa" y "vive por encima de sus posibilidades", peca, y ha de aceptar el ser "castigada" para "redimirse" y  volver al sendero de la "moderación".

Pero, se me dirá, todo esto está muy bien, pero, ¿cual es la alternativa en la situación actual que, querámoslo o no, nos obliga al equilibrio presupuestario? Pues muy sencillo. Una muy simple que conoce todo estudiante de Economía de primero de Macroeconomía, y es partir de la que ofrece el llamado "Teorema del Multiplicador del Presupuesto Equilibrado" y por el cual se tiene que en situaciones como la actual en España, el efecto contractivo de una subida de impuestos es menor que el efecto expansivo de una subida equivalente del gasto público, en la medida que la subida de impuestos (por ejemplo por un importe de 1000), si bien reduce la renta disponible (en 1000), no reduce en esa misma cantidad el gasto en consumo sino en una cantidad menor pues parte de esa renta disponible (que se reduce por los mayores impuestos) no se gastaría sino que se ahorraría,  en tanto que el gasto público que esos impuestos permiten (por un valor de 1000) generan una demanda efectiva de 1000 de modo directo. Se trataría en suma de conseguir satisfacer a los econosádicos de Berlín y Bruselas diseñando una política presupuestaria que expandiese el gasto público menos que los impuestos, o sea, que redujese el déficit público pero que, debido al multiplicador del presupuesto equilibrado, no tuviese efectos contractivos sobre la economía, justo entonces la política contraria de la que el actual gobierno está instrumentando. Y, si es tan simple, ¿por qué no la consideran los expertos economistas académicos que están tras el gobierno actual y lo estaron tras el de Zapatero? Probablemente la razón es que ya ni se acuerdan del Teorema del Multiplicador del Presupuesto Equilibrado. Ese supuesto teoremilla derivado de las enseñanzas de un oscuro y confuso economista de la primera mitad del siglo XX

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