Asturias es hoy un lugar donde el tiempo pesa más que el calendario. No porque los relojes vayan más despacio, sino porque la edad media de su gente marca el ritmo de casi todo: de la economía, de la sanidad, de los servicios públicos… y también de la forma de estar en el mundo.
Según el informe Calidad de vida y felicidad social 2025, elaborado por el Observatorio de Intangibles y Calidad de Vida de la Universidad de Castilla-La Mancha, el Principado se consolida como la comunidad autónoma más envejecida de España. El 44,02 % de su población tiene más de 55 años, casi diez puntos por encima de la media nacional (34,57 %). Un dato que no es solo estadística: es identidad, contexto y desafío.
Y, sin embargo, hay una sorpresa que rompe el tópico fácil: Asturias no es una comunidad triste.
La paradoja asturiana: más edad, más equilibrio emocional
Si uno se queda solo con la pirámide demográfica, el diagnóstico parece sombrío. Pero cuando se pregunta a la gente cómo se siente, especialmente a los mayores, la respuesta es mucho más compleja y, en cierto modo, inesperada.
Entre la población de 60 años o más, Asturias alcanza niveles elevados de satisfacción vital. La valoración media de la vida se sitúa en 7,86 puntos, la del entorno familiar en 7,90 y la sensación de seguridad en 7,76. El índice de felicidad social ponderado llega a 7,41 puntos, muy cerca de la media nacional para ese grupo de edad.
Dicho en claro: los mayores asturianos, pese a todo, están razonablemente bien. No hablan de euforia ni de felicidad exuberante, pero sí de estabilidad, de calma y de un cierto equilibrio emocional que no es menor en tiempos de incertidumbre.
El estudio confirma, además, una tendencia que se repite en toda España: los mayores son el grupo poblacional con mejores niveles de bienestar subjetivo. En Asturias, esa pauta se acentúa por el peso demográfico de quienes ya han pasado la etapa laboral y valoran más la seguridad, la familia y la rutina que el ascenso social o la movilidad profesional.
Familia, seguridad y “tirar”: las claves del bienestar asturiano
Cuando se rasca un poco más, aparecen los pilares sobre los que se sostiene esa satisfacción:
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La familia, todavía muy presente como red de apoyo.
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La sensación de seguridad, tanto personal como social.
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Una cultura del “tirar”, del resistir sin dramatizar, muy propia del carácter asturiano.
Los mayores de 60 años puntúan incluso mejor su situación económica que los grupos más jóvenes (7,33 puntos), mientras que la valoración del trabajo baja (6,62), algo coherente en una comunidad con un alto porcentaje de población jubilada.
En otras palabras: Asturias envejece, pero no se siente abandonada emocionalmente. Al menos, no del todo.
Donde se resquebraja el modelo: servicios, sanidad y movilidad
La otra cara del informe es menos amable. Cuando los mayores asturianos evalúan los servicios públicos, el tono cambia.
Los servicios sociales reciben una puntuación de 5,67, ligeramente por debajo de la media nacional. La sanidad, uno de los grandes orgullos históricos del Principado, se queda en 6,62, también por debajo del promedio español. Y el transporte y la accesibilidad obtienen un 6,48, un dato especialmente preocupante en una comunidad envejecida y con una fuerte dispersión territorial.
Aquí aparece el gran reto estructural: Asturias no solo es vieja, también es difícil de recorrer. Cada recorte de líneas, cada consulta lejana, cada trámite digital obligatorio pesa el doble cuando se tienen más de 70 años y se vive fuera de los grandes núcleos urbanos.
Soledad no deseada: el ruido del silencio
El informe pone el foco en uno de los fenómenos sociales más delicados del envejecimiento: la soledad no deseada. En Asturias, la preocupación por este problema alcanza una puntuación de 7,52, por encima de la media nacional.
No significa que Asturias tenga más soledad real que otras comunidades, pero sí que existe una conciencia clara del riesgo. Muchas personas mayores no se sienten infelices, pero sí vulnerables a quedarse atrás, a perder contacto, a desaparecer del radar social.
A esta soledad se suma otro factor cada vez más determinante: el edadismo digital. La digitalización acelerada de la administración y los servicios está dejando fuera a parte de la población mayor, generando frustración, dependencia y una nueva forma de exclusión silenciosa.
Asturias en 2025: una sociedad mayor que aguanta, pero necesita refuerzos
El estudio concluye con una idea clave: Asturias combina altos niveles de bienestar subjetivo con desafíos estructurales muy serios. La calidad de las relaciones familiares y la estabilidad personal sostienen la felicidad, pero ese equilibrio es frágil si no se refuerzan los servicios sanitarios, sociales y de accesibilidad.
Asturias no necesita discursos épicos ni consignas vacías. Necesita políticas pensadas para una sociedad mayor, realistas y sostenidas en el tiempo. Porque el envejecimiento extremo no es una anécdota: es el eje sobre el que girará el futuro inmediato del Principado.
¿Somos demasiado mayores? Sí. ¿Somos infelices? No tanto.
La radiografía del asturiano en 2025 deja una conclusión clara:
somos una comunidad envejecida, consciente de sus límites, pero emocionalmente más sólida de lo que muchos creen.
La felicidad asturiana no se parece a la de los anuncios. No grita, no presume, no se mide en euforia. Se parece más a una cocina con luz encendida, a una conversación tranquila, a la certeza de que, pese a todo, la vida aquí todavía merece la pena.
El reto es evidente: que esa sensación no se pierda. Porque cuando una sociedad mayor deja de sentirse cuidada, la felicidad —por muy resistente que sea— acaba pasando factura.
