Los fontaneros están caros. Carísimos. Todo el mundo lo comenta: que si no hay mano de obra, que si el gremio escasea, que si cambiar una junta ya cuesta casi como un fin de semana en Roma. Pero ninguno, absolutamente ninguno, ha llegado a cobrar lo que ha cobrado Leire Díez Castro, la mujer que nunca arregló una tubería pero sí manejó, presuntamente, las válvulas ocultas del poder socialista.
Hoy está detenida. La Guardia Civil la ha sacado de su piso madrileño como presunta pieza central de una trama de fraude, falsedad documental, malversación, tráfico de influencias y prevaricación. Pero lo que ha estallado no es solo un caso judicial: es un símbolo. El símbolo de cómo funciona la otra corrupción, la que no aparece en las películas de sobres, sino en las nóminas públicas y en los cargos de libre designación donde se pagan favores en vez de premiar méritos.
Este es el retrato de una ascensión fulgurante, un sistema que la hizo posible y una caída que ya tiene consecuencias políticas.
ILa detención: del despacho a los calabozos
A las nueve de la mañana, agentes de la Unidad Central Operativa (UCO) llamaron al timbre. No era una sorpresa para nadie en los círculos judiciales: la investigación estaba madura. La Audiencia Nacional llevaba meses analizando contratos de empresas adscritas a SEPI y los nombres que se repetían en documentos, llamadas y correos eran siempre los mismos: el expresidente de la SEPI, Vicente Fernández, varios colaboradores y, en un lugar destacado, Leire Díez.
La operación incluyó registros en Madrid, Zaragoza, Sevilla y Bizkaia. Dos detenciones en la capital, otra en el norte. El patrón recuerda a otras tramas: red de influencias, contratación irregular, designaciones ventajosas y adjudicaciones sospechosas.
La Fiscalía Anticorrupción ha puesto orden en una maraña que mezcla política, empresas públicas y lealtades personales. Nada nuevo bajo el sol, salvo un detalle: ella, su figura, su nombre, su sueldo, su manera de moverse en la sombra.
¿Quién era Leire Díez? La operaria del aparato
Antes de convertirse en un nombre nacional, Díez era una figura menor del PSOE cántabro. Concejala y teniente de alcalde en Vega de Pas, vicepresidenta de una mancomunidad rural, periodista de formación y sin especialización técnica en energía nuclear, logística postal o alta dirección empresarial.
Y sin embargo, entre 2018 y 2023, su trayectoria profesional parece sacada de un manual de ascenso político exprés:
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Directiva en ENUSA, empresa pública del sector nuclear.
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Alta cargo en Correos, donde ocupó direcciones sensibles como Relaciones Institucionales y Filatelia.
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Asiento en Cistec, tecnológica navarra que recibía fondos públicos.
No hubo oposiciones.
No hubo concursos públicos.
No hubo comisiones evaluadoras externas.
Hubo confianza política, proximidad y una capacidad notable para navegar en el aparato. De ahí el apodo que ya es marca:
“la fontanera del PSOE”, la que arreglaba —o creaba— problemas internos, la que sabía por dónde fluía la información, la que lubricaba engranajes en silencio.
Los sueldos: la fontanera de los 260.000 euros
La caída de Díez no se entiende sin la otra cara de la historia: el dinero.
Porque si algo llama la atención en este caso son los salarios acumulados en cinco años, que la convierten en la trabajadora mejor pagada de España en la categoría oficiosa de operadora política sin oposición.
ENUSA: el aperitivo del ascenso
Entre 2018 y 2021, cobrando como responsable de comunicación:
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Más de 107.000 euros brutos en tres años y tres meses.
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Salario inicial de 30.500 euros, después 34.000, más dietas y viajes.
Nada desorbitado aún… hasta que llegó su etapa dorada.
Correos: donde se hace caja de verdad
La transformación salarial llegó entre 2021 y 2023:
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En torno a 80.000 euros anuales como alta cargo.
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Dietas y complementos que inflaron la cifra real.
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Indemnización final generosa.
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Investigaciones periodísticas estiman más de 200.000 euros en dos años largos.
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Algunas fuentes elevan la suma total en empresas públicas hasta los 260.000 euros.
En resumen:
un cuarto de millón de euros en cinco años en posiciones para las que no tenía ni el perfil técnico ni la experiencia habitual.
La comparación que duele
Para entender la magnitud:
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Un funcionario medio en España gana 26.000 euros.
Ella lo ganaba en tres meses. -
Un técnico superior del Estado, tras una oposición brutal, alcanza los 50.000 euros.
Ella lo superaba sin examen alguno. -
Una jefatura intermedia del sector público empresarial ronda los 45.000–55.000 euros.
Ella se iba a los 80.000 fáciles. -
Un funcionario C1 tarda un año en ganar lo que Díez percibía en menos de dos meses.
Si los fontaneros de verdad están caros, los del poder político son otra categoría profesional.
Su otro frente judicial: la fontanera que buscaba fugas en la UCO
Antes de ser detenida hoy, Díez ya estaba imputada en Madrid en el conocido Caso Fontanera, por supuestos intentos de obtener información confidencial de la UCO y de Anticorrupción, en conversaciones donde aparecen empresarios y periodistas.
Un intento de conocer —o manipular— investigaciones sensibles.
La palabra “fontanera”, en esta dimensión, ya no es metáfora.
Es una forma de operar: abrir, cerrar, desviar, reconducir.
¿Corrupción? La del enchufe, la del acceso, la del Estado convertido en agencia de colocación
Hay dos formas de corrupción:
la que llega en sobres y la que se paga cada mes en nóminas muy generosas.
La segunda deja menos rastro, menos morbo y menos portadas, pero es igual de destructiva.
Porque cada cargo otorgado a dedo desplaza a alguien que sí tiene mérito.
Cada sueldo inflado es dinero que no va a quien sostiene los servicios públicos.
Cada operadora sin perfil técnico ocupa un espacio que debería estar en manos de profesionales.
Lo que hoy estalla con Leire Díez no es solo un caso penal:
es un modelo, una forma de gobernar, un sistema que normaliza que el dinero público sirva para premiar fidelidades.
Final de trayecto… por ahora
Hoy, Leire Díez duerme en un calabozo.
Mañana, declarará ante el juez.
Y en las próximas semanas, España debatirá no solo qué hizo ella, sino cómo pudo hacerlo.
Porque la pregunta de fondo no es quién es ella, sino quiénes construyen carreras como la suya, quiénes las sostienen, quiénes las consienten… y cuántas existen que aún no han salido a la luz.
En un país donde los fontaneros reales siguen subiendo tarifas, la metáfora se vuelve perfecta:
La fontanera del PSOE no arreglaba fugas.
Las provocaba.
Y el daño ya ha llegado al piso de abajo.
